VITORIa - Se cumplen diez años del beso en forma de agradecimiento que Almudena Cid, emocionada, dio a aquel último tapiz que pisó como profesional de la gimnasia rítmica en Pekín. Corría el año 2008 y para la gasteiztarra eran sus últimos Juegos Olímpicos. Por suerte y como ella misma dice es de las pocas gimnastas que ha sido capaz de decidir cuándo parar. Ninguna lesión la hizo frenar ni retirarse antes de tiempo y solo sus ganas, fuerza y sacrificio, sumado al amor por su deporte, la hicieron seguir adelante pese a las trabas o baches del camino para lograr ser la única gimnasta rítmica de toda la historia en conseguir estar en la final de cuatro Juegos Olímpicos distintos; Atlanta’96, Sidney’00, Atenas’04 y Pekín’08. Convirtiéndola en un “icono para el mundo de la gimnasia que se ha ganado el reconocimiento mundial en su deporte”, así la presentaba Paloma del Río -voz de las transmisiones de Televisión Española de competiciones de gimnasia rítmica- en el vídeo de despedida dedicado a la joven gimnasta vitoriana en el año 2008.

Se cumplen diez años, por tanto, desde que Almudena pusiera punto final a una etapa de su vida que comenzó con tan solo siete en Gasteiz; vistiendo maillots que su propia madre, Mina Tostado, le hacía para los concursos de gimnasia rítmica a los que se presentaba y donde sin ella saberlo ya empezaba a demostrar su valía con el club Arabatxo. “Era una niña muy insegura y me infravaloraba mucho. Eso me hacía creer que podía dar más de mi”, reconoce. Para terminar despidiéndose en 2008 en Pekín de la gimnasia bajo los acordes del Nessun Dorma y con tres volteretas que pondrían fin a su carrera. En aquella ocasión portaría un maillot creado por ella misma y dedicado a su abuelo, Fernando, con un dibujo de un Ave Fénix. “Mi abuelo siempre me decía que siempre resurgía como el Ave Fénix. Parecía que había acabado pero volvía con más fuerza”, recuerda emocionada.

Al mismo tiempo se cumplen once años desde que una joven pero madura Almudena de solo 27 comenzase a preparar el último tramo de sus últimos Juegos junto a su entrenadora Iratxe Aurrekoetxea -preparadora de Cid en sus inicios en el club Beti Aurrera y en sus dos últimos Juegos en Atenas y Pekín-. Un año en el que las lesiones se convirtieron en crónicas pero que no pudieron con sus ganas por seguir luchando. Ella misma decidió aguantar para así poner un buen broche final a su carrera deportiva participando y compitiendo en sus cuartos Juegos Olímpicos. Su acceso a la final le convertía en la única en lograrlo en toda la historia de su disciplina, allanando de esa manera el camino a las futuras generaciones que veían esto como imposible. “No entendía por qué cuando crecías y eras más madura e interpretabas mejor las emociones tenías que retirarte. Quería cambiar eso y callar la boca a toda la gente que no nos veía capaces de hacerlo. Animando así a las siguientes a que lo hagan”, incide.

Lo hizo por ella, por su entrenadora, su equipo, compañeras y compañeros, futuras generaciones de la gimnasia rítmica, aunque sobre todo lo hizo por su entorno cercano, en especial su familia, que desde el día que cambio Gasteiz por Madrid en 1994 nunca la dejaron de apoyar y animar para que luchase por su sueño. “Tengo una suerte inmensa de tener una familia como la que tengo. Mi madre, mi padre y mis dos hermanos siempre me han apoyado”, cuenta.

Fue un último año duro con sabor agridulce. En parte estaba feliz por dejar de sufrir los dolores que llevaba sufriendo en distintas partes del cuerpo y contenta, también, por empezar nuevas etapas en la vida. “Tenía claro que era mi final y quería empezar una nueva etapa en la vida. Por ello, empecé a prepararme en interpretación. Quería ser actriz y sabía que el deporte me ayudaría. Estaba dispuesta a luchar por mi sueño de conseguir estar encima de los escenarios”, afirma. Aunque al mismo tiempo Cid se encontraba triste por poner punto final a una de las etapas más “bonitas” de su vida, que le había enseñado a “conocerme como persona” y a verse capaz de que “poder enfrentarme” a cualquier reto que se propusiese. Reconoce que no fue una decisión “fácil” dejarlo pues se veía capaz de competir al más alto nivel.

Una década después de poner el broche de oro final a su brillante carrera sobre los tapices y centrada en las múltiples actividades profesionales a las que dedica su tiempo en la actualidad, Almudena transmite seguridad, tranquilidad, ilusión y alegría. Es clara en las respuestas, no titubea, y responde cada una de las cuestiones con la misma elegancia y delicadeza con las que acostumbraba a moverse sobre el tapiz. Transmite ganas por vivir y luchar por los sueños; esos que no vale solo con soñarlos sino que hay que pelearlos para hacerlos realidad, sin tener prisa pues hay que disfrutar del camino y ser paciente en el mismo. “Fui feliz en mi deporte pero ahora mi mayor sueño es triunfar encima del escenario. Me sigo preparando y sé que con el tiempo lo conseguiré, aunque sea con arrugas en la cara”, afirma.