lgunos de ellos andan fuera de la ley o no se dan por aludidos, como si la cosa no fuera con ellos, silenciosos e insinuantes. Son rebeldes con y sin causa, aventureros, ligeramente dispersos y anárquicos hasta que "la chata, la jefa, la madre" -la señora de la casa- no diga lo que se debe hacer y cuándo en lugar de lo que a uno le agradaría justo en ese preciso momento. Rápidos con el revólver, y con la lengua y los pensamientos, que manejan con la maestría y la experiencia para elegir el lugar, el momento y el destinatario de la pólvora y las sentencias que desarman al adversario; más que con sus piernas, que a menudo se retrasan para llegar un segundo más tarde, y lumbares, y caderas algo entumecidas y desobedientes. Piadosos con el paso del tiempo e implacables con el adversario.
Campeones de la vida y peleones del oficio, en el que todavía emplean las artimañas de antaño y, sin bien unos pocos han atemperado el carácter, la ansiedad y el espíritu de competición, los retos y la competencia, otros, los mantienen inalterables y con acento esdrújulo. Ninguno pisa terreno del adversario, ni permiten que éste invada el suyo propio.
Dodge City, ciudad sin ley, escenario de sus correrías, allí donde se desarrollaron los acontecimientos cuando los pistoleros todavía eran jóvenes, levantó sus decorados de desafío y duelos para según quienes; uno al lado del camino, para los de primera línea y mayor número de muescas en su colt y el otro para los jóvenes que estaban empezando y debían de ganarse el honor para ocupar un centímetro del principal. Paco y Gereñu se armaron de valor y hierros para convenir un encuentro de los viejos pistoleros y no hubiera víctimas. Gamarra ha vivido décadas de prosperidad, convirtiendo sus frontones en fábrica de campeones y lugar de paso de vaqueros de pelo y medio y pistoleros de renombre. Sólo Tombstone, donde las vocaciones iban con sotana, aguantaría la comparación. Entre Gamarra y el Seminario la leyenda del Salvaje Oeste pasó a la posteridad y magnificó la figura de los pacificadores, los Wyatt Earp del frontón.
El pasado sábado, el principal de Gamarra, reunió a curiosos, familiares y pelotazales, en activo y sólo espectadores, en torno al combate definitivo en el que tuvieron lugar los penúltimos desafíos. En O.k. Corral, bajo un tórrido sol y un ambiente irrespirable, entraron en escena los viejos pistoleros de la goma alavesa. Jesús y Onofre se balearon frente a Aníbal y Cid, a quienes superaron por 30 a 23 perdigonazos. Ninguno de los cuatro perdió la sonrisa y, a su ritmo, prendieron la mecha del gran combate con el enfrentamiento de los octogenarios; Onofre, el carismático de sonrisa eterna, se llevó los elogios de la concurrencia. Otro de los legendarios de más edad, Luis, prefirió batirse con los jóvenes que nacieron en la década de los 50 -"nada que hacer", confesó, "me han destrozado"- que con lo de su quinta, "donde todo hubiese sido muy distinto". Salió a escena junto a Ángel para caer con estrépito (15-30) frente a Moisés y Vallejo, que aprendió tarde y en la escuela de la calle, "pero que le pega que asusta", dijeron los comisarios. La cosa fue calentándose con la salida a la pasarela de los sesentones, aunque alguno no los haya cumplido todavía. Julián se colocó por delante de Fernando, un hombre recio y de mucho carácter, vendido las más de las veces ante la impiedad de Bueso y la calma y el sosiego de Azpiazu, que acabarían imponiéndose 30-25. En el estelar de la matinal universitaria, los más recientes, quienes aún se atreven con los campeonatos oficiales, los que rondan los cuarenta. Tampoco hubo color. Los cronistas de la jornada, hubo varios, cuentan que "las parejas no estaban bien hechas, que había cierto desajuste...". En fin, Gereñu el pim, pam, pum y Temprano II, doctor honoris causa entre los doctos más doctos, no encontraros rival en el dúo Kortazar-Gereta, a quienes doblegaron por un 30-18 que lo dice todo; "quisimos alargarlo un poco, pero ni por esas", reconoce Gereñu.
La gran pelea la presentó Joserra, Gallito de Basauri, que enloqueció con tanto Iker en el duelo de mocetes y dispuso la intendencia, la supervisaron Paco y Pablo, promotores, la ejecutó Iker e hizo de Marcial Lafuente Estefanía, de relator gráfico, Luis Blazkez, el cuñado de Rafa, el juez imparcial y benévolo en cada uno de los asaltos; hasta Bueso, "el pupitas", ha dado su particular y linda visión de la cita en las redes que tanto domina.
El tiroteo se cerró con una comida donde el líquido acompañante alegró un poco más de la cuenta a alguno de los comensales. Muchos de ellos apenas pudieron contener las lágrimas al recordar a los que se fueron, los míticos Marcelino y José Antonio, los Temprano I y Retana, y Andrés, homenaje sincero y póstumo a los viejos pistoleros que se fueron por donde el sol se esconde, como los vaqueros buenos.
Otro míticos se quedaron fuera o llegaron tarde, por lo que se entiende, habrá una segunda edición y quizá una tercera: "bufff, quita, quita...ya se verá, que sólo hemos acabado con ésta, que ha sido como una reunión familiar donde tanto abuelo y tíos abuelos no paran de protestar y pelear entre sí", certifica el organizador cuando baja el telón tras los créditos. Ha debido ser duro sacar adelante "lo más bonito del año, pero lo más duro".
Las viejas glorias del frontón de Gamarra, ese que, a lo largo de los años, se ha convertido en la Universidad de calle de los paletistas, que abría a las ocho de la mañana y cerraba cuando los participantes saltaban la valla porque el responsable municipal ya se había ido a casa, dejándoles a su antojo, en los meses de verano, cuando las pesetas primero, los duros después y los euros al final iban de mano en mano según marchaban los acontecimientos y el resultado.
Duros de pelar, cascarrabias, hombre de carácter y buen pulso, algo entumecidos, achacosos quizá, pero indómitos, incontrolables, infalibles y orgullosos. Libres y dispuestos para la pelea. Pendencieros y justos. Valientes y eternos. Las leyendas de Gamarra, los forajidos del frontón.
Nota del autor: el arsenal dispuesto para la ocasión había que verlo, sólo los poderosos eran capaces de moverlo: "esa goma pesaba un quintal", se escuchaba decir. l