- Conviene darse prisa en el desierto, que es un ser vivo de brazos ardientes, atosigante, una corbata apretada de agobio y arena. No conviene estar demasiado tiempo bajo el sol para que las alucinaciones no le confundan a uno. Santiago Buitrago, joven colombiano del Bahrain, un equipo del desierto, no perdió el norte. Se encaramó al liderato del Saudi Tour, enredado el recorrido en ese cinemascope de arena y nada. Buitrago encontró el oasis en el que sació su sed de victoria -etapa y liderato-, el primer sorbo refrescante para el Bahrain en medio de un paisaje de aspecto lunar, por las piedras, y marciano, por el color rojizo de la tierra. Tierra yerma, desnuda, baldía, árida.
Buitrago, un zahorí, dio con el pozo de la felicidad en la cima de Abu Rakah, un muro de 1.600 metros al 7,7% de desnivel que remataba la segunda jornada del Saudi Tour. El colombiano manejó el final con inteligencia. Dejó que Oss se quemara y que Bagioli, más veloz que él, se asfixiara marcando el ritmo de la ascensión. Descartado Oss, Buitrago se encoló al italiano, al que dislocó al final para bautizarse en el desierto.