La disposición mostrada originalmente por el Partido Popular para mostrar una postura coordinada y conjunta con el Gobierno de Pedro Sánchez ante la amenaza para el tejido económico que produce la situación de guerra arancelaria corre el riesgo de flaquear. Las dinámicas de confrontación y desconfianza de la política interna del Estado aparecen tan enquistadas que dificultan lo que el sentido común debería hacer fluir. Al Gobierno español corresponde liderar la construcción de un consenso y coordinación de medidas de protección de la estructura productiva y sus empresas. En ese sentido, deberá dirigirse en un doble sentido: hacia los partidos políticos que le permitan la mayoría precisa para la acción legislativa que se pretende y hacia las instituciones subestatales con competencias en las materias afectadas. Ambas vías deben confluir en una serie de iniciativas que cuenten con el criterio técnico incontestable y la cooperación y lealtad debidas en todas direcciones. En ese sentido, al Gobierno de Sánchez corresponde no ceder a la tentación que tantas veces le ha dominado de actuar desde la unilateralidad. Debe proponer, pero también escuchar a instituciones, agentes sociales y partidos. No es el mejor de los indicios la sensación de bloqueo del diálogo con el primer partido de la oposición. Tampoco que el motivo fundamental de ese bloqueo sea la sospecha del PP del alcance de los acuerdos anunciados por Junts. El partido soberanista catalán maneja el relato de su propia capacidad de influir en las políticas del Estado en favor de Catalunya, pero eso no debe significar que el resto de fuerzas políticas se atrincheren en un juego de suma cero en el que se midan las acciones más por lo que no gane el rival que por la eficiencia de las mismas. Los gobiernos europeos que precisan de un ejercicio de lealtad mutua entre diferentes –el alemán es un ejemplo, con la CDU/CSU y el SPD dispuestos a poner el interés general por encima de las prioridades propias– serán los que propicien un encuentro equivalente entre los distintos Estados de la Unión Europea. La dificultad interna para superar antagonismos no auguraría una mejor disposición en el marco internacional. Y, si algo está dejando en evidencia el escenario de inseguridad que ha creado la guerra arancelaria, es que nadie la puede ganar en solitario.