La pelota es un deporte antiguo, ancestral, nuestro y autóctono. Deporte viejo que, hasta no hace mucho, andaba anclado a preceptos, costumbres, maneras y modos de lo antiguo. De lo viejo. No es que haya evolucionado en exceso, pero lo ha hecho. A la fuerza. En ciertos aspectos a peor. En la mayoría, la cosa ha mejorado.
El pelotari, hasta antes de ayer, nacía como la amapola entre el trigo. Eras crío y jugabas a pelota. Eras bueno si te venía con el ADN, la chispa, el golpe, el talento te llegaba con la sangre, la familia y el apellido. Y todo ello lo mejorabas haciendo monte, rompiendo alpargatas en el frontón con los amigos y metiéndote al cinto cuantos más chuletones mejor.
En esas estaban, de aquella manera, cuando entró en escena Ricardo Espinosa Areta, un crack, -como Germán Areta, Landa, el mítico detective de la saga fílmica de Garci-, hace cuarenta años, al estrenarse la década del 81. Se presentó ante una veintena de pelotaris de diferentes modalidades, recién contratado por la Federación, por su presidente Javier Arrizabalaga, para preparar y hacerse cargo del apartado físico de la selección con vistas a los campeonatos de España. “No había base científica en su trabajo”, recuerda Espinosa. “Hacían lo que sus abuelos”. “Bueno, ¿qué hacéis para estar bien preparados?, les dije. Correr, ir y volver hasta Olarizu. Coger fondo, me dijeron”. Vale? “venid conmigo a la cancha”. Eran fuertes, tenía talento pero no estaban trabajados ni “conocían la intensidad ni el trabajo específico. No sabían qué era el método ni la programación”. Aquel primer día les puso el corazón a 190 y 200 pulsaciones. Se las bajaba luego hasta 130 para volver a empezar en cuanto recuperaban el aliento. “Terminaron descojonados y me gané su confianza”, dice. “A partir de ahí aprendieron a exprimirse para exprimir al rival”. Ricardo, nacido en Vitoria el 16 de enero del 49 -cumplirá 71 años y no aparenta 55- no entendía cuando los profesionales se sentaban después de un tanto, “asfixiados”, mientras el botillero “les daba aire con la toalla”. “Lo normal sería”, me dice, “aprovechar que el rival está peor para mandarle definitivamente al purgatorio”. Aquel verano del 81 Álava se impuso en los Campeonatos de España con protagonismo, entre otros, de la pareja de cesta Alberdi-Areitio y el manista Garaita. El “chino” Eguino, Marañón y Bengoa como jefe de expedición y botillero, formaron parte de la expedición a Segovia para ganar txapelas y la gran copa. Los deportistas “aprendieron a alimentarse”, aunque Espinosa debió insistir para que desayuno, comida y cena fueran a tono con la actividad y esfuerzo correspondientes. Proteína para recuperar en la cena. En el desayuno, dulces y fruta para “consumir con prontitud” por la mañana y mucha variedad y comida sana en la comida. “Ellos, estando donde estábamos? solo pensaban en Cándido y el cochinillo”. Los pelotaris eran así; “en más de una ocasión me sorprendían con el café completo y tira palante”. “Eran”, sonríe al recordar, “jóvenes clásicos que escuchaban jotas y rancheras en los viajes? Yo alucinaba”. Un año después, en el 82, Álava jugó “varias finales y no ganó ningún título”. Al tercer año Ricardo se ocuparía de los más jóvenes, chavales “sin ambición ni mentalidad y poco disciplinados”. Les iba más el ambiente que la competencia y “me cansé”. A mitad de temporada lo dejó. “No estaba dispuesto a cobrar -no estaba mal pagado, resalta- por un trabajo con gente que andaba a otra cosa”.
Espinosa se había estrenado con el Alavés al poco de licenciarse en el INEF de Madrid. Empezó en Regional Preferente, con Jesús Izaguirre, pasó por el juvenil de División de Honor y terminó en el primer equipo, en conexión directa con técnicos, médicos del club y especialistas de medicina deportiva externos. “Aquellos chavales, los futbolistas, tenían otra mentalidad”. Y pone el ejemplo de Zubizarreta, “un mocetón, un niño dispuesto a aprender y sufrir, organizado y preocupado por todo y de todo”. “Cuidaba de su cuerpo, de sus botas y guantes, como un profesional”. Coincidió con Quílez y Mané y Naya. Con López Rekarte, Santi Idígoras, “un profesional que vino muy mayor del Puebla mejicano, que debí cuidar mucho y trabajó muy bien” y Ernesto Valverde, “un chaval sencillo, ejemplar” con el que coincide en el grupo Alavés 82 en alguna que otra comida y reunión. El txingurri e Iñaki Iriarte “son gente diferente, compañeros, tranquilos, capaces y? no se dan ninguna importancia”. Con Iri, “un entrenador que confiaba en mí y me permitió influir en su parcela”, con Pinedo, “puro carácter y muy competitivo” y con Manu Moreno, “reflexivo, estudioso e intenso” coincidió luego en el Baskonia, donde destaca a Larry Micheaux, un negro americano “que no parecía ni negro ni americano” y, sobre todo, a “superbeltza” Essie Hollis, el helicóptero. En este punto recita una enorme lista de jugadores, con Davalillo, Ortega, Cuadra y Garaialde, por quien “siento algo especial porque era pura alegría y sentido del humor”. En los 90 se fue al Cajabilbao, donde coincide con López Iturriaga, “una estrella, un dios del baloncesto que trabajaba más que nadie, mejor que nadie, que fuera de la cancha era sencillo y divertido”.
Cuando llegó a la pelota y había que empezar de cero “en un terreno inexplorado”, no le cogió de sorpresa. Conocía el ambiente. Había jugado de chaval en el colegio San José. Eran los 50, y “nos fabricamos nuestras propias pelotas con gomón de una tienda de la Plaza de los Guardias, lana y cinta aislante”. El patio del colegio era un frontón. Celebró con sus compañeros el 25 aniversario y el 50 andará al caer. Lo mismo que las bodas de oro con Mari Carmen, compañera desde los 15, desde que se conocieron “echando un baile en la Florida”. Raúl, el hijo, y su pareja “nos acompañarán en el crucero donde celebraremos la fecha”.
Deportista, coincidió con Cecilio Ugarte, Sandoval, Corral y Elvira en el club Vitoria de gimnasia, cuando fueron campeones de España de juveniles. Luego, en el Gasteiz de halterofilia, hizo migas, “muy buenas”, con Martín Rodríguez, con quien hoy en día, a los 70, comparte los récords de España en arrancada, dos tiempos y suma olímpica, en pesos diferentes y para gente de edad. Un día, el corazón le dio un susto. Y dejó de fumar. Preparaba el Estatal junto a Iñigo Ruiz de Azua. Y, años atrás, “haciendo la cabra en un mortal”, por poco se deja el brazo al atravesar un enorme cristal. Y lo que es peor, tras la intervención, casi se ahoga cuando la lengua se le atravesó “mientras me recuperaba de la anestesia”. Martín, que le vigilaba, se dio cuenta. La enfermera le salvó la vida. Tenía 15 años. Tenía talentos, sabía lo que quería y se encontraría con la pelota.