Ay, qué vida. Todo el día trabajando, casi de manera literal, para no recibir a cambio ninguna satisfacción. Hasta esta semana, al menos, disfrutaba desde el sofá de mi casa cuando lograba cerrar el periódico de las sesiones grabadas de La familia de la tele, pero ya ni eso. Qué desgracia. Se conoce que los rectores de la televisión pública española se han armado de razones y han decidido cargarse el formato debido a su baja audiencia y a las críticas recibidas por los más puristas del reino, que deben de ser legión y con una piel no excesivamente curtida. Vamos, que apenas me han dejado paladear las ocurrencias y los contenidos de figuras como María Patiño, Kiko Matamoros o Belén Esteban en un magacín que se estrenó el 5 de mayo. Ni tiempo han tenido los pobres de asentarse en la parrilla televisiva nacional dentro de un panorama plagado de contenidos, presuntamente, de calidad. O eso parece, a tenor de lo que se dice y cómo se dice, incluso, en el Congreso, que es donde los próceres de la patria y otras especies se encargan de debatir sobre los asuntos importantes que afectan a quienes vivimos en esta parte del planeta. Dadas las circunstancias, supongo que ya no me quedará más remedio que regresar a los documentales sesudos.
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