La inauguración oficial de los Juegos Olímpicos (JJOO) de 2024 en París es momento propicio para poner en valor principios ocultados por la tramoya, el espectáculo, el negocio y la exaltación del éxito como valor en sí mismo, pero que no responden a la esencia del espíritu olímpico y a la función del deporte como nexo en la diversidad. La ceremonia de esta tarde volverá a estar marcada por la celebración y el espectáculo que son ya inexcusables y que deberían preservar el componente educativo que ejemplifica el deporte y la difusión de la multiculturalidad. No siempre se ha conseguido en el pasado y en no pocas ocasiones se ha visto sometido a un ejercicio de exaltación de lo propio con escasa visibilidad para lo ajeno. El segundo ámbito que se ha consolidado y proyecta la imagen de los JJOO es su componente político que exacerba la dimensión nacional y sus símbolos. Los Juegos han sido y son escaparate de logros paro también de tensiones geopolíticas, boicots, sanciones y reivindicaciones. No es esta necesariamente una perversión del espíritu olímpico siempre que se atenga a los valores centrales del mismo: excelencia, amistad y respeto. La sana competencia en el deporte intenta representar lo mejor de los compromisos humanos que, sin que se identifique con una forma de gobierno concreta, apunta directamente a los principios que hacen suyos las democracias: juego limpio, respeto entre diferente, igualdad de oportunidades, superación individual y colectiva y reconocimiento mutuo. Los Juegos Olímpicos deben ser un espacio de libertad, de visibilidad de las minorías, que no se agrupan solo ni principalmente de modo vertical bajo banderas nacionales, sino horizontalmente en su condición humana con diversidad de géneros, de etnias, de credos y culturas pero con el factor imprescindible del juego limpio y la leal competencia: la igualdad. En los Juegos de París habrá ocasión de recordar a quienes sufren violencia, de reivindicar la condición femenina frente a la opresión machista en todo el mundo, la diversidad en la orientación sexual frente al señalamiento, el derecho a compartir creencias y a discrepar de ellas, a una masculinidad no agresiva, a la sostenibilidad y la educación... A reforzar a través del deporte valores universales de humanismo que chocan con realidades menos amables a diario.