Dentro de las citas anuales de referencia mundial destaca, sin duda, el encuentro del World Economic Forum en la pequeña localidad suiza de Davos, a celebrar en esta ocasión del 23 al 26 de enero. El encuentro de líderes empresariales, de gobierno y de destacados organismos sin ánimo de lucro, culturales y entes multilaterales, además del mundo académico, facilita el intercambio de visiones y perspectivas en torno a los retos y desafíos globales y un determinado posicionamiento en torno al estado del arte del mundo en que vivimos. El encuentro supone, a la vez, la presentación de diferentes informes que son elaborados a lo largo del año por los múltiples consejos asesores y grupos de trabajo conforme a la Agenda del Foro en un intenso y amplio proceso colaborativo multi grupos de interés y diverso en lo profesional, cultural, ideológico y geográfico.

En esta ocasión, bajo el reclamo de la Agenda prevista Creating a Shared Future in a Fractured World (Creando un Futuro Compartido en un Mundo Fracturado), Davos destaca la propuesta de un documento base para la reflexión, Global Risks 2018, en su ya decimotercera edición, soportado en la metodología de “encuestas tuteladas” a más de mil líderes mundiales, identificando los principales riesgos globales que no solamente parecería que deban preocuparnos, sino su grado de impacto (previsible) y la probabilidad estimada de que ocurran. En este caso, no solo se trata de predecir el futuro, ni de señalar megatendencias, sino de compartir percepciones formales de los principales riesgos a los que hemos de enfrentarnos y, sobre todo, avanzar un conjunto de políticas y decisiones a tomar para mitigar sus consecuencias negativas. Todo un proceso a la búsqueda de nuevos caminos y soluciones para un mundo necesitado de orientación y certezas.

En este ejercicio 2018, el informe añade a los resultados de la encuesta tres apartados complementarios de gran interés: los principales shocks del futuro, aquellos riesgos ya identificados en el pasado revisando las políticas y medidas que se recomendaron en su día para evaluar su eficacia en el objetivo de solución perseguida y la calidad de los procesos de gestión y toma de decisiones ante los riesgos observables.

Desde luego, no resulta nada sorprendente observar el listado de riesgos y su posición en la matriz impacto-probabilidad, en la que la categoría medio ambiental destaca de forma considerable, no ya por las demandas o movimientos ecologistas tradicionales del pasado ya superados, sino por la envergadura de sus consecuencias negativas cuando los riesgos se convierten en realidad: eventos meteorológicos extremos (huracanes, inundaciones), desastres y catástrofes naturales, aceleración de las fallas fruto de la no mitigación de efectos del cambio climático, o los desastres medio ambientales provocados por el “error del hombre”, por inacción o inadecuada gestión de recursos.

Obviamente, si bien no se ve muy probable que suceda, la utilización de armas de destrucción masiva, es el riesgo de mayor impacto negativo que, pese a no pasar al grupo de máximo riesgo-probabilidad de ocurrencia en sí mismo y pese a inestables liderazgos de fuego y furia, tan de moda, desgraciadamente en estos día, en cambio, se ve interrelacionado con una serie de riesgos asociados que sí cobran peso en su impacto y percepción de posibilidades con consecuencias nefastas para la humanidad: ataques terroristas y conflictos regionales violentos y/o armados. Ciberataques y uso fraudulento de los datos, la información y la comunicación, cobran especial relevancia y, por supuesto, toda una batería de riesgos sociales que además de ser interdependientes de todas y cada una de las categorías de riesgo mencionadas, suponen algunas relevantes consecuencias propias, como es el caso en torno a la migración involuntaria, las crisis alimentarias y del agua, la propagación de las enfermedades infecciosas, el desempleo y la marginación.

