LE MANS - A Maverick Viñales no se le puede reprochar su ambición, su intención de buscar la victoria en cada carrera, aunque por ello tenga que apelar al riesgo. A su edad y con su moto, porque es joven a sus 22 años y porque corre en el equipo oficial Yamaha, actualmente la máquina que más se aproxima a la perfección, se entienden sus ganas de perseguir cada triunfo; ya llegará cuando escaseen sus cualidades o su moto rinda modesta, o sencillamente que se esté jugando el título y apenas queden pruebas por delante, y entonces lo inteligente, lo oportuno, será correr con la calculadora bajo el brazo y medir más cada acción sobre la pista. Pero esa será otra historia que el tiempo traerá consigo.

Hoy por hoy Viñales no conoce de represiones. Ayer, en el Gran Premio de Francia, quinta estación del tren mundialista, ganó por deseo y porque, desatado, desabrochada su conciencia, puso abundantes arrestos sobre el asfalto en una carrera que dejó ver su repertorio, su saber estar y su letal capacidad para los duelos.

Johann Zarco prosiguió su senda de mejor debutante en MotoGP con un nuevo y sorprendente episodio. Esta vez asumió el liderato desde la segunda curva de la carrera. Se evaporaron siete vueltas con el galo al frente, estirando el grupo. La hilera de pilotos parecía un collar de cuentas, aislados los unos de los otros, sin agitación en las primeras posiciones. En la cabeza imperaba la estabilidad, mientras Pedrosa y Lorenzo, que salían 13º y 16º, respectivamente, escalaban puestos.

Restaban veintidós vueltas cuando Viñales se vistió de guionista. Rebasó a Zarco y se cobró el liderato. Desde allí comenzó a dictar el futuro de la carrera. Aceleró el ritmo. La igualdad era latente. Tal era el equilibrio que todos aguardaban apostados en sus posiciones, expectantes ante la iniciativa adoptada por Mack, que corría sin retrovisor, generando dudas sobre su potencial, sobre si contaba con reservas extra.

La velocidad de Viñales dejó con la lengua fuera a Márquez, que rodaba cuarto persiguiendo la estela de Rossi, tercero. El catalán de Honda pilotaba incómodo y no supo aceptarlo para centrarse en sumar. Ávido por permanecer colgado de los más destacados, a once vueltas del final sus ruedas perdieron la huella. Llegó su segunda caída de la temporada -las mismas que sumó en todo el 2016-, la tercera del fin de semana y octava del curso. Fe de la presente frustración con la que duerme el vigente campeón, que ni es rápido ni acaba las carreras. Precisamente con esa ausencia de velocidad convive Rossi, adalid de la regularidad por irremediable necesidad.

La caída de Márquez iluminó la esperanza de decacampeón de Il Dottore, que acudía a Le Mans líder del Mundial. Sabe el italiano que su candidatura pasa por anular la competencia domingo a domingo, recolectando puntos. Pero ayer no hubo cola en el reparto de la prudencia; el peligro se regaló por doquier en la parrilla. Todos se abonaron a la oferta en Francia; Rossi también.

Cuando Viñales se aupó líder, Rossi se zafó pronto de Zarco para evitar la solitaria fuga de su compañero. El italiano se enrocó segundo y pasó a la fase analítica. Estudio e investigación. A tres vueltas del final, Rossi planteó un ataque viperino: una única maniobra definitiva por eficaz. Obró y ganó plaza. Incluso rentó unos metros de margen. Para más inri, Viñales, que no es de torcer brazo, pecó de exceso en su cacería y se coló en un ángulo. Todo parecía visto para sentencia. Restaba vuelta y media y Rossi mandaba con ventaja; Zarco era mero espectador del debate por la victoria.

viñales renace Resulta que el cadavérico Mack bailó sobre su tumba. Rossi, quién lo diría, desde la altura se achicó. Se le cayeron años de experiencia. Mutó en juvenil. El nerviosismo le invadió, le produjo ceguera. Mal de altura. Vértigo. Miedo al éxito. Cuando tenía el trofeo asido, erró enfilando una curva. Viñales, que se había emparentado con el riesgo, abrochado a la osadía, poseído por el afán de ganar, había anulado los metros perdidos. Insufló su confianza y, cual torpedo, se lanzó de órdago a por el hueco abierto involuntariamente por Rossi, que donó el liderato. A esas alturas quedaban dos curvas para concluir. El italiano, impropio, hirviendo su eternamente gélida sangre, puso a medir su valentía. Se olvidó de su hoja de ruta, del camino de la regularidad, y entró al trapo insensato. La Yamaha perdió la tracción y el italiano se desparramó. Rossi, domador de impulsos, exilió su veteranía. Su virtud más preciada que es la calma, la que le otorga semejante productividad como para optar al título sin ser el más rápido en ningún momento del curso, se esfumó. Y con ella se llevó a Rossi arrastras para cosechar su primer cero del año. La juventud venció a la experiencia. El vetusto acusó la presión.

Viñales supo ser prudente y conservador con los neumáticos fríos, por eso dejó recrearse al local Zarco; llevó la iniciativa de la mayor parte de la carrera sin flaquear liderando y con ritmo suficiente para mandar al suelo a Márquez; finalmente demostró tener fe ciega en sus aptitudes y arrestos como el que más para salir vencedor del duelo con el piloto que más batallas ha ganado de la parrilla. Un completo papel que le elevó a los altares, a la azotea del podio por tercera vez este curso y del Mundial, desde donde otea este nuevo orden: Viñales (85 puntos), Pedrosa (68), Rossi (62) y Márquez (58). Por otro lado, las bajas primaron a Zarco, segundo ante su público, y Pedrosa, tercero lastrado por su pésimo lugar de salida. Jorge Lorenzo, entretanto, liquidó en sexto lugar.

En otras escenas, en Moto2 ganó Morbidelli y en Moto3, Mir, ambos más líderes de sus categorías.