No eran las once de la mañana cuando el ya tradicional tañido de cuernos –surgido de las creaciones del maestro artesano Juan Antonio Alaña de Menagarai– convocaba en la puerta de la Villa medieval de Artziniega, fundada en 1272 por Alfonso X el Sabio, a personajes de todas las raleas para dar comienzo a una nueva edición del mercado de antaño.

Se trataba de la vigesimoquinta, aunque comenzó a celebrarse hace 27 años, por lo que es la feria medieval más longeva de Álava. Un hecho del que presumen los lugareños y no sin razón pues les acompaña hasta el enclave: un casco histórico con 752 años, como poco.

En imágenes: Artziniega celebra su XXV edición del Mercado de Antaño Araceli Oiarzabal

Este recibía al visitante engalanado de enormes pendones que sobrevolaban un rincón un tanto siniestro pues albergaba instrumentos de tortura. Y es que ya lo advirtieron Don Lorenzo y Dolotea desde lo alto de la torre, en la que dieron la apertura y bienvenida al mercado: “Entre tanta gente, dice el señor cura, que se esconde mejor el diablo y aquí no aceptamos ni tramposos ni ladrones, solo buenos tratos y mejores trueques. Así que a quien alargue la mano, se le cortará a reja”, pregonaron al abundante público congregado, sacando más de una sonrisa, pues uno hablaba en romance antiguo y la otra iba traduciendo a jerga actual, euskara incluido.

En la cercana torre del Alcaide dos maestros herreros se dedicaban a forjar espadas y acuñar monedas de 50 maravedíes. “Es una de las novedades de este año. Por un lado llevan el pozo de La Encina, que era el kilómetro cero de Artziniega, donde se reunía la Junta de Ordunte, formada por la villa y los pueblos, y cuya importancia se plasma en la imagen central del retablo del Santuario; y por el otro la leyenda conmemorativa que indica que es el vigésimo quinto aniversario del mercado”, explicó Unai Gotxi, portavoz de la organización de la cita.

No fue la única novedad, también hubo varios llamativos rincones de entretenimiento infantil, en los que se pudo conocer los secretos de la alquimia (la tatarabuela de la química), montar en tiovivo, practicar la txalaparta o ataviarse y batallar cual soldados de espada contra el enemigo que, armado con una catapulta, lanzaba globos de agua.

Tampoco faltó la oportunidad de disfrutar de varias sesiones de títeres e ilusionismo con el mago Oliver y su ayudante Liuba, u oír maravillosas historias en boca de la dicharachera Eulali, que iba tirando de una simpática casa con forma de bota, en la que guardaba un cráneo de vaca con el que también hacía conjuros y sortilegios.

En definitiva, todo un despliegue de espectáculos que también contó con varias compañías de músicos de calle como los gaiteros de Ixera o los tambores locales de Builaka, acompañados de Turdion y Grimorium y varias bailarinas zíngaras, además de una tétrica comitiva de orcos y seres venidos de otros mundos, que pusieron la nota distintiva a la edición.

En imágenes: Artziniega celebra su XXV edición del Mercado de Antaño Araceli Oiarzabal

Más puestos

El aumento de puestos de venta, superior al centenar, también ayudó a ensalzar una jornada, a la que tampoco faltaron los miembros de la Asociación Etnográfica Artea, con su cocinero ya habitual: el escultor Xabier Santxotena. Estos se encontraban en Barrenkale, junto a la fragua de Pablo Respaldiza, que volvió a abrir sus puertas para enseñar el oficio de herrero, aunque el protagonista de este año ha sido la botica.

“Este ancestral oficio, como todos los que mostramos en el museo etnográfico demuestra que eso de la economía circular ya estaba inventado. Todo se recolectaba del entorno, se preparaba por métodos naturales y sin provocar efectos secundarios en la naturaleza, a la que volvía a retornar todo”, aseguraba uno de los miembros de Artea, Luis Ángel Villate.

Por allí también andaba su presidenta, Paki Ofizialdegi, al frente del rincón de las doncellas, entretenidas con otro ancestral oficio: el del encaje de bolillos, del que resultaban puntillas de esplendorosa factura. Otro ineludible, en las inmediaciones de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, fue el maestro Alaña, que volvió a sorprender con su magna experiencia en la talla y decoración de cuernos, y alguna que otra joyita.

En imágenes: Artziniega celebra su XXV edición del Mercado de Antaño Araceli Oiarzabal

A su espalda, las pinturas de las bóvedas del pórtico volvieron a ser un auténtico reclamo para visitantes. “Son obra de los pintores del pueblo. Hay que fijarse muy bien para buscar los anacronismos que recogen”, explicó Alaña, en referencia al móvil, bolígrafo, preservativo, botella de cerveza, tirita, planta de cannabis, y hasta un ordenador, unas páginas amarillas y un tatuaje con el símbolo de la hoz y el martillo que lucen los santos.

Sus autores hace ya catorce años que los culminaron y ahora llevan, desde 2010, pintando el mural de Goikoplaza, con rostros de las personas e incluso mascotas que, a cambio de un donativo, desean ser inmortalizadas.

Campamento de guerra

Otro escenario que atrajo miradas fue el campamento de guerra que, a lo largo de toda la jornada, invitó tanto a nobles como a plebeyos a jugar y bailar al más puro estilo medieval, aunque si te portabas mal te metían al cepo, o peor, en plena lucha de espadas. Justo en frente, se encontraba el rincón de infantes.

Una guardería muy medieval que dio la oportunidad a aitas y amas de visitar el mercado con la tranquilidad que da tener a los peques a buen recaudo, y que se vio reforzada por un corral de ovejas, cuyo pastor andaba esquilando, para luego convertir la lana en hilo. Se trata del leonés Oscar que, con su proyecto de hilatura Hilando Mamut, volvió a ser invitado por segundo año consecutivo para que difundiera entre las futuras generaciones sus conocimientos lanares.

Tampoco faltaron las rosquillas de las madres Agustinas o los pases de tocados medievales que –elaborados por Estíbaliz Santisteban y su amatxu Maribi Cañibe– volvieron a lucir, de forma insinuante, las chamorras de la villa; un desfile de heridos de guerra o los galenos mostrando las consecuencia de la peste que asoló Europa. Todo un despliegue de un pueblo orgulloso de su pasado, que tuvo su broche de oro con un espectáculo de fuego que le devolvió al presente.