Volvemos al partido en bucle, a la historia interminable en forma de esférico, a la vergüenza de todo un país. Supongo que recuerdan a Antonio, mi compañero de trabajo nacido en Uruguay, que un día dejó media vida en Argentina y hoy lleva la otra media como español. Supongo que recuerdan que, como buen exargentino, se la caían las palabras. Antonio sostenía, comentaba, arguía, respondía, preguntaba, advertía, puntualizaba, aseveraba, estimaba? y además Antonio hablaba y decía cosas, que no siempre era lo mismo. Se declaraba millonario, seguidor de River, pero a distancia, como los amores de verano, ajeno al fanatismo del balompié actual. Disfruta ahora más con el Dios Messi que con su River de la juventud, aunque el domingo no tuvo más remedio que seguir de reojo el Reclásico del exilio, el partido de vuelta de la infamia. “No lo vi todo porque el fútbol argentino me tiene desmotivado. Casi lo tuve que seguir por todos los whatsapps que me mandaban mis amigos argentinos”, sostiene con una media sonrisa de vencedor. Su desilusión con la realidad argentina y con la vergüenza vivida tras los incidentes previos al choque de vuelta le hacen soltar casi una afrenta para un amante del fútbol y de los colores de River. “Ninguno de los dos equipos tenía que haber jugado el partido. Tenían que haber disputado el título los que perdieron en semifinales. ¿Pero vos viste qué quilombo se armó con el autobús de Boca? ¿Estamos locos o tontos?”, pregunta sin esperar respuesta. Y si se le cuestiona por haberse jugado la final en Madrid, su lengua coge carrerilla como Usain Bolt. “¿Jugarlo en Madrid, a 10.000 kilómetros? Eso era sólo trasladar el problema. Se tenía que haber jugado a puerta cerrada y punto. Que se les caiga la cara de vergüenza a todos”, asevera con resignación. Antonio, como un servidor, recibió el fin de semana un whatsapp curioso que lanzaba la vista atrás varios siglos. Su contenido decía: “La Copa Libertadores, llamada así en homenaje a los hombres que independizaron a los países hispanoamericanos del Imperio español, se va a disputar en España y se va a celebrar en la Plaza de Colón. Chapó a la organización”. Antonio se ríe, sorbe un poco de café -que no de mate- y da una explicación, su explicación, simple y socorrida: la plata. “He leído que el presidente Macri, días antes de fijar la sede del partido, aprobó un decreto buenísimo para la empresa que gestiona las autopistas de Argentina. ¿Y quién es el dueño de una parte importante de esa empresa? Adivina: empieza por Floren y acaba por Tino. Sí, el presidente del Madrid. Está claro, ¿no?”, interroga sin dar pie a una respuesta. Antonio abandonó hace tiempo su ferviente pasión por River. Aunque si para algo ha servido el título es para acordarse de que cualquier tiempo pasado no fue mejor. A la conclusión del partido, Antonio se acordó de su exmujer, seguidora de Boca. “No sé por qué -sonríe con sorna rivereña- pero me acordé de mi exmujer. Y le mandé unos whatsapps con imágenes de la celebración de los jugadores de River. Por su respuesta -se ríe a carcajadas- se ve que no tiene guardado mi teléfono”. Y me pone al oído un mensaje de voz de una señora cuanto menos poco contenta. “¿Quién sos vos? ¡La puta que te parió! ¡Yo soy de Boca!”, brama una voz encolerizada hasta el extremo.

A 10.000 kilómetros de distancia, Antonio aún se sigue riendo? Hoy, días después de la final sin final, de que se tomara como un éxito que no se produjeran incidentes en la ciudad más protegida del planeta, Antonio sigue teniendo clara la realidad al otro lado del charco. “Ni Argentina ni el fútbol argentino tienen solución. La mitad de la población vale oro, pero la otra mitad son negros. Y así, no hay nada que hacer”, lamenta. Y Antonio sigue hablando, y hablando?