En este mapa de riesgos, llama la atención el limitado impacto que generarían los riesgos o fallos en materia económica, citados con frecuencia y a los que, sin embargo, no se otorga una probabilidad muy elevada de producirse. El desempleo y empleo informal, así como un previsible desplazamiento tanto de puestos y modalidades de trabajo, su localización y perfiles profesionales, motivados por las nuevas tecnologías esperadas sustitutivas, crisis fiscales y financieras que ocupan los medios de comunicación diarios, con una generalizada sensación de peligro inminente, nuevas burbujas de activos en las mayores economías, déficits infraestructurales, ausencia de mecanismos financieros adecuados, acceso y disponibilidad energética, deflación-inflación por bloques y economías, fraude y economía negra o ilícita? parecen diluirse cuando se cruzan ambos ejes: su impacto (en caso de producirse) y su probabilidad. Al parecer, la sensación de haber superado la década de la crisis global (hipotecaria, financiera, económica), lleva a un más que relativo optimismo y confianza en que el conjunto de la economía (hoy todo el espacio OCDE crece) conforma un escenario lo suficientemente estable y capaz de abordar sus problemas en una nueva normalidad. Percepción unida a una última categoría: geopolítica, calificada de enorme impacto pero, una vez más, entendible como superable, fruto tanto del aprendizaje compartido, como de la sensación de inevitable tránsito hacia nuevos modelos de gobernanza y reconfiguración del proceso de participación y toma de decisiones que son exigibles. Una lectura optimista llevaría a la aceptación de una importante confianza en la humanidad, en las instituciones y en el bien común que terminarían encontrando la mejor manera de superar las dificultades que la complejidad creciente ofrece.

Como veíamos, un singular mapa de riesgos como el descrito, minimiza de manera aislada el enorme impacto de la economía (o algunas de sus manifestaciones) en nuestras vidas. Sin embargo, en su acción permanente sobre los aspectos sociales, nuestra forma y sistema de vida, nuestra empleabilidad y/o la capacidad de acceso a los elementos clave de una economía inclusiva y de progreso, a la educación, el trabajo y la tecnología, a la transformada sociedad digital de la que ya formamos parte sustancial y, en definitiva, a sociedades diferentes en un mundo interconectado, obliga a abordar procesos permanentes de trabajo y relación compartibles tanto en objetivos, como en resultados.

Así, una de las mayores oportunidades del informe mencionado no está en el total acierto o no de cada una de las partes, riesgos y/o probabilidades de que sucedan, ni de la suerte o desgracia en acertar en un escenario final de llegada, sino en la propia magia del proceso, integradora de todas aquellas áreas de conocimiento e interdependencia de las categorías socio-económicas, medio ambientales, tecnológicas y geopolíticas, en sistemas y disciplinas interconectadas, con la participación multi-agente. Y, entre estos últimos, el protagonismo irrenunciable de las personas en sociedad y de sus gobiernos que siguen siendo pieza esencial en el resultado.

De esta forma, la lectura analítica y crítica de cada uno de los riesgos/impactos/probabilidades aisladas, se ve gravemente afectada cuando se observa desde la lente sistémica e integradora, tanto de la interconexión creciente de los elementos observables, como del cuestionamiento de las reglas e instrumentos bajo los que desarrollan, como de las políticas que rigen su funcionamiento y gestión, no ya para el caso de producirse, sino para su prevención evitando su colapso generador.

Si, por ejemplo, la observancia de una economía cuyos titulares pudieran llevar a la satisfacción superadora de una gran crisis, la conciencia de no haber hecho los suficientes cambios anunciados (e imprescindibles) hace una década, la falta de instrumentos de control y la ausencia de alternativas al modelo preexistente, posibilitarían la irrupción de nuevas crisis . De igual forma, el mencionado documento nos lleva a cuestionarnos sobre el comportamiento potencial perverso que pudieran tener graves riesgos sistémicos en torno a avances dados en principio por positivos para la globalidad de la humanidad: desde el propio comercio exterior y libre intercambio que daría paso al gran mercado global, la tecnología (automatización, robotización e inteligencia artificial) que facilitaría el trabajo, la información masiva y la indigestión de sus toneladas de datos y mensajes acumulados (ni contrastada, ni veraz) o la confortabilidad de poderes (gobiernos y organismos) de espíritu centralista y excluyente de fenómenos crecientes a lo largo del mundo que hacen del “trinomio autodeterminación nacional, identidad cultural y diálogo creativo” su bandera, clamando por el uso de herramientas y conceptos disruptivos (económicos, sociales, tecnológicos) la base de una exigible innovación constitucional con nuevas formas y comunidades multilaterales, una nueva gobernanza como guía de la administración y políticas que dirijan los riesgos y su perversa utilización en soluciones al servicio de ese futuro compartido que se desea construir, mitigando uno de los principales nubarrones de nuestro tiempo: la desconfianza ciudadana ante el Estado clásico y sus instrumentos de poder.

La nueva complejidad en la que hemos de vivir dificulta el acierto y aconseja el esfuerzo y logros permanentes a lo largo del proceso hacia un nuevo futuro deseable afrontando riesgos y desafíos. Su recompensa, sin duda, nos ofrecerá superar obstáculos, mitigar los impactos negativos de los diferentes riesgos y aproximarnos a escenarios deseables más allá de situaciones heredadas no buscadas.