El martilleo militar sobre la población civil en Gaza sigue elevando la cifra de víctimas hacia niveles que resultan insoportables. El ataque cruel de Hamás ha provocado una desmesurada reacción del ejército israelí que carece de defensa en el principio de la legítima autoprotección. No significa esto que se justifique la brutalidad terrorista que ha servido de detonante, como tampoco cabe asentar en la diplomacia internacional el relato unilateral que pretende imponer el Gobierno de Benjamin Netanyahu. En esa estrategia del “conmigo o contra mí” se enmarca la reacción diplomática hebrea que ha comenzado a obstruir la actuación de Naciones Unidas sobre el terreno por la contextualización de la crisis humanitaria y bélica realizada por su secretario general, António Guterres. Sentado el principio del derecho que asiste al Estado de Israel a existir y desarrollarse con plena integridad y seguridad, no cabe negar el historial de conflicto durante el último siglo en el que, con independencia del iniciador de las sucesivas agresiones entre árabes e israelíes –que han tenido en diferentes momentos a responsables en los dos lados–, el pueblo palestino ha sufrido una creciente restricción de libertades, expulsado de sus tierras y sometido a la inviabilidad de desarrollar una economía de mínima subsistencia, mucho menos un Estado. Cuando António Guterres recuerda la situación humanitaria palestina no está justificando la violencia desatada por Hamás. Está constatando que la situación precedente no estaba exenta de violencia con las estrategias de colonización de Cisjordania y el bloqueo de los desplazados al rincón de Palestina que es Gaza, un inmenso campo de refugiados cercado militarmente. Es inaceptable justificar los crímenes de una parte en los de la otra –que son abundantes en ambos casos– y es estéril una diplomacia impostada que guarde silencio ante la insostenible situación humanitaria que raya el genocidio y compre al Gobierno israelí su relato de civilización frente a barbarie en el que argumenta su propia violencia. Palestina sufre las consecuencias de una descolonización desastrosa, una intolerancia atávica que ha dejado las riendas de la región en manos de fanáticos y una incapacidad diplomática internacional para proteger los principios del derecho ante los intereses de terceros.
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