El día de ayer volvió a llenarse de banderas arcoíris y de reivindicación de derechos de las personas que no responden a los parámetros tradicionales sobre género y sexualidad. En los últimos años, la jornada ha adquirido un componente festivo que, sin mitigar la exigencia igualdad, sí había proyectado una imagen eminentemente lúdica en torno a estos colectivos. No obstante, afloran movimientos intolerantes que calan en la sensibilidad de personas que no creen abandonar principios democráticos pero sí hacen suyos los discursos más populistas, criminalizadores incluso, que está difundiendo la extrema derecha disfrazados de falsa moralidad, que no ética de la convivencia. Lo que subyace en los discursos descalificadores de la diversidad sexual es la misma pretensión de quienes construyen otros xenófobos, segregacionistas o negacionistas de la violencia machista. Existe un pensamiento que se disfraza de protección de los menores, de la familia o de la vida para negar la diversidad, la igualdad y el derecho inherente a la condición humana sin otras consideraciones. Es una agresión a la convivencia que pretende que el reconocimiento de las minorías de todo tipo constituye una merma de los derechos de la mayoría. Nada más alejado de la verdad ni de los principios de la democracia. El derecho de los colectivos minoritarios no es una merma sino un reforzamiento de modelos de convivencia, de respeto y no imposición, que es el más antiguo de los factores de conflicto y ha alimentado las barbaridades más brutales en la historia. Puede resultar sencillo no identificarse con las vanguardias más extremas de la lucha LGTBIQ+ en su modelo de exigencias; las prioridades propias siempre resultan más importantes. Lo desconocido, lo diferente, genera inseguridad y de ella se aprovechan quienes practican el señalamiento para reforzar su propio poder. Pero la estrategia contra la diversidad no combate a los géneros no tradicionales sino a la diferencia en sí. Es una amenaza al modelo democrático para propiciar el acceso y preservación del poder para una élite autocrática emergente que sustituye la política de las soluciones por la de alimentar el descontento y proyectarlo contra las minorías. Por ello, lo avanzado y en materia de igualdad y diversidad no debe dar pasos atrás porque es punta de lanza de progreso colectivo.