l cambio radical del panorama socioeconómico durante los últimos dos años ha tenido su colofón en una crisis sobrevenida por causa del conflicto en Ucrania, pero estaba larvada en una aventurada gestión en materia energética y financiera que procede de antes. No es preciso incidir más en la obviedad de la dependencia energética europea, que está en el origen de la mayor parte de los problemas actuales de inflación y riesgo de competitividad. La prioridad de recuperar la actividad económica y facilitar la demanda con tipos bajos llevó a instalarnos, desde hace seis años, en el 0%, que incidió sin duda en la mayor capacidad de inversión como palanca de crecimiento, pero también transfirió la capacidad de ahorro de las familias hacia fórmulas de mayor riesgo variable. Los vaivenes de esas fórmulas, referenciadas a mercados financieros en los que el ahorrador no tiene una capacidad de intervención real, también animó al consumo en los años previos a la pandemia covid. Tras el shock de 2020, que disparó las tasas de ahorro familiar hasta cifras récord en este siglo, la tendencia se invierte de modo antinatural. Hoy, el ahorro previo es recurso de sostenibilidad de muchas familias vascas ante la acelerada pérdida de su poder adquisitivo. Existe el riesgo de entrar en un círculo vicioso por la necesidad de rescatar ese ahorro para dedicarlo al consumo por los precios al alza a un ritmo que los salarios son incapaces de seguir. Ese ahorro sería una tabla de salvación coyuntural, pero su reducción no iría acompañada de una reactivación de la demanda puesto que se consumiría en volumen de precio, no en volumen de productos. En el Estado, 6 de cada 10 familias han perdido, según la OCU, su capacidad de ahorrar en esta coyuntura. El riesgo de estanflación -tasas de inflación elevadas no acompañadas de crecimiento económico suficiente para crear o mantener el empleo de calidad- es una pesadilla muy real. El primer paso es contener los precios y salvar a los ahorradores para que la demanda interna no se vea mermada y genere impacto a la actividad, que es la que garantiza el empleo y la riqueza. Pero, en paralelo, Esta inflación no se puede contener subiendo tipos de interés, que desincentivaría el gran consumo y la inversión empresarial. Volvemos a la energía, a la competitividad que está restando en el mercado global y a la imposibilidad de que el ahorrador reponga sus gastos.
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