KATMANDÚ - Alex Txikon tenía previsto un ataque ligero a la cumbre del Everest que empezaba el pasado lunes y terminaba el miércoles. Una ventana de buen tiempo dejaba con opciones de gesta la cima (8.848 metros). Ningún ser humano ha sido capaz de hollar en invierno y sin oxígeno artificial. Finalmente, la cambiante geografía climatológica de la montaña le echaron para atrás. Alex atendió a DNA en su tienda en el Campo Base y quiso hacer una mención especial a “todo el mundo que me ha apoyado estos tres meses”. “Me siento muy querido por la gente”, apostilla.
Al final, tuvo que renunciar a la cima del Everest en invierno por las condiciones de la montaña. ¿Cómo lo está viviendo?
-Me quedo con que no hemos sido nosotros los que hemos fallado. Hemos demostrado que tenemos piernas y pulmones y que vamos bien, a la altura del terreno. En este caso, han sido las condiciones meteorológicas las que nos han echado para atrás. No voy a mentir y sí que estoy tristón. No ha sido mi mejor día.
¿Cómo se siente en estos instantes después de alcanzar el Campo Base una vez tomada la decisión de abandonar la expedición?
-Estoy cabreado, contrariado después de