no me extraña que ciertos empresarios no quieran contrato único. A la vista de las posibilidades que les ofrece la actual legislación para contratar empleados temporales, una nueva -y única- modalidad contractual es quizás una amenaza para sus intereses. También me parece normal que los sindicatos se opongan ferozmente al contrato único. Al fin y al cabo, los sindicatos defienden, ante todo, sus propios intereses, luego los de los trabajadores fijos y, en una menor medida, los de los temporales. Allá a lo lejos y al pairo, quedan los parados, que, en realidad, no tienen quien les represente ni defienda, salvo que por representar y defender se entiendan esas apelaciones genéricas que de vez en cuando afloran en las declaraciones y manifiestos de los líderes sindicales y de la mayoría de los representantes políticos.

En España, en lo que al mercado laboral se refiere, están los insiders (los de dentro) y los outsiders (los de fuera). Los insiders son los trabajadores con contrato fijo y los funcionarios. Son los que están dentro del sistema laboral porque son los que más probabilidad tienen de mantener su puesto de trabajo. Durante la crisis, de estos, sólo el 11% ha perdido su puesto de trabajo. Los outsiders son todos los demás. Son los parados y los temporales, que son, a su vez, los que con mayor facilidad se van al paro cuando vienen mal dadas. Casi la mitad (44%) de los temporales ha perdido su trabajo durante la crisis, y si nos fijamos en el intervalo de edades de 16 a 25 años, algo más de dos terceras partes (68%) se han ido al paro. Esto es lo que se llama un mercado de trabajo dual, y representa una de las injusticias más sangrantes que se dan en España, sobre todo durante las crisis.

Es una injusticia tremenda porque consagra la existencia de dos categorías con diferentes derechos laborales con carácter crónico. Están los que sufren y sufrirán cada vez que haya crisis; siempre serán los mismos y cada vez serán más. Y están los protegidos por el sistema, los que difícilmente perderán (perderemos) el trabajo. En pocas palabras: los efectos más crueles de la crisis los pagan casi siempre los mismos y son los que se encuentran más cerca de caer en la marginación social y el desamparo.

Los puestos de trabajo no los crea esta o aquella legislación laboral, sin duda, pues son consecuencia y factor de crecimiento económico, pero la legislación puede ayudar en un sentido y en otro. La pretensión sindical de que todos los trabajadores sean fijos es, en realidad, puramente retórica, un brindis al sol. En lo que a las empresas se refiere, hay diversidad de intereses. A las que basan su actividad en trabajo no cualificado no les interesa tener trabajadores fijos. Sin embargo, a otras sí, sobre todo si el conocimiento y experiencia de su personal son valiosos. Y lógicamente, ningún empresario quiere asumir una gravosa hipoteca cada vez que hace fijo a un trabajador.

Por su parte, a todos los trabajadores les interesa tener contrato fijo, por la seguridad y tranquilidad que esa relación laboral aporta, y la posibilidad que ofrecen de hacer proyectos de vida con garantías. Pues bien, el contrato fijo con indemnización por despido y cuya cuantía aumenta a lo largo del tiempo, puede dar satisfacción, parcial pero equilibrada, a ambas pretensiones. No es la panacea, porque panaceas no hay, pero negarse a debatir su posible implantación es egoísta y retrógrado, y condena a los de fuera a serlo para siempre y a que sean cada vez más.

Pro contrato único

Un tal Pérez

JUan Ignacio Pérez