Hasta hace poco tiempo no era extraño parar tu coche en un semáforo y descubrir a una mujer afanándose para cambiar su camiseta e intentar llegar a la hora a hacer ejercicio. Normalmente su empeño no daba el resultado esperado: o no llegaba a clase o lo hacía tarde.
Esa mujer es la misma que ahora cuando abre los ojos a las 9.00 en la cama recuerda que en el pasado eso lo hacía las 6.00, la que acude a su clase de pilates puntualmente a las 10.00 y la que después se va a tomar el café con dos personas con las que comparte charla tranquilamente. Es la misma mujer que coge a su perra, se va de paseo y llega a casa algún día y no ha preparado la comida.
Esa mujer es Isabel Cobo, una periodista que durante más de 40 años ha estado pendiente de entrar en hora en su programa, de no llegar tarde a una comparecencia, de dar la última hora, pero que es ahora cuando ha recuperado el tiempo más valioso, el suyo.
“Yo me jubilo de la radio, pero no de la profesión. No se cómo ni dónde lo haré, si me dará por escribir, que nunca o lo he hecho, o qué, pero esto no se deja”
“No quiero hacer planes”, dice, “eso sería hipotecar mi tiempo y no quiero, lo valoro demasiado como para hacerlo. Quiero que los planes vayan surgiendo, que la vida se vaya dando”, asegura mientras desvela que también ha descubierto “hacer cosas sola”. “El resto de los que me rodean siguen trabajando y estoy muy a gusto sola”, señala para añadir entre risas que “igual dentro de tres meses no me aguanto, pero por ahora...”.
Aunque ha sido la jubilación la que le ha permitido conocer ciertas sensaciones y recuperar otras, Isabel tiene claro que lo que no va a conseguir es retirarla del periodismo. “De eso no te jubilas”, sentencia. “Yo me jubilo de la radio, pero no de la profesión. No se cómo ni dónde lo haré, si me dará por escribir, que nunca o lo he hecho, o qué, pero esto no se deja”, repite. Y es que 40 años de dedicación marcan, y más si son vocacionales.
“Llevo mucho tiempo siendo la mayor de la emisora y solo puedo decir que es un lujo poder trabajar con gente joven. He aprendido tantísimo de ellos y ellas...”
Comenzó su carrera como becaria en Radio Bilbao, en las postrimerías del franquismo. Entonces, Radio Vitoria compró la antena de la Ser y la emisora se quedó sin frecuencia en Álava. Era un momento en el que en la capital gasteiztarra arrancaba la vida institucional y política y la empresa decidió que había que estar.
“Llegué con José Ramón González, sin ninguna infraestructura y todo el trabajo por hacer”, asegura mientras recuerda lo bien que le fueron a ella las inundaciones del 83. “Fue mi reválida. Con todo colapsado, me moví de un lado para otro, hice buen trabajo y dejé de ser becaria para firmar mi primer contrato”, explica.
"Veníamos de la dictadura, estaba naciendo una nueva forma de hacer periodismo. La mayoría éramos muy jóvenes y a nosotros nos tocó ir caminando”
A partir de ahí se dedicó a contar desde la sede de General Álava o desde las cabinas institucionales la información parlamentaria sin apenas referencias. “Veníamos de la dictadura, estaba naciendo una nueva forma de hacer periodismo. La mayoría éramos muy jóvenes y a nosotros nos tocó ir caminando”, recuerda. “Teníamos poca experiencia, pero, afortunadamente, la clase política tampoco la tenía”; bromea.
Eran tiempos en los que pasaban muchas horas en Ajuria Enea, en los que se peleaban por coger el teléfono para llamar y meter la crónica, en los que, si una jornada se alargaba, pedían pizzas y se las acercaban hasta la garita de la Ertzaintza e iban a recogerlas.
Tiempos en los que no había teléfonos móviles y desmontaban la parte de abajo de los fijos y pinchaban unas pinzas que les habían hecho los técnicos para adaptar un micrófono “para que no se oyera el ruido del teléfono”, tiempos en los que le llamaban a cualquier hora y, si coincidía que estaba con sus hijos, los montaba en el coche y se los llevaba a cubrir una noticia.
Pero también fueron tiempos complicados marcados por el terrorismo, “algo a lo que nunca te acostumbras”, asegura. Recuerda, lamentablemente, muchos malos momentos, funerales, el asesinato de Fernando Buesa, “con el que tenía un trato personal”, y sonríe con satisfacción al recordar que ella dio en directo el abandono de las armas por parte de ETA.
“En las inundaciones del 83 yo estaba de becaria. Debí hacer bien mi trabajo porque aquello fue mi revalida y después de eso firmé mi contrato”
En sus 40 años de profesión ha conocido a todos los lehendakaris de la democracia, ha tenido una excelente relación con todos ellos y con algunos sigue manteniendo una relación personal. “Han sido muchas horas juntos, viajes, momentos importantes y conocimiento mutuo”, destaca antes de señalar que esos tiempos de cercanía no existen ya.
En los últimos años, la voz que entraba desde la emisora de General Álava para informar a Iñaki Gabilondo, Carlos Llamas o Gemma Nierga, la que creó Hoy por Hoy, ha sido la voz de lo local y esto, lejos de parecerle un retroceso, le ha supuesto un crecimiento.
“La información local me ha permitido conocer la ciudad de otra manera, practicar ese periodismo de servicio a la ciudadanía. Me ha dado muchas satisfacciones”, resume mientras se acuerda de quienes han sido sus compañeros y compañeras.
“Llevo mucho tiempo siendo la mayor de la emisora y solo puedo decir que es un lujo poder trabajar con gente joven. He aprendido tantísimo de ellos y ellas...”. Y es en ese momento, cuando habla de los demás, cuando reivindica que las condiciones económicas y materiales de quienes se dedican a esto “tienen que mejorar mucho porque esto va de mal en peor y luego hay quien se queja de la calidad de los productos”.
Entonces recuerda aquellas palabras del expresidente uruguayo José Múgica que decía que “creemos que hacemos un trabajo y nos pagan por ello, pero en realidad nos pagan por nuestro tiempo”. Ella tiene claro que el tiempo es finito, que ya ha pagado con él y que ahora le toca disfrutar del suyo. Ahora sí que llega a pilates.