Los termómetros han vuelto a superar los 35 grados centígrados en Álava sin demasiado esfuerzo en un nuevo episodio de altas temperaturas que, sin llegar a la categoría de ola de calor, empieza a ser recurrente en la época estival de un territorio que va camino de olvidarse de su secular climatología casi continental.

No en vano, hoy vuelve a estar activados varios avisos amarillos, intermedios a la hora de definir fenómenos climatológicos adversos, por temperaturas altas extremas y por temperaturas altas persistentes, con unos termómetros que cogen el testigo de lo vivido ayer.

Así, durante la jornada de hoy seguirá subiendo el calor, con un viento del sur que se dejará notar desde el principio del día. Por la tarde el viento del norte irá entrando hacia Ayala y Zuia, pero le costará llegar. Las máximas oscilarán entre los 34 y los 38 grados centígrados. Predominarán las nubes medias y altas y el ambiente será claro.

En cualquier caso, y pese a que en líneas generales este verano ha respetado con bastante fidelidad las características del estío gasteiztarra, con temperaturas más frescas que en el conjunto del Estado, los episodios ligados al calor extremo se repiten con asiduidad. Estos, hasta bien entrado el siglo XXI apenas eran conocidos en el Estado. No obstante, ya son costumbre y su persistencia, según avanzan los escenarios que manejan los meteorólogos, está asegurada durante las próximas décadas. Propias de África, en los últimos años se dejan notar cada vez más en el territorio de Álava y con una mayor intensidad. Las olas de calor provocan a los ciudadanos que las padecen dificultades para conciliar el sueño.

También hacen patente la necesidad de hidratarse más de lo habitual y de tener precaución para evitar quemarse la piel, entre otros efectos, sin olvidar que todo ello llega acompañado de una disminución de las precipitaciones, con sus derivadas en las sequías y en el incremento del riesgo de incendios.

El fenómeno de los calores extremos y de las olas de calor empezó sobre todo a darse a conocer en el Estado entre el 30 de julio y el 14 de agosto de 2003, cuando, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), 141 personas fallecieron como consecuencia de ello.

Pero, ¿cómo se sabe realmente que se está ante uno de estos fenómenos y no ante un simple episodio de temperaturas altas? Según la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) una ola de calor es un episodio de al menos tres días consecutivos en los que, como mínimo, el 10% de las estaciones meteorológicas del país registran máximas por encima del percentil del 95% de su serie de temperaturas máximas diarias.

Incremento constante

Las sensaciones del ciudadano bastarían por si solas para vislumbrar el panorama que está provocando el cambio climático. Aún y todo, los datos y los estudios científicos certifican que algo está cambiando hacia un horizonte repleto de incertidumbres.

Según un estudio del Instituto de Salud Carlos III, la temperatura máxima ha subido de media 0,41 grados por década entre 1983 y 2018, y que, en un escenario desfavorable de emisiones, se prevé que aumente a 0,66 grados centígrados en el periodo comprendido entre 2051 y 2100. Un dato preocupante que no ha parado de aumentar de manera progresiva desde 1975, cuando se comenzaron a registrar este tipo de fenómenos.

Unos números que afectan especialmente a los colectivos más vulnerables (niños, ancianos y personas enfermas) y unas condiciones que aumentan el riesgo de mortalidad. Según el proyecto vasco Osatu elaborado en los años 2016 y 2017, cuyo objetivo es ayudar a la prevención de la salud en Euskadi de estos fenómenos, la mortalidad aumentará en los tres territorios vascos, ya sea de forma desplazada o prematura.

En el primero de los casos, se hace referencia a los fallecimientos agudos que ocurren durante o inmediatamente después de un episodio de calor extremo, y suelen afectar a personas que se encuentran en una situación de salud grave. El segundo tipo de mortalidad, por contra, hace referencia al exceso de mortalidad en el caso de individuos sanos, que fallecen como consecuencia de la exposición del calor.

Sin embargo, hay una cuestión que ayuda a guardar una pizca de optimismo, y no es otra que la capacidad de adaptación del ser humano, que es su mejor activo. En ese sentido, el Instituto de Salud Carlos III cree que el ser humano podría adaptarse al calor en los próximos años. De ser así, en el periodo entre 2050 y 2100 no habría 13.000 muertes al año atribuibles al calor como se espera, sino que llegarían a 1.000 muertes al año como ocurre actualmente. En caso de que las temperaturas máximas diarias aumentasen más rápido que la temperatura de mínima mortalidad no habría adaptación, mientras que si crecieran más lento se podría hablar de adaptación. Una referencia que habrá que seguir muy de cerca, puesto que, según la Agencia Estatal de Meteorología y la Oficina Española de Cambio Climático, en base a datos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), la temperatura media del planeta ha subido en torno a 1,1 grados centígrados en relación a la época preindustrial.

No va a mejor

Lo que es evidente es que si no se cambia nada la situación cada vez va a ir a peor. Tal y como se ha afirmado desde Aemet, el aumento de la temperatura hasta 2040 está prácticamente garantizado, pudiendo alcanzar los seis grados de incremento. “Hagamos lo que hagamos ahora vamos a sufrir 20 años más de altas temperaturas. Estamos viviendo de las emisiones que emitimos antes”.

Además, alerta del evidente cambio que se está produciendo en el clima, en el que las precipitaciones son cada vez más intensas y las noches de verano más calurosas. “Posiblemente empecemos a hablar de olas de calor de temperaturas de 50 grados”.

Una situación límite que provocará, aún mas si cabe, riesgo de incendios por todo España, incluyendo las regiones más frescas.