La politóloga y profesora de la Complutense de Madrid, Cristina Monge, presidenta de +Democracia y colaboradora en distintos medios, será la encargada de inaugurar este miércoles, a las 18.00 horas, en el Palacio de Europa de Vitoria, la primera de las actividades de la Escuela Abierta de la Ciudadanía (HEI), con su ponencia De la indignación a la decepción. Cómo reconstruir la confianza.
¿Por qué esa desafección política, que en 2011 se expresó como enfado y protesta llenando plazas, hoy se ha transformado en una sensación generalizada de decepción?
–Bueno, yo creo que son muchos motivos. En aquel momento fue una apuesta por la indignación, en el sentido de reivindicar una cosa diferente y de salir a la calle, pensando que se podían hacer las cosas de otra manera. Ese momento pasó. De alguna forma, la sociedad española creyó eso, lo hizo de forma muy masiva, apostó y década y media después de todo aquello, vemos que muchos de los problemas de descontento y de desafección que estaban en esos momentos siguen estando. Para mí hay una cuestión absolutamente clave y es que entre unos y otros hemos ido matando la idea de futuro, la idea de esperanza, de porvenir. Y por tanto, ese elemento de esperanza en las democracias de repente, se ha desvanecido. Y falta un poco de dónde agarrarse.
"En realidad, lo que estamos viviendo ahora no es tanto un pasotismo de la política, porque la política sigue interesando y mucho"
Eso lo que hace es que estemos en una situación de decepción....
–Los politólogos cuando hablamos de desafección utilizamos dos significados diferentes. Uno, es en el que entendemos desafección entendida como indignación, como rabia, que es lo que pasó en el 15M, y luego hay otra acepción que es la desafección entendida como interés. En realidad, lo que estamos viviendo ahora no es tanto un pasotismo de la política, porque la política sigue interesando y mucho. Los índices de participación electoral se mantienen muy estables. Cuando nos llaman a votar, lo hacemos. Y las tertulias políticas, por ejemplo, siguen dando índices de audiencias muy relevantes. Los libros que tienen que ver con situaciones sobre lo político y lo público se siguen vendiendo bien. No hay un desinterés, pero lo que sí que hay es una especie como de desánimo, de decepción... Pensábamos que las cosas se podían hacer de otra manera y, de repente, no hemos visto que eso haya sido posible y, además, no sabemos hacia dónde va la cosa, hacia dónde va nuestra vida colectiva, común, etc. Eso es lo que da lugar a esa idea de decepción.
Afirma que lo preocupante es que las causas que provocaron aquella indignación no solo no han desaparecido, sino que incluso se han agravado.
–Algunas de ellas se han agravado. Otras no. Por ejemplo, cuando estábamos hablando de que la gente no se sentía representada por los órganos de representación, por la política, ni por los medios de comunicación, sindicatos... Cuando se decía en el 15M que no nos representan, era al conjunto del sistema. A día de hoy, eso se ha agravado. Cada vez creemos menos en los órganos de intermediación de las democracias y eso hace que sea muy difícil después articular esas ideas de progreso de las que estamos hablando. En el 15 M estábamos hablando de un crisis económica importante, pero hoy en día eso no es así. Incluso me atrevería a decir que en ese momento estábamos en una situación de una enorme retirada de lo público, de las instituciones y servicios públicos, que, sin embargo luego, cuando llega la crisis de la pandemia, ocurre justo luego todo lo contrario. Vemos que los servicios públicos vuelven a ser protagonistas y a estar presentes. Lo que pasa es que han sufrido un proceso de deterioro, al verse que no son capaces de abordar muchos de los desafíos que tienen.
"No creemos en las instituciones, incluso tenemos muy baja autoestima como sociedad"
¿La verdadera crisis de la democracia actual es la de la confianza?
–Totalmente. Esa es mi tesis. La actual crisis de la democracia es de confianza. No es tanto una crisis de desempeño, porque las democracias siguen siendo bastante eficaces, a la hora de cumplir sus funciones, sino que es una crisis de confianza. No creemos en las instituciones, incluso tenemos muy baja autoestima como sociedad, no creemos ya en nosotros mismos, y eso hace que sea ya muy difícil articular ese sustrato.
LEJANÍA
"Hay una percepción de lejanía de las instituciones y, sobre todo, de que son incapaces de abordar los grandes retos del momento: la revolución digital, la crisis climática y todo lo que supone la gestión de la diversidad de los procesos migratorios"
¿Qué lleva a creer que las instituciones (partidos, parlamentos, medios, etc.) son incapaces de dar respuestas a los grandes desafíos del presente?
–Pues muchas cosas. Primero, la memoria de esas crisis vividas. La de 2008 es muy importante a la hora de explicar lo que estamos viviendo ahora. Todos los análisis que se hacen acaban haciendo referencia a cómo se gestionó. Por otro lado, una percepción de lejanía de las instituciones y, sobre todo, de que son incapaces de abordar los grandes retos del momento: la revolución digital, la crisis climática y todo lo que supone la gestión de la diversidad de los procesos migratorios. Son todos retos de enorme calado, muy relacionados con la globalización, y ante eso, se considera que las instituciones son muy pequeñas para hacerles frente. La ciudadanía no percibe que un ministro o ministra de Medio Ambiente o un gobierno pueda hacer frente a la crisis climática porque, efectivamente, es una cuestión global, aunque, sin embargo, los gobiernos sí que pueden hacer cosas. Pero hay una percepción general de que no van a ser capaces de gestionar esos enormes retos. Entonces, eso genera lejanía y profundiza en la desconfianza.
'FAKE NEWS'
Al aumento de desinformación sobre temas, como el de la emergencia climática, también se suman más negacionistas, como los del coronavirus. ¿Cómo se puede combatir este negacionismo crónico para reforzar la democracia?
–La mejor manera de combatirlo es con la recuperación de la confianza que ha existido en la democracia porque muchas veces se echa la culpa a las redes sociales de ese negacionismo, que algo de culpa tienen en el sentido de que ayudan a amplificar de forma muy rápida un mensaje que cala. ¿Y por qué cala? Se echa la culpa, generalmente, a una serie de intereses creados, tanto económicos, como políticos, para que lleguen a la población, pero todo eso no pasaría si tuviéramos confianza en las instituciones de intermediación y, en concreto, en los medios de comunicación. A día de hoy, según nos dice el Eurobarómetro, solamente un 30% se cree lo que un periodista está contando en esa noticia del periódico o del informativo de una radio o televisión. La desinformación llega y hace mella en las sociedades, entre otras cosas, porque han fallado esos marcos que garantizaban la información con unos métodos profesionales y ética aplicada. Cuando todo eso salta por los aires, es el caldo de cultivo abonado para ella.
¿Y qué tipo de claves va a dar para recuperar la confianza?
–Lo que hay que hacer no pueden hacerlo solo las instituciones, aunque es necesario que hagan mucho, ni solamente los medios, ni la ciudadanía. Primero, ha que asumir la dimensión de lo que nos está pasando: que es un reto colectivo. Todos tenemos que tomar nuestra parte de responsabilidad y de crítica. Y en ese sentido, ir viendo lo que cada cual, puede hacer. Por ejemplo, yo les pregunto a mis alumnos: ¿Cuántos de vosotros se han suscrito a un periódico? Porque si queremos información de calidad, también tenemos que corresponsabilizarnos.