El crecimiento del número de hogares habitados por una sola persona plantea interrogantes sobre el futuro que atañen, además de la economía, a aspectos como el urbanismo, la psicología e incluso la política. Campos de estudio sobre el que los expertos ya han comenzado a reflexionar en otros países donde esta tendencia está ganando terreno de forma notoria, como Japón o Estados Unidos.
“Está claro que optar por vivir solo es una propensión al alza, aunque todavía no es comparable a lo que sucede en otros países del resto de Europa, porque la emancipación del domicilio familiar es aquí mucho más tardía”, destaca Javier Cebollada. Efectivamente, según un informe de Eurostat del pasado año, los jóvenes españoles abandonan la casa de sus padres a los 29 años, una media tres puntos superior a la del resto de la UE. En general, los países mediterráneos constatan edades mayores de independencia juvenil, mientras que entre los nórdicos son muy inferiores. En Suecia, la media indica que a los 17,5 años los hijos salen de casa de sus progenitores.
El mercado está reaccionando a la oportunidad que presenta este nicho de negocio. “Conforme crezca el segmento de población que opta por vivir sola, las empresas van a ir perfilando sus estrategias de marketing, ofreciendo productos más pequeños, como formatos monodosis, y posiblemente también en las viviendas, con estudios y apartamentos pensados para una sola persona”, añade el profesor de la UPNA.
Pero, además de los compuestos por jóvenes, también haya cada vez más hogares unipersonales formados por personas viudas, fundamentalmente mujeres, ya que su esperanza de vida es superior, y previsiblemente también por individuos separados o divorciados, puesto que se espera que superada la crisis económica derivada de la pandemia, se produzca, como en épocas de mayor bonanza, una confirmación de más rupturas matrimoniales. Con más hogares unipersonales, se originade igual manera un reto para que las personas que vivan solas no pierdan lazos comunitarios. El programa ‘Adinberri’, lanzado por la Diputación de Gipuzkoa, prevé construir en Pasaia apartamentos tutelados para mayores junto a una residencia, con el fin de promover un envejecimiento sostenible que impida el aislamiento social de estas personas.
Aunque hacer un ejercicio especulativo no siempre es sinonimo de ser predictivo, de continuar la caída de la natalidad y el envejecimiento de la sociedad se pueden producir cambios sociológicos con consecuencias a varios niveles. “Las personas mayores, como grupo social, tienden a ser más conservadoras”, dice la socióloga María Silvestre. En Reino Unido, el voto de los mayores de 65 años fue decisivo para el triunfo del Brexit. Sin olvidar los efectos económicos. Una sociedad que no mejora sus tasas de natalidad “genera nuevas demandas a las políticas públicas”, indica la directora del Deustobarómetro, dándose desequilibrios entre población activa y pasiva que pueden dificultar la garantización de las prestaciones de carácter social.