Deviazione. Todo suena mejor en italiano. Hasta los desvíos y los extravíos poseen en Italia otro aire menos dramático y solemne, como si todo se pudiera solucionar con un espresso en una terraza hablando con las manos. Tan en serio se toma Italia a sí misma, que en realidad es un comedia bufa e histriónica. Un movimiento de manos, mucha gesticulación y griterío. Nada es suficientemente importante. Es liviana la bota en su grandiosidad. La sabiduría hace que se ría de sí misma.

Por eso, cuando Evenepoel atacó cuesta arriba, en un repecho, y a él se encolaron Pogacar, el líder de la Tirreno-Adriático, y Vingegaard, el traslúcido danés, pareció que sería el todo. El big-bang. Una misa pagana de los elegidos. Un instante mayestático. Atrás, donde estaba Landa, el movimiento de los gigantes dejó huérfano a Landa y al resto. Pero en Italia nada es lo que parece. Todo es un trampantojo. Un baile de máscaras.

PERDIDOS

Así que cuando se afiló el descenso, Evenepoel, al que le tirita el recuerdo desde aquella brutal caída en Il Lombardia y le hace rígido sobre la bicicleta como si fuera una estatua de mármol, aquello que pespuntaba como un asalto magnífico, derivó en un episodio cómico.

Los tres, uno detrás del otro, equivocaron el camino. Hicieron un recto donde se dibujaba una curva. El giro estaba protegido con una de esas bandas de plástico que sirven para todo. Una señalización a la italiana. Evenepoel, Pogacar y Vingegaard, que perseguían a los aventureros de los que salió el festejo de Warren Barguil, se perdieron a la vista de las cámaras. Engullidos por las cosas de Italia. Torcidos en la curva con un recto. El error de trazada alivió al resto. "Sin el error, la etapa podía acabar de otra manera", deslizó el esloveno.

Desde la carretera a la que se fueron de excursión, asomó Pogacar casi de inmediato. Hasta cuando se confunde acierta. Se corrigió de fábula el chico maravilla esloveno. Apenas dos pestañeos después, el líder se reinsertó en el grupo y se acodó en la calma. Vingegaard resolvió la maniobra con celeridad. A Evenepoel, que comandaba la bajada, le costó más darse la vuelta y recuperar la trazada original de un final en Fermo que parecía el gemelo del remate de la Strade Bianche.

VICTORIA DE BARGUIL

Hacía él se dirigió Barguil, el mejor de la fuga, al que el sol le iluminó el rostro en un plano con final feliz. Era un amanecer para el francés aunque el sol se iba recostando hacia el crepúsculo. Barguil no se subía al triunfo de una carrera del WorldTour desde 2017. “Es un sueño”, dijo, antes de asegurar que llegó con “las piernas jodidas”.

Las de Pogacar, Evenepoel y Vingegaard, las más frescas y eficaces, se serenaron después de perderse durante unos segundos del trazado original.

Recogidos en el estómago del grupo, amainaron los caballos de la exaltación a la espera de la etapa de este sábado, que es la que determinará la jerarquía de la Tirreno-Adriático. El desajuste de los mejores dio impulso a la pértiga de Barguil. El francés serpenteó por el callejero de Fermo y su calzada de pavés emparedada entre casas que testifican su esplendor medieval. Una belleza hipnótica.

Se antojaba la preciosa llegada sobre Fermo el preludio de otro Pogacar imperial, otra postal del esloveno como la de Siena. Pero la ceremonia de la confusión del esloveno, el danés y el belga, que se reunieron con el resto de favoritos, concedió metraje al francés, el mejor de la fuga, que celebró el error de Evenepoel, Pogacar y Vingegaard. Barguil, que se reencontró consigo mismo, no confundió el camino al triunfo.