Hubo un tiempo en el que el Monte Grappa, incrustado en los prealpes Vénetos, se llamaba Alpe Madre. Nada como una madre. En las rampas de la montaña, un puerto descomunal, 18,1 kilómetros al 8,1% de pendiente media que se subió dos veces, a Tadej Pogacar le arropaban las banderas eslovenas que festoneaban la ascensión. Le recordaban que estaba en casa, al calor del hogar de Eslovenia, aunque la mole elevaba su belleza cruel en Italia.
La cima la remata un mausoleo conmemorativo de las batallas que se libraron en el Monte Grappa durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Un monumento recuerda aquellos días siniestros, de muerte y destrucción. Los restos de soldados italianos y austro-húngaros, más de 12.000 combatientes, muchos de ellos anónimos, descansan en ese lugar.
Décadas después, el Giro celebra la vida. Nadie la representa mejor que Pogacar, pura vida en una montaña fronteriza que le unía a sus orígenes, a la placenta de su madre.
En esa montaña, que fue el Alpe Madre, el líder del Giro era el hijo pródigo, el niño que nació para iluminar el ciclismo. Nacido para ganar, pero también para disfrutar y hacer felices al resto. Lo más importante y serio fue pasarlo bien. El goce como expresión máxima de la vida.
Una sonrisa cautivadora y una reverencia enmarcaron el festejo de su sexta victoria de etapa en un Giro que es suyo. En Roma le espera el trono rosa. Al esloveno no le alcanza con una mano para resumir su obra de arte.
El meñique por el Santuario di Oropa, el anular por la crono de Perugia, el corazón por Prati di Tivo, el índice por Livigno y el pulgar por el Monte Pana. La mano que empuña el Giro. Otro dedo para señalar Bassano del Grappa. Un obra maestra.
Victoria por aplastamiento
Otra cumbre del esloveno a un dedo de la gloria eterna en Roma. La visitará por primera vez con una corona de laurel después de otra actuación prodigiosa. Llegará a la ciudad eterna con unas rentas desconcertantes. 9:57 sobre Daniel Martínez y 10:26 sobre Geraint Thomas, sus compañeros en el podio.
Doblado el Monte Grappa tras un ascensión impecable, destruida cualquier oposición en otro exhibibión, la exhalación rosa se deslizaba por el tobogán, un niño feliz que buscaba los brazos de su madre después de ajusticiar a todos en el Monte Grappa.
Tras de sí, quedaron los escombros del Giro. El esloveno, la nada y los humanos. Campeón de cuerpo entero, dominador implacable, se personó en Bassano del Grappa. Un hombre solo y al comando con seis triunfos de etapa en las alforjas. A pesar de ello, Pogacar sigue siendo ese muchacho que corre en bici por el placer de hacerlo. Puro deleite.
De niño a niño
Por eso, cuando un niño, vestido del Astana, le animó corriendo en paralelo, Pogacar se vio reflejado en él. Tomó un botellín que le ofreció un auxiliar y se lo entregó al niño. Algo para recordar. Ídolo para siempre. Gozaba Pogacar, exultante en el juego de niños del Giro.
El esloveno, colosal, minimizó al resto. El grupo con Daniel Martínez, Thomas, Tiberi y O’Connor asomó a más de dos minutos de la celebración del todopoderoso Pogacar.
El Monte Grappa es un montaña museística, el arte de la naturaleza en su máximo esplendor. La carretera, estrecha, las herraduras que bambolean agitadas por la calma eléctrica de los arces, los abetos blancos y el árbol de lima son una visita guiada por el placer.
Laderas exuberantes, el verde que crece entre las rocas. Ese es el señuelo. La hipnosis que provoca una belleza lacerante, el viaje por lo hermoso que exige un sacrificio mayúsculo.
Enorme Pellizzari
La montaña es un mesa de autopsias, una radiografía del alma. Cuando se llega arriba tal vez se hayan evaporado los 21 gramos en los que está tasada la espiritualidad recóndita del ser humano, una marioneta en manos de la naturaleza salvaje y sus leyes.
Pelayo Sánchez, magno en el Giro, y Pellizzari, el hombre al que Pogacar le regaló las gafas y la maglia rosa días antes, abrieron las fauces de la bestia en el segundo paso por la cámara de tortura. Giro al infierno y a los adentros de cada uno. La supervivencia como única escapatoria.
En la montaña, constante en su dureza, infinita, se escuchaban las arengas de la afición que hacían eco en los cuerpos, cada vez más vacíos, deshabitados. Rostros de fatiga, narices chatas, boxeadas por el esfuerzo. A Pelayo Sánchez se lo tragó la montaña.
"Tenía buenas piernas. No tenía que ir a tope en el descenso. No puedo describir lo que sentí en la cima con toda la afición. Para mí, esta etapa era otro test. Quería acabar el giro con buena forma y buena mentalidad"
Pellizzari, pizpireto, continuaba con su búsqueda de la Luna. La señalaba el UAE, enfilados para lanzar a Pogacar, el hombre que vuela. El líder deseaba hollar el Monte Grappa. Pellizari, orgulloso, no iba a rendirse. No estaba en sus planes. Tendrían que someterlo. El italiano, consistente, bravo y respondón, desgató a varios peones del fenómeno esloveno.
Sacudida de Pogacar
Majka, el alfil de Pogacar, cambió el paso. Allegro ma non tropo. Suficiente para retratar a Thomas, un cuadro de El Greco. Pogacar, el chispazo que no cesa, atacó dos planos después, apenas una sacudida cuando restaban 5,4 kilómetros para la cima, a 36 de la meta. Por detrás, el hundimiento. Daniel Martínez se arrugó. Tiberi se plegó.
Pogacar era un rayo partiendo la montaña. Fulminó a Pellizzari, glorioso y valiente. El líder se quedó a solas con la montaña en otro capítulo para la historia, para su epopeya rosa. Se abrió paso Pogacar, como un Moíses entre las aguas. Tuvo que apartar a la gente, que le quería tocar, como a una reliquia. Dios Pogacar frente a un muro humano. El mundo a sus pies.
Abroncó a más de uno el líder ante esos pésimos aficionados, más pendientes de su ombligo que de respetar a los ciclistas. El líder, con su travieso mechón anunciando su presencia, ganó la cima con casi dos minutos sobre el grupo de Daniel Martínez, Tiberi, Rubio y Pellizzari.
Thomas, que acumulaba un ramo de segundos más de retraso, se unió. Al igual que O’Connor. El líder infinito, Alfa y Omega de la carrera, en otra dimensión, inasible, el esloveno que enamora cerró el Giro haciendo una reverencia. Bravísimo. Pogacar es un gozada.