El pasado mes de abril, un anuncio inmobiliario, surrealista pero cierto al mismo tiempo, provocó estupor. Un espacio de 15 metros cuadrados en el “area romántica” de Donostia con un precio de 150.000 euros. Aunque se trata de un caso extremo y por supuesto no frecuente, resume las condiciones a las que debe hacer frente, en muchas ocasiones, una persona que trate de acceder a una vivienda en propiedad o en alquiler sin más capacidad económica que la suya propia.

Aunque el número de hogares unipersonales sigue creciendo, las condiciones de entrada de para quien deciden hacerlo de forma individual -solteros, viudos o divorciados, entre otros- se endurecen cada vez más. Y no ocurre únicamente con la vivienda. Vivir solo implica hacer frente a situaciones financieras que el mercado ofrece de manera proporcionalmente más asequible a familias y otros núcleos de convivencia de varias unidades. Toda esta situación se produce, además, en un contexto de gran inflación.

Como explica Javier Cebollada, catedrático de Investigación de Mercados de la Universidad Pública de Navarra, “a la hora de solicitar una hipoteca, los bancos tienen en cuenta los ingresos de la unidad familiar, y en el caso de quienes quieran vivir solos esta partida se reduce”. “Si no vas de la mano de tus padres o de alguien que te avale, los bancos no te abren ni la puerta”, dice Iraitz, una joven donostiarra de 33 años que estuvo viviendo por su cuenta siete años en su propio piso. “Sin un apoyo familiar no hubiera sido posible. Con una hipoteca a pagar, es importante tener un colchón de ahorros, porque siempre va a haber imprevistos”, indica. El precio de la vivienda en el Estado cerró 2021 con una subida media del 3,7% y acumula ocho años consecutivos de ascensos. Tampoco es nada sencillo para quienes opten por un alquiler, algo escogido en el pasado por muchos jóvenes como un ensayo de emancipación que permitía almacenar ahorros. Antes de que estallara la pandemia, el precio de los alquileres creció un 11% entre 2015 y 2020.

“Estuve viviendo un año de alquiler y ahora estoy en mi propio piso. Pero el ocio se reduce bastante cuando tienes que pagar una hipoteca” dice Endika, de 35 años y vivienda propia en Gasteiz. Es trabajador autónomo, lo que hace “especialmente complicadas” las cosas. Y todas estas circunstancias no afectan solo únicamente a la juventud. “Las personas que se viven abocadas a vivir solas por una situación de viudedad o divorcio afrontan un riesgo de pobreza superior”, indica María Silvestre, profesora de Sociología de la Universidad de Deusto.

Emancipación

A un nivel más cotidiano, otras partidas de gasto también se encarecen. Productos alimentarios con envases familiares que caducan antes de poder ser consumidos, habitaciones de hotel con el mismo precio para una persona que para dos, promociones y ofertas pensadas para parejas pero no para un único individuo... Sin olvidar que en la factura eléctrica se debe abonar un término fijo de potencia que no tiene en cuenta cuantas personas viven, lo que desemboca en que, en términos proporcionales, el recibo del hogar unipersonal sea más oneroso. Es lo que los expertos denominan la ‘tasa single’, una especie de impuesto surgido al calor de la individualización de la vida personal.

“Las formas de convivencia se han diversificado y ya no pasan necesariamente por tener pareja. La soltería ya no tiene la imagen de antes”, dice María Silvestre. Lo corrobora Javier Cebollada. “Cada vez más gente opta por tener una vida sin compromisos. La pandemia ha obligado a aplazar proyectos de emancipación, pero una vez la situación mejore, habrá jovenes que estén en condiciones de hacerlo. El mercado de trabajo se está recuperando, pero también es cierto que los precios de la vivienda han subido mucho”.