Han pasado más de 40 años desde que el club Anaitasuna Berri, antecesor del actual Anaitasuna-Kakute Xake Taldea de Azkoitia, tuvo la descabellada idea de tratar de incluir su nombre en el Libro Guinness de los Récords. El objetivo que se marcaron fue batir el registro del ajedrecista canadiense Branimir Brebich, quien en 1978 se midió a un total de 575 jugadores en 28 horas, saldando el reto con un balance de 533 victorias, 27 tablas y 15 derrotas. Una vez determinado el desafío, solo quedaba elegir al protagonista del reto y la fecha para llevarlo a cabo. El elegido fue José Luis Larrañaga, un prometedor y jovencísimo ajedrecista del club azkoitiarra, y la fecha, el 27 de noviembre de 1982. A las 17.00 de aquel día, el abarrotado salón de plenos del Ayuntamiento de Azkoitia fue testigo del primer movimiento de Larrañaga y, con él, del inicio de un auténtico maratón de partidas que puso a prueba su resistencia física y mental.

La marca de Brebich parecía un muro difícil de superar, tanto por la duración del desafío como por el número de partidas a jugar. Sin embargo, lo logró.

–Desde que comencé el desafío el viernes, 27 de noviembre hasta que concluyó a las 0.42 del domingo, 29 de noviembre, pasaron 31 horas y 42 minutos. Cuando decidieron poner el punto final me había enfrentado a 605 jugadores y había sumado 535 victorias, 42 tablas y 28 derrotas. En ese momento ya había batido el registro de Brebich y había conseguido que mi nombre se incluyera en el Libro Guinnes de los Récords de 1983.

El reto fue muy exigente, por el trabajo mental que supone gestionar tantas partidas diferentes y por el hecho de que se tuviera que llevar a cabo sin tiempo para el descanso.

–Lo recuerdo como un combate de boxeo de 32 asaltos con cinco minutos de descanso entre asalto y asalto. Jugaba una hora y descansaba cinco minutos que aprovechaba para comer algo, si tenía hambre, y beber agua o un zumo. También para hablar con el psicólogo y el médico, o con los miembros de la organización, que no paraban de animarme. Pero para cuando me daba cuenta, la campana volvía a sonar anunciando que el descanso había terminado, y tocaba volver a los tableros para continuar con las partidas pendientes.

Otro de los retos fue logístico. Una de las exigencias para validar el récord era que no podía medirse más de una vez con un mismo jugador y otra que los 25 tableros debían estar ocupados en todo momento.

–El intento de récord hubiera quedado invalidado si en algún momento hubieran coincidido varios tableros vacíos. Era un riesgo grande pero la organización hizo un trabajo espectacular. Estuvieron cuadrando horarios, jugadores y autobuses para traer a Azkoitia a ajedrecistas de otras localidades. El flujo de jugadores no podía detenerse en ningún momento. Recuerdo que hubo algún problema puntual en la madrugada del sábado y me indicaron que alargara las partidas para dar tiempo a la llegada de más jugadores. Al parecer, uno de los autobuses había fallado y corríamos el riesgo de tener varios tableros sin jugadores.

“Se organizaron autobuses de jugadores de otros pueblos para que todos los tableros estuvieran ocupados siempre”

Entre tantos ajedrecistas habría jugadores de distintos niveles. ¿Cómo gestionaba las partidas contra los más expertos?

–Muchos de los contrarios eran jugadores aficionados pero también había federados animado por participar en el intento de récord. A medida que avanzaba la partida, detectaba quién tenía más nivel y quien menos, y veía en qué tablero iba a tener que dedicar más tiempo al movimiento y donde menos, pensando en el siguiente rival, si este era más fuerte.

El reloj marcaba las 0.42 horas del domingo 29 de noviembre cuando sonó la campanilla por última vez: el reto había finalizado. ¿Qué sintió al saber que había superado la marca anterior?

–Me pilló de sorpresa. Cuando me dijeron que había finalizado el reto no tuve una sensación especial de euforia. Creo que lo que sentí fue una gran tranquilidad. Estaba tan tensionado y tan centrado en lo que estaba haciendo que no fui capaz de tener otro tipo de reacción.

¿Cuál fue el premio al que se hizo acreedor por haber entrado en el Libro Guinness de los Récords?

–De todo lo que recibí de Guinness solo conservo el diploma que da validez al récord. También me dieron una corbata pero no sé dónde está. Me la puse una sola vez y, supongo que después de verla durante años dando vueltas por casa, acabaría en la basura. También recibimos un ejemplar del Libro Guinness. Se quedó en las oficinas del club pero, a día de hoy, ha desaparecido, no sé dónde está.

¿Qué eco tuvo el récord en los medios de comunicación?

–Hice algunas entrevistas a nivel provincial y también a nivel nacional. Recuerdo que me entrevistaron en Radio Nacional de España y en ETB, pero poco más. La noticia del récord sí tuvo repercusión en el mundo de los clubes de ajedrez, pero solo durante un par de años. Al final, todo volvió a la normalidad. Seguí compitiendo como un jugador más entre los años 80 y los 90. Fue una época en la que le dediqué mucho tiempo al estudio del ajedrez, a analizar jugadas, aperturas… Luego me centré en la familia y el trabajo, y el ajedrez pasó a ocupar otro lugar en mi vida. Aún juego, pero muy poco.

“El Libro Guinnes no es mi mejor recuerdo en el ajedrez; mi mayor alegría fue enfrentarme al campeón Gary Kasparov”

¿Este récord fue la mayor alegría que le dio el mundo del ajedrez?

–Pues la verdad es que no. Nunca olvidaré haberme enfrentado a Kasparov en una competición organizada por la Federación Guipuzcoana de Ajedrez. Se midió de manera simultánea a 25 jugadores entre los que estaba yo. En 1985 y 1987 el ajedrecista invitado a tomar parte en esa misma competición fue el campeón ruso y gran rival de Kasparov, Anatoly Karpov. También me enfrenté a él y puedo decir que en ambas ocasiones las partidas terminaron en tablas. En 1986, sin embargo, el protagonista fue Kasparov. Para mí, y para muchos especialistas de ajedrez, es el mejor jugador de la historia, por encima de Magnus Karlssen, el número uno actual, y el recuerdo que me quedó de aquel día fue imborrable.

¿Cómo fue el duelo contra su ídolo?

–Llegó un punto en el que el resto de las partidas había finalizado y solo quedamos él y yo en juego. Mi posición era buena, estaba orgulloso de haber llegado a ese punto de la partida con tres peones y un alfil, mientras que él tenía tres peones y un caballo. Tan solo fueron unos minutos de intercambio de movimientos y, por supuesto, me ganó, pero esa sensación de estar midiéndote, frente a frente, al Messi del ajedrez es, sin lugar a dudas, el mejor recuerdo que tengo y que tendré en este deporte.

Se dice que lo que no aparece en los medios no existe. El ajedrez no es un deporte con gran repercusión mediática. Sin embargo, son millones los jugadores que hay en el mundo. ¿Cuál es el estado de salud?

–Hace décadas se podía ver cómo una actividad para aquellos que no valían para otros deportes. Un ejemplo podría ser yo, un tipo pequeño, enclenque, que no tiene aptitudes para el fútbol, para el baloncesto o cualquier otro deporte en el que prima lo físico, y que se anima a probar con el ajedrez y ve que le gusta. Pero esa percepción ha cambiado. Se ha trabajado mucho para cambiar la imagen de este deporte y, poco a poco, se están consiguiendo resultados. Me atrevería a decir que el ajedrez está de moda en estos momentos.

¿En qué se sustenta para decirlo?

–Durante el confinamiento fue un recurso útil para muchos personas, que vieron en el ajedrez una oportunidad para aprovechar la infinidad de horas muertas que pasamos encerrados tanto para jugar con los de casa como para hacer uso de la plataforma de internet y medirse a jugadores de cualquier rincón del mundo. Tampoco se puede perder de vista el fenómeno mediático que supuso la serie Gambito de dama. Fue un éxito a nivel mundial y despertó el interés por el mundo del ajedrez entre personas que de otro modo no se hubieran acercado a este deporte.