aite es una campeona del mundo precoz; se ha agarrado a la xistera como un náufrago a los restos de un barco en plena tormenta en mitad del océano. “La cesta punta es su tabla de salvación, la que le da fuerza y moral”, dice su madre Ana. Maite Ortiz de Mendívil cumplió los 16 el pasado septiembre. Es una niña que ha crecido muy rápido. El último año, sobre todo, ha ido a mil; “a tope”, dice ella. Un año y poco en el que el tiempo ha volado y su cuerpo y mente han debido evolucionar a la velocidad de la luz.

Un poco a la deriva y dejándose mecer por las olas, sin parar de remar, en cuanto en el horizonte apareció marcada una línea y un punto de tierra. “No teníamos ni idea de si iba a haber o no mundial”, reconoce, “pero en cuanto hubo una fecha nos pusimos a trabajar”. Roberto Lekue, el seleccionador, embarcó al equipo con destino al campeonato y comenzó por preparar a conciencia a su tripulación. Empezaron ocho y terminaron las cuatro que jugarían luego la final. Fueron muchas horas de trabajo físico y carreras en el Centro de Tecnificación de Larrabide para poner a tono el cuerpo, mucho ensayo y esfuerzo y sacrificios, también en casa, para “prepararnos a conciencia para la cita mundialista”. A contrarreloj, poco a poco “pero sin parar”. Maialen Aldazabal, Ihart Arakistain y su compañera Eneritz Lizardi aguantaron la brega. Una chavala de Berriatua, otra de Sopelana, la tercera de Mutriku y ella, Maite, vecina de Antezana de Foronda, de aquí al lado. Una mezcla perfecta que coincidió en la final del Mundial celebrado en Íscar, Valladolid. “Habíamos perdido ante ellas en la primera fase pero, en la final, supimos controlar mejor los nervios”, explica. Un año y algún que otro mes, pocos, para preparar la cita y conseguirla. Precoz y a toda leche, no vaya a ser que no le quede tiempo para nada.

Una joven con carácter, fuerte pero “muy sensible”, deja dicho su ama, que añade: “ha aprendido y se conduce por unos valores que están por encima de todo: la humildad, el trabajo”. La amistad y la familia le importan más que cualquier otra cosa; “es una Beltrán de Heredia”, sentencia. Le echa cera a la rúbrica y pone el sello.

Entre la madre y la tía Maite “me llevan a todos los lados”, agradece la cría, enamorada de la cesta punta desde que se estrenó en el frontón a los 9 años, a rebufo de Urtzi, -“por mi hermano empezó todo”- y seguidos del mayor, Ibai. Los dos lo han dejado. Las mujeres de casa, la abuela no -Marisol está para otras cosas-, son quienes se encargan de que la niña no se pierda un entrenamiento en Zumaya y, sobre todo, “quienes me acercan a los torneos de profesionales en verano”. La catedral, en Gernika, el frontón de San Juan de Luz, el de Mutiku, “muy vivo”, el Olave, “son mis favoritos”.

El frontón largo de Mendizorroza, el Olave, nos la traerá de vuelta el viernes 26. A ella y a sus compañeras de la final del Mundial. El Zesta Punta Eguna, en el día del Club Gasteiz Jai Alai, quienes no pudimos disfrutarlo, veremos repetirse el partido decisivo del campeonato del mundo femenino sub’ 23. La revancha. Estarán todas sus mujeres, toda la familia, todos los vecinos del pueblo que la homenajearon tras el oro, las amigas del instituto -estudia primero de bachiller- Maialen, Hiart, Laida, Haizea... no faltará una. Será un fantástico fin de fiesta a un gran día de cesta punta donde intervendrán muchos de los pelotaris del club gasteiztarra.

Cuando entró en la escuela de Gasteiz, sin cumplir los 10, sólo había otra cría, Amerie. ‘Txetxu’ Lasa, Julen del Rio y Ekhi fueron quienes comenzaron a moldear su estilo de juego. Aprendió pronto a pegarle de revés y a sacar. La derecha “me costaba un poco”, y hubo que trabajarla. Durante tres años fue haciéndose y enamorándose del juego, “que me encanta por su velocidad”. Se fijaba en todo y en todos, “sobre todo en Aarón y en su derecha, y en la de Julen también”. Fue cumpliendo meses y unos pocos años y fijó su mirada en Erkiaga, Olharan, Egiguren y Goiko, “mis delanteros favoritos”. Y en López, Lekerika y El Duke, zagueros los tres. Se mudó al club de Hondarribia, “en Vitoria jugaba poco”, y luego pasó por Donosti, un año en cada sitio, para recalar definitivamente en Zumaya, “donde hay más gente de mi edad y mejor grupo para entrenar”. Un periplo largo, en tiempo tan breve, que la pelotari ha necesitado para hacerse como deportista y crecer como persona.

“Me encanta rematar”, dice, “por eso juego delante”. Reconoce que necesita mejorar, que todavía le queda trabajo por delante “para ser mejor pelotari”. Jon Barrondo, su entrenador, “me aprieta mucho con el rebote” e insiste, fundamentalmente “en mejorar mi juego de costado”; me lo traduce: “cogerla de revés y rematar cortadito adentro y a dos paredes”.

“Se esfuerza mucho por mejorar”, me cuenta la madre, “es muy exigente consigo misma”. Cuando madre, tía y ella coinciden en una cancha, “Maite se sienta en medio, nos separa, para que no hablemos y pueda ella estar atenta a lo que ocurre en la cancha”. La distraen, claro. La cesta es lo primero: “necesita aprender a girar el cuerpo, colocar los pies de manera adecuada, colocarse la cesta como debe ser... por eso, no tiene ojos para otra cosas que no sea el juego y sus protagonistas”, explica Ana, que termina contándome una anécdota que lo dice todo. Cuando estaba en la escuela de Hondarribia, la secuencia en los días de festival era siempre a misma: “primero veíamos los partidos y luego, mientras los padres cenábamos, ella se metía al frontón hasta la hora que fuera. En casa ya tengo cena, pero no frontón, nos decía”. En Antezana no hay frontón, sólo una cancha de squash “donde suelo jugar a cesta con mi primo Eder de 9 años. Le estoy enseñando”, dice Maite, “pero le gusta más el fútbol. Es del Alavés, como yo”.

Solo tiene 16 y ha vivido muy rápido el último año y medio. Zumaya, Pamplona, Ispaster, Gasteiz, Antezana de Álava, Gernika, Mutriku, Iparralde. Frontones, más frontones. Y cesta punta. Es una niña y deportista precoz que camina a toda prisa. Quiere estudiar traducción e interpretación. Le van los idiomas y no puede con la filosofía. Es, sin duda, una mujer de acción y reacción. En el Halcón Milenario sería la encargada de darle al botón para saltar al hiperespacio. A todo meter.

Ortiz de Mendívil, con 16 años recién cumplidos, se proclamó campeona en el Mundial Sub’ 23 disputado en Íscar