Aún tengo pesadillas, sudores fríos, síntomas de resfriado, malestar general, taquicardia alevosa, moquillo galopante, ojos llorosos sin olor a cebolla, zumbido en los oídos, temblor en las extremidades, nalgas apretadas por si las moscas? No, no se trataba de síntomas de una nueva cepa de virus gripal, de ésas que se aferran a los pulmones en noviembre y no las sueltas hasta marzo. Era mucho peor que todo eso. Eran los minutos finales del partido del pasado sábado en Mendizorrotza. Uñas fuera, casi como le ocurría a Mazinger Z y a Afrodita. Porque uñas, lo que se dice uñas, sólo me quedó a salvo la del dedo meñique del pie izquierdo... Y porque no llegaba? Del encuentro, disfruté con el primer minuto y con el pitido final. Entre medias, 93 minutos de sufrimiento exagerado, como cuando vas al baño a evacuar cuarto y mitad de pepito de ternera y tu maldito tránsito intestinal sufre de retenciones en la N-1 a la altura del Circuito del Jarama. Entiendo que el Glorioso no está para hacer malabares, que no podemos pedir una pirueta con doble tirabuzón al estilo de la recientemente fallecida Pinito del Oro, que “Houston, la situación es delicada”, que para ver cosas bonitas ya tenemos el desfile de Victoria Secret o el calendario de los bomberos de Vitigudino?
Entiendo todo eso. Lo que yo aún no entiendo es que descuelgue el auricular de un teléfono fijo en Abetxuko y me responda un señor calvo en Soria. Me sigue pareciendo un invento absolutamente maravilloso y sorprendente. Pero a lo que iba. Entiendo el estreñimiento constructivo que los jugadores albiazules soportan en estos duros momentos, con el culo en el fondo de la tabla clasificatoria y el cuello atisbando la zona de permanencia. Esa dolorosa fístula clasificatoria nos impide sacar a pasear nuestro pandero con total tranquilidad. Y el sábado, esos miedos a ir al baño, esos dolores en lo más íntimo se cebaron con los traseros de los jugadores desde que Santos la clavara por la escuadra, mientras muchos aficionados aún no habían aposentado sus reales en su localidad. Desde ese momento, el equipo plantó su particular manifestación del 3 de marzo en noviembre, apuntalados ante los ‘grises’ del Espanyol al borde del área grande y repeliendo sin ton ni son cualquier atisbo de esférico, luciérnaga o elemento circular que asomara el morro. Insufrible sufrimiento. Qué dolor de hemorroides. 93 minutos sin poder hacer de vientre salvo en contadas ocasiones en las que traspasamos la medular rival. Poco importó que los ‘periquitos’ se quedaran con 10 aún en la primera parte. Estreñimiento maldito. Sólo veíamos gigantes cuando no eran más que molinos. Con el tiro cruzado de Baptistao me hice pis y con la ocasión final de Sergio García? No sé ni qué me hice? Benditos sean los tres puntos. Alabados sean los kiwis y la fibra liberadora, combustible indispensable para que el juego alavesista pueda discurrir con fluidez. Al margen de los tres puntos, la mejor nota del partido se la doy a Quique Sánchez Flores. Acostumbrado a técnicos que claman y proclaman, cagan y se cagan, ‘potrican’ y despotrican contra los trencillos de turno, el primo de Rosario y Lolita hizo un alarde de mesura en su alocución ante los medios de comunicación. No cargó contra el colegiado por dejarles en inferioridad durante 50 minutos, sino que justificó la expulsión por la inexperiencia de su propio jugador. Jugadas como las de su segunda amarilla las hay a cientos en cada partido, con criterio arbitral cambiante en función del colegiado, del infractor, del lugar de la acción, de la temperatura ambiente, del precio de la remolacha, del negro del whatsapp? Y si el sábado el expulsado hubiera sido un jugador del Alavés, yo me habría cagado en San Trencilla de Turno. Quique Sánchez Flores no lo hizo y yo le aplaudo plas-plas. Al César lo que es del César, a Quique lo que es de Quique y al Glorioso tres puntos como tres soles. A ver si todo empieza a fluir y comenzamos a disfrutar en Mendizorrotza y en el baño.
un puntito, la puntita Siempre nos han machacado con que el tamaño importa. Palabrería barata. Desde aquí quiero romper una lanza a favor de las cosas pequeñas, de la trascendencia de que un solo puntito pueda separar la alegría de la tristeza. Eso fue lo que le ocurrió al Baskonia el jueves ante el Panathinaikos y el domingo frente a Unicaja. Un puntito, la puntita, la diferencia entre reír y llorar.