el periodo de descanso competitivo en el tenis femenino estuvo lejos de ser tranquilo. Muchas jugadoras, entre ellas Garbiñe Muguruza, introdujeron cambios en sus equipos de trabajo en busca de mejorar sus resultados, pero otras comunicaron su decisión de abandonar el deporte profesional. Con efecto inmediato, lo hicieron la eslovaca Dominika Cibulkova, ganadora de las Finales WTA en 2016, y dos jugadores menos conocidas como la israelí Julia Glushko y la alemana Anna-Lena Groenefeld. La danesa Caroline Wozniacki anunció que el Abierto de Australia, donde logró su único Grand Slam hace dos años, será su último torneo profesional. Y la canaria Carla Suárez puso plazo a su retirada para cuando acabe este año. La checa Barbora Strycova, semifinalista en Wimbledon el año pasado y actual número 1 del mundo en dobles, también ha dejado caer que esta puede ser su última temporada en activo.

Estos nombres se unen a los de Agnieszka Radwanska, Lucie Safarova, Flavia Pennetta o Roberta Vinci que también llegaron a estar en el Top 10 del ranking mundial y lograron éxitos destacados y que abandonaron su carrera en los años anteriores. Las lesiones y la exigencia del circuito fueron algunas de las razones aludidas para dejar el deporte, pero también está el deseo de ser madres como una poderosa y comprensible razón. De hecho, Pennetta, retirada tras ganar el US Open en 2015, ya tiene dos hijos con Fabio Fognini; Safarova, finalista de Roland Garros en 2015, lo dejó el año pasado y acaba de ser madre primeriza; y Cibulkova, finalista también del Abierto de Australia en 2014, confirmó su embarazo unas semanas después de abandonar el tenis.

La mayoría de estas jugadoras empezaron muy jóvenes en el circuito profesional y rondando o superando la treintena han querido dar un giro a su vida. En el otro lado de la balanza, están las dos hermanas Williams, que son con diferencia las dos tenistas más veteranas entre las 100 primeras del mundo. Venus va a cumplir 40 años y Serena, 39. La mayor se va a perder los torneos preparatorios del Abierto de Australia por una lesión en la cadera que no augura nada bueno. La pequeña, en cambio, sigue en busca del Grand Slam que le falta para superar a Margaret Court y ya ha dicho que de momento no planea retirarse. Ella, como Vika Azarenka, Tatjana Maria, Eugeniya Rodina o Kateryna Bondarenko, regresó al tenis tras ser madre, lo mismo que van a hacer este año la india Sania Mirza, de 33 años y gran especialista en dobles, y Kim Clijsters.

Ahora la WTA otorga más facilidades para retomar las raquetas después de la maternidad, pero el caso de la belga es llamativo ya que el retorno que anuncia para marzo será su segundo. Clijsters, ganadora de cuatro Grand Slams, tiene 37 años y ya tres hijos. En 2007 se retiró por primera vez, reapareció en 2009 para ganar tres grandes y en 2012 lo volvió a dejar. Siete años y medio después, la jugadora de Limburgo sabe que asume un desafío importante, quizás innecesario para una deportista de su historial. Pero “me encanta el juego, me encanta lo que desencadena dentro de mí. Es diferente ahora que cuando volví a las pistas tras el primer niño. Ahora creo que es algo que me impulsa, es un desafío para mí. Quiero ver hasta dónde puedo llegar. Tal vez no gane un juego, pero definitivamente lo intentaré”, ha dicho recientemente. Habrá que ver cómo ella y el resto de las treintañeras se manejan en un circuito cada vez más joven que al revés que el masculino solo cuenta con seis jugadoras de 30 años o más entre las cincuenta mejores. Entre la creciente exigencia y la llamada de la maternidad, el tenis femenino vive en constante movimiento, como una puerta giratoria.