o ha tenido el Primero de Mayo el brillo festivo a la par que reivindicativo que tradicionalmente ofrece. La colorida presencia en las calles de Euskadi de los delegados sindicales de las distintas centrales no fue posible por razones de todos conocidas. Pero, para empezar, el fenómeno de este año debe entenderse como una rareza: la presencia, la representatividad y la capacidad de incidencia socioeconómica de las organizaciones sindicales no se resiente ni merma por las circunstancias coyunturales. De hecho, el peor enemigo de la acción sindical no sería tanto la desmovilización propia de la limitación de movimientos de las personas como la dificultad de acomodarse a los tiempos. Y estos son tiempos en los que la estabilidad laboral está en entredicho. El eslabón social más débil de toda crisis es la fuerza del trabajo. Tanto más cuando menos valor añadido atesore en términos de capacitación y formación. Ante la crisis que viene, como ante la que estaba acabando de irse, se debe responder con espíritu de cooperación y consenso. La sucesión de reformas laborales, cuyo sentido liberalizador ha tenido pocos frenos y ha debilitado las herramientas del diálogo, ha hecho daño a las relaciones entre los agentes económicos. Ha hecho fortuna un distanciamiento de empresas y sindicatos entre la sospecha de las intenciones del otro y la simplificación del discurso de señalamiento de los intereses de la otra parte. Si las empresas -sus propietarios y gestores- tienen dificultad para percibir un compromiso con su sostenibilidad por parte de los sindicatos, estos desconfían del reparto real de sacrificios hasta el punto de sentir que solo los han asumido los y las trabajadores. Es importante comenzar por desarmar el discurso. El conflicto como modelo de relación ha resultado muchas veces doloroso para la parte más débil del pulso, que no es la empresarial ni la sindical; ni siquiera “el capital” como se señalaba ayer mismo en algunos discursos como compendio de todos los males de la clase trabajadora. De nuevo, el eslabón débil del conflicto son las personas. Para empoderarlas tan importante como la unión de la fuerza de trabajo es dotarla de recursos individuales y colectivos que la hagan indispensable. Mientras no se entienda que esto es fruto del acuerdo, el esfuerzo por doblar la mano a la otra parte será doloroso; cargado de retórica heroica pero estéril.
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