El filósofo alemán Fiedrich Nietzsche definió al suprahombre como “una persona que ha alcanzado un estado de madurez espiritual y moral superior al que considera el del hombre común. Es capaz de generar su propio sistema de valores, identificando como bueno todo lo que procede de su genuina voluntad de poder”. Tadej Pogacar encaja ahí.

Mientras se discute la existencia de Dios entre filósofos, científicos y hombres de fe, el ser humano ha evolucionado hacia una nueva raza superior: el superhumano, el metahumano, la hibridación entre el hombre y la máquina.

Los visionarios que trataban de pronosticar el futuro, de perfilar cómo será el porvenir, se entusiasman ante la aparición de unos mechones rubios, de una sonrisa perenne, de un muchacho que viene del futuro en bicicleta. Héroe alado. Pegaso.

Podio final del Tour con Pogacar, campeón, Vingegaard, segundo y Evenepoel, tercero. Efe

Eso es Pogacar, el ciclista que en Niza, al lado de su hogar en Mónaco, se coronó por tercera vez en el Tour, aunque el escenario no fuera París. No necesitó el Arco del Triunfo para cincelar su nombre en el frontispicio de la carrera tras arrasar en la crono. De regreso al trono. 2020, 2021 y 2024 marcan su leyenda.

El astro esloveno iguala con su tercera corona a Philippe Thys (1913, 1914 y 1920), Louison Bobet (1953, 1954 y 1955) y Greg Lemond (1986, 1989 y 1990). Por encima, Chris Froome ostenta cuatro (2013, 2015, 2016 y 2017).

Después asoman los cuatro reyes: Jacques Anquetil (1957, 1961, 1962, 1963 y 1964) , Eddy Merckx (1969, 1970, 1971, 1972 y 1974), Bernard Hinault (1978, 1979, 1981, 1982 y 1985) y Miguel Indurain (1991, 1992, 1993, 1994 y 1995).

“Es increíble, nunca habría pensado en esto. Tal vez algunas personas pensarían que el Giro era una red de seguridad si no triunfaba en el Tour. Y seguramente lo sería si no tuviera éxito en el Tour; si ganara solo el Giro, ese ya sería un año increíble. Esta es la mejor era del ciclismo, la mejor competencia de todos los tiempos. Se podría decir que es la mejor era en la historia del ciclismo”, dijo el esloveno.

"Es increíble, nunca habría pensado en esto en ganar el Giro y el Tour el mismo año. Esta es la mejor era del ciclismo, la mejor competencia de todos los tiempos. Se podría decir que es la mejor era en la historia del ciclismo"

Tadej Pogacar - Ciclista del UAE

Brillo el fulgor amarillo de un ciclista de lujo entre la opulencia de Mónaco y la exuberancia de Niza, un pasillo de dinero, paisajes felices y yates.

El recorrido de la crono final surgió por el trazado del circuito de Fórmula 1. Atravesó el túnel más famoso de las carreras para reptar después hasta La Turbie, sobrevolar el Col d’Eze y desembarcar en el Paseo de los Ingleses. 33 kilómetros de pasarela. Alfombra amarilla para el esloveno, que en otra demostración colocó su nombre en lo más alto.

Pogacar celebra la victoria de su sexta etapa. Efe

El líder completó una crono magnífica, su remate, la sexta victoria, para someter a Jonas Vingegaard por 1:03 y a Remco Evenepoel por 1:14. El podio del Tour. El esloveno venció la Grande Boucle con una renta de 6:17 sobre el danés y de 9:18 respecto al belga.

Mikel Landa, sensacional, registró una gran marca en el cierre. El alavés repudia las cronos, le incomodan, pero el examen final pesa las fuerzas más que la postura, la especialización o la aerodinámica. Fue séptimo, quinto en la general. Soberbio su Tour.

Pogacar representa el sueño de una noche de verano. El síndrome de Stendhal desde que partiera en Florencia. Una obra de arte en movimiento. El esloveno es una fantasía, algo que no existía hasta su anunciación. Pogacar es de ciencia-ficción, una ensoñación. Un personaje de Isaac Asimov. Un androide disfrutón, pizpireto y travieso que ha jugado con el Tour.

Doblete histórico

El esloveno es una Epifanía que se mide con la historia después de aplastar a Vingegaard, dos veces campeón del Tour, y Evenepoel, vulnerables, frágiles frente a un campeón incorregible, implacable, inmisericorde.

La encarnación de un Eddy Merckx moderno. El Caníbal esloveno que todo lo fagocita. Aplastante en el Giro, apabullante en el Tour. De rosa y de amarillo. Nadie desde Pantani había conseguido ambos laureles el mismo curso. Era 1998.

Pogacar, abrazado tras su conquista. LAURENT CIPRIANI / POOL

En 2024, Pogacar, imparable, inaccesible, intocable, inmune, ha derribado todos los hitos y récords sin una mueca de esfuerzo, sin apenas transpirar. Un campeón al que nada le afecta. A solas con el Giro, intimando con el Tour. En ambas escenarios ha apilado seis victorias de etapa y la sensación de apabullar.

Él y sus conquistas intimidantes. Conviene fijar el marco para entender la superioridad obscena del esloveno, triturados de registros como los de Pantani, Armstrong, Rominger… Su nombre ondea en San Luca, Galibier, Pla d’Adet, Plateau de Beille, Isola 2000 y Couillole.

Décadas oscuras pulverizadas al ritmo de una centrifugadora, de un disco de grandes éxitos. Un rayo, un trueno, una tormenta de verano que jamás amainó. Descarga de vatios. Bomba atómica.

Seis etapas

Emperador del Tour que ha dominado cada pulgada de la carrera a su antojo. Tirano. El mejor Pogacar de siempre no dejó que creciera la hierba a su alrededor. Aníbal. La suya fue una victoria por aplastamiento decorada con logros extraordinarios que interpelan al sentido común. Amasó media docena de etapas. Valloire, Saint Lary, Plateau de Beille, Isola 2000, Couillole y Niza. Las contó con los dedos. Huellas dactilares de su Tour fantástico.

En cada cima, registró una cumbre de su superioridad para los incunables de la carrera francesa. Pogacar es una cordillera, todas las montañas del Tour. Dictadura eslovena.

Mikel Landa, tras la crono. LAURENT CIPRIANI / POOL

Vingegaard, que le birló una onza de gloria por media rueda, trató de contener una avalancha imparable. Un niño frente a un gigante. Monstruosa la diferencia entre ambos. El danés alcanzó la salida de Florencia tras rehabilitarse de una durísima caída en la Itzulia. 

La era de Pogacar

El campeón del Tour de 2022 y 2023 no pudo alcanzar su cenit. Tal vez la pelea hubiese sido diferente, pero se antoja improbable combatir la versión del nuevo Pogacar, evolucionado, mejorado, hipermotivado, inimaginable.

Ambicioso al extremo, el Tour del esloveno ha sido un paseo por la Riviera a través de montañas que colecciono a modo de un excursionista. Tan superior que la incertidumbre eran sus poses en las victorias.

Redujo a sus rivales a escombros. Apenas unos muchachos persiguiendo un meteorito. Sideral la distancia. El apogeo de un ciclista sin sombra. El sol que ha derretido al campeón que vino del frío, que lo ha licuado.

Evenepoel tampoco pudo aproximarse a un ciclista mayestático, imparable desde Florencia a Niza. El Tour del Renacimiento era en realidad el de la representación de otra era. La de Pogacar. El futuro.