Bilbao. “Ya están ahí”, asume una empleada de un bar del Casco Viejo de Bilbao mientras se dirige a la puerta para bajar la persiana. Los gritos se oyen cada vez más alto: “Gaur, greba orokorra! Gaur, greba orokorra!”. Son las ocho de la mañana de la sexta jornada de huelga general en menos de cuatro años, la segunda en apenas seis meses. La mayoría de los bares del Casco Viejo están cerrados o con la persiana por la mitad. Quien trabaja un día así conoce de sobra el protocolo. Cuando se acerca el piquete, se baja la rejilla; cuando se aleja, se vuelve a subir.
Pocos son los que optan por enfrentarse a los huelguistas. Ellos también se saben el protocolo, aunque a veces cometan excesos. Este diario se sumó ayer a varios de los piquetes que formaron ELAy LAB en Bilbao para comprobar cómo trabajan un día de huelga y su opinión sobre los recortes. La jornada para algunos empieza pronto, quizá en las cocheras de San Ignacio o en Termibus, o quizá en la entrada de una gran fábrica enclavada en una zona industrial. Otros van directamente al corazón de la capital para hacer que los bares que abren a primera hora de la mañana bajen la persiana. Así sucedía ayer mientras un grupo, alrededor de una veintena, subía por la calle de La Ribera hacia el mercado.
De pronto el piquete decide parar a la altura de La Plaza, cerrada desde primera hora. Unos operarios de la construcción trabajan en la cara del mercado que mira hacia el Arriaga. “¿No sabéis que hoy hay huelga?”, pregunta un miembro del grupo desde la carretera. Al no haber respuesta, un compañero lanza una piedra a los tres albañiles, que no llega a golpear a ninguno de ellos. Uno de los operarios responde desde el andamio, dando a entender que no va a dejar su puesto. “¡Venga hostia, bajad de ahí ya, esquiroles!”, les increpan desde abajo.
Preguntamos a varios miembros del piquete por qué creen que la huelga es necesaria, pero prefieren no contestar. Al paso de un Bilbobus, con no más de media docena de pasajeros, el sindicalista que había lanzado antes una piedra lanza otra que impacta en los cristales del autobús, que pese a todo continúa con su recorrido. Segundos más tarde, la misma persona lanza otro objeto que también rompe el cristal lateral de otro autobús, sin que tampoco el chófer detenga el vehículo.
De nuevo buscamos en una persona del grupo su interés por conocer las razones de este comportamiento, pero ésta al ver la cámara fotográfica manifiesta su enfado. “¿Estáis sacando fotos? ¿Qué queréis, ganaros una hostia?”. El periodista responde que ya ha explicado a sus compañeros que está acompañando al séquito para conocer cómo opera un piquete un día de huelga. Amablemente, el sindicalista dice que no quieren hablar ni ser fotografiados y el piquete reemprende su marcha.
A las diez de la mañana otros dos grupos, más pequeños y con personas más jóvenes, recorrían la zona gritando consignas a favor de la huelga general y lanzando panfletos, con la mayoría de comercios cerrados.
En la Gran Vía una decena de trabajadores de la empresa de antivirus Panda mostraban una pancarta contra los recortes suscrita por LAB en la entrada de las oficinas. Uno de los miembros explica que el comité ha llamado a la huelga contra los recortes, pero matiza que no están impidiendo el paso a ningún trabajador.
Llegamos al punto de encuentro de una gran parte de los piquetes, las puertas de El Corte Inglés, de donde la Ertzaintza ha desalojado a decenas de manifestantes para permitir la entrada de clientes. Un miembro del comité de empresa, que prefiere preservar el anonimato, denuncia que la Ertzaintza no ha permitido realizar “piquetes informativos” en la entrada del centro comercial, y denuncia “brutalidad” por parte de la policía autonómica. Cuestionada por el porcentaje de empleados que han secundado la huelga, esta sindicalista de LAB explica que “en esta empresa hay una política muy represiva”. Asimismo, denuncia que, además de las reformas laborales y los recortes, a la plantilla se les suman las bajadas de salarios aplicados por la cadena de distribución.