"Uno tiene que saber en qué momento de su vida está para aceptar ciertos trabajos"
Con la serenidad de quien lleva tres décadas explorando los matices del alma humana, Tristán Ulloa se sumerge en las sombras del poder para dar vida a un personaje tan carismático como controversial en 'El centro'
El actor Tristán Ulloa reflexiona sobre los límites éticos de la ficción y la responsabilidad de interpretar figuras complejas sin caer en el maniqueísmo, tambaleándose en la delgada línea de la realidad y la ficción y ofreciendo una mirada lúcida sobre el oficio en tiempos de hiperproducción audiovisual.
Usted forma parte del reparto de El centro, una serie ambientada en espionaje internacional, conspiraciones, CNI... ¿Cómo se ha preparado para un papel así, tan complejo moralmente?
-¿Cómo se hace la promoción de una serie de espías sin desvelar nada? Es verdad que, a poco que diga, enseguida entras en la trama y es muy complicado. Interpreto a Enrique Adaro, un capo de un grupo importante, que se codea con altas esferas políticas, sociales, económicas..., a nivel internacional. Es un tipo con mucho poder. Son personajes muy reconocibles, creo que todos podemos tener un referente que sea así. ¿Cómo interpretar a un personaje así, con sus claros y sus oscuros? Pues es un personaje que no se sabe muy bien de qué pie cojea, ese es el tema. Para mí lo importante era trabajar desde la persona, desde el ser humano. Trabajo desde lo reconocible y básico, que es lo que nos mueve a las personas, más allá del puesto que ocupe luego esa persona en la sociedad. Me cuesta mucho tildar a los personajes desde un punto de vista más maniqueo, ¿no? Lo que los hace realmente interesantes es encontrar los matices en esos grises.
Lo definiría como un personaje de amoralidad gris. ¿Cuándo es demasiado sacrificar lo personal?
-Bueno, en eso cada uno tiene que poner el límite, ¿no? Creo que está bien ese término que has usado, que es la amoralidad. Hay gente que puede vivir tranquilamente siendo amoral. Ser amoral no es ser inmoral. Ser amoral es alguien que carece de moral, no pone ese elemento a la hora de tomar decisiones. Es una manera de distanciarse y de poner menos tripa en las cosas que haces, y de tener menos escrúpulo, claro. A mí me resulta muy difícil trabajar así, me resulta muy complicado no tener eso en cuenta.
Si el espionaje de El centro tuviera una versión emocional, algo así como una red de secretos interiores, ¿qué parte de usted diría que sigue siendo clasificada?
-¿Qué parte de mí? Bueno, si realmente no es confesable, no es compartible. ¿Qué parte de mí no mostraría? Me imagino que todo lo que tenga que ver con mi vida más íntima. De puertas adentro, tampoco soy una persona muy extraordinaria en mi vida. Voy a hacer la compra, voy en transporte público, recojo a mis hijos del colegio... En ese sentido, al tratar de llevar una vida lo más normal -por así decirlo-, la gente o determinados medios se han dado cuenta de que no soy interesante, o no soy un personaje lo suficientemente exótico como para contar mi vida. Y estoy muy a gusto así, la verdad.
Con una trayectoria artística tan extensa, ¿qué piensa sobre la hiperproducción actual de series y películas? Sobre todo, con este pico de fama que tienen las plataformas de streaming...
-Pienso que hay una producción bastante amplia en cuanto a diversidad y cantidad, pero pienso también que no hace justicia a la realidad de un sector como el nuestro. Las plataformas tienen su lado bueno y su lado menos amable. Se ha difuminado por fin esa frontera entre el cine y la televisión, que siempre marcaba un poco esta profesión. En algunos sentidos, se veía de una forma un poco estúpida a veces el hecho de dedicarte a un medio o a otro. Las plataformas han traído una forma de contar que se puede medir en cada uno. En general, son positivas, pero hay una parte -como te decía- que creo que no hace del todo justicia. Esa apariencia de la producción a mansalva con respecto a la realidad de nuestro sector. Ahora mismo, actores que trabajemos únicamente de lo nuestro no somos ni el 10%. Yo me considero dentro de ese 10% de afortunados, pero también tengo que tener claro el privilegio que tengo y que el resto de la profesión no disfruta de esa misma suerte.
En producciones como El caso Asunta o La viuda negra, que se inspiran en casos reales, ¿hay líneas que para usted no deben cruzarse éticamente al dramatizar la realidad?
-Desde el principio de los tiempos de nuestra profesión siempre se ha dado lo basado en hechos reales. Lo que pasa es que ahora se le ha puesto un nombre: true crime. Lo han hecho los hermanos Coen, Clint Eastwood y ahora lo hacemos aquí bajo la etiqueta de este subgénero. Personalmente no me interesa el debate. ¿Por qué? Porque yo estoy haciendo una ficción en todo momento. Más allá de que esté inspirado en algo real, y lo digo con todo el respeto, a mí es lo que menos me interesa. Lo que me interesa es la ficción, lo que estoy contando. Que sea fiel o no a la realidad..., eso no me corresponde a mí, yo no me echo eso encima de los hombros. No creo que eso vaya en contra de ser más o menos creativo, más o menos moral o amoral o inmoral... Para mí lo importante es contar historias, y se cuentan desde los clásicos griegos y romanos, pasando por Shakespeare. Todos han basado sus historias en sucesos reales y en crímenes reales también. Cuando uno acepta un trabajo así, tiene que tener cierta distancia para ser un poco aséptico, y sobre todo no juzgar. No siempre es fácil, porque luego a veces hay elementos personales de tu vida que pueden resonar, y hay que guardarse y protegerse. Uno tiene que saber en qué momento está de su vida para aceptar determinados trabajos.
¿Es por esto por lo que ha sido tan selectivo a la hora de elegir los personajes que quería interpretar?
-Sí, por ejemplo, en El caso Asunta yo no lo tenía nada claro. A nivel personal, no sabía si era el mejor momento para hacer una historia como esa. Lo que sí es verdad es que me encontré con un equipo delante que ya conocía de hacer Fariña y los mimbres que se estaban entrelazando eran muy interesante a nivel de reparto, guion, producción y equipo. Uno pone en la balanza muchas cosas, no se mete gratuitamente en algo por contar morbo. Para mí eso no tiene ningún sentido, el morbo no me mueve nada, y menos aún en el crimen de una niña. Uno tiene que cuidarse mucho cuando entra en algo. Si a mí me dicen que esto se va a contar de una manera más explícita, obviamente ni me lo planteo. Pero cuando me explican cómo se va a contar y qué es lo que se va a ver y qué es lo que no se va a ver, entonces entiendo por qué se está contando esta historia. Uno no quiere contar por qué matan a una niña, uno quiere contar qué es lo que mueve un suceso como este en nuestra sociedad y cómo reaccionamos a algo así. Pone en tela de juicio un sistema que no es perfecto y que de repente emite juicios paralelos al que se puede hacer en un tribunal. Personas que todavía no han sido juzgadas están entrando a una sala de juicio y ya han sido condenadas por la sociedad. Hay algo que se llama Estado de Derecho y, por encima de lo que tú piensas y creas, esa persona tiene un derecho inalienable: presunción de inocencia. Para mí lo importante de esa historia era esto también y creo que de alguna manera se cuenta en la serie.
Lleva más de tres décadas en esto. ¿Qué le diría hoy al Tristán Ulloa de Lucía y el sexo si pudiera encontrárselo en un rodaje?
-¿Qué le diría? Le diría que nada es tan importante. Poco le podría decir que no supiese en aquel momento, era un poco más cauto con las decisiones. Ahora le diría: “Tómatelo todo con un poquito más de tranquilidad, no de ligereza, pero sí de humor. Estamos aquí lo que nos toca estar y hay que pasárselo bien, y hacerlo pasar bien a los demás también”.
¿Y él a usted?
-¿Qué me diría a mí?: “¿De verdad?”. Vamos, no se lo creería. No se creería que yo soy su yo del futuro diciéndole que llevo 30 años en esto. No se lo creería.
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