l amor y el odio, la gloria y la miseria se abrazan en la Italia de Mikel Landa, donde el alavés conoce a qué sabe el champán y la hiel. Landa es refractario a izar la bandera blanca. Ese impulso, la fe en sí mismo, le han situado nuevamente en el podio del Giro siete años después. Antes de partir de Budapest, Landa calculaba que “si todo va bien, sé que voy a estar delante. Me siento bien una vez más para este Giro y, después de la caída del año pasado, tengo una nueva oportunidad, me siento muy bien y estoy seguro”. Acertó el de Murgia con su vaticinio. Tercero tras Hindley y Carapaz. Landa no tiende a regocijarse en el dolor. No se retuerce la memoria del alavés en la escena que le recuerda en el suelo, dolorido, prendido por el infortunio y el quebranto el pasado año en Cattolica. Se levantó para volver.
“No por haberme caído tengo miedo de volverme a caer. No tengo ese miedo, aunque en el momento te asustas”, reconoció Landa. El ciclista alavés es consciente de que el Giro le imanta irremediablemente a pesar de que le ha mordido con furia. El de Murgia ha participado en siete ocasiones en la Corsa rosa. En su biografía en Italia aparecen los días bonitos de las conquistas y las jornadas turbadoras, de zozobra, de abandonos y caídas. La conexión de Landa con el Giro se produjo en 2014, pero es una experiencia ajena a sí mismo. Demasiado joven, inconsciente aún de la historia que redactaría. Landa y el Giro se abrazaron con devoción en 2015. Ese fue el comienzo.
Podio y dos etapas
El burbujeante Landa de 2015 era aquel muchacho que lloró por las órdenes de equipo cuando volaba libre y anidó en el podio después de coserse en su pechera de indomable dos etapas en Aprica y Madonna di Campiglio. El kilómetro 0 de Landa se sitúa en ese Giro, donde se agarró al manillar de dejarse llevar. El deleite y el disfrute como norma de entender el ciclismo. Aquel fue el Landa más puro. El que respondía a su instinto, a ese modo de entender el ciclismo como un acto que reivindica lo lúdico. “Era bastante inconsciente con lo que estaba haciendo aquellos días en 2015. Mi objetivo era ayudar a Aru e intentar ganar una etapa. De ahí a lo que salió, ni imaginármelo”, apuntó Landa sobre aquella experiencia. “Fue la leche, increíble, pero me llegó así y tampoco le di importancia. Lo corrí, lo disfruté y ya está”. Su exhibición le situó en el escaparate de la alta joyería. El monárquico Sky lo quiso. Imaginaban a Landa reinando en Italia. Ocurrió que Italia es una república.
Problemas intestinales
Landa era el ciclista señalado por muchos como la figura emergente de aquel Giro. Pero el azar, juguetón, le había reservado un abandono. Tuvo que dejar la carrera el alavés por culpa de problemas intestinales, icónica su imagen acompañado en la derrota por sus compañeros de equipo. “Me fui a casa con un problema gastrointestinal”, rememoró del primer desaire que el Giro tuvo con él. Le mostró el lado oscuro de la Luna que brilló en 2015. El Giro, la carrera que le apasiona y ama, también le mandó a la lona un curso después.
Caída y una semana en fuga
Quería encarar Landa el reto del Blockhaus, pero le tiró una moto de carrera. En el asfalto acabó el sueño de regresar al podio. Landa volteó aquella desgracia y persiguió, obsesivamente, un triunfo redentor. Encontró alivio en una victoria de etapa. Su memoria enfatiza aquel pasaje reconfortante. “La última semana la pasé en fuga. Es el Giro del que mejor recuerdo tengo. Fui con expectativas de pelear por la general y me caí, pero fui capaz de darle la vuelta a la situación y fui a por una etapa. El primer día lo intento y pum, segundo, el otro día, tercero... Me costó varios días conseguir el triunfo. Cuando consigues algo después de pelearlo tanto, de lucharlo, de desearlo, se disfruta mucho más. Y ese recuerdo es el que me quedó de aquel Giro”, analizó el de Murgia.
Carapaz y el 4º puesto
Esas dos sensaciones, la de la avería y la redención, cohabitan en Landa cuando pisa Italia. Se siente en casa, pero también percibe su vulnerabilidad. Retornó en 2019 con la idea de repetir el festín de 2015. Miraba a lo más alto. Ocurrió que Carapaz, con el que compartía mandato en el Movistar, pudo con él. El ecuatoriano se impuso en el Giro. Landa trabajó para él. “Carapaz estaba mejor y me tocó apoyarle. Y fue el mejor”. A Landa no le quedó ni el consuelo de una victoria parcial. Pello Bilbao, compañero ahora en el Bahrain, le derrotó en el mano a mano en Monte Avena. “Casi gano, pero ganó Pello aquella etapa en Monte Avene y me quedé a 8 segundos del podio”. Camino de la Arena de Verona, en la crono de cierre, se quedó colgado de la percha de la cuarta plaza.
Caída y abandono
La última escena de Landa en el Giro, antes de la sublimación de la presente edición, conduce a los gritos de dolor sobre el asfalto de Cattolica. Después de haber despertado entusiasmo el día anterior, el de Murgia se fue de la carrera con la banda sonora de las sirenas de la ambulancia abriendo el aire de la carrera italiana. El mejor Landa, el que voló en Sestola, se hizo añicos a cuatro kilómetros de Cattolica. No hubo piedad para él. Se astilló en una fea caída. Roto. Landa tuvo que abandonar el Giro de Italia en ambulancia con la clavícula y cuatro costillas rotas. No pudo ponerse en pie el de Murgia, un ciclista en el que conviven las sonrisas de los días felices y las muecas de la amargura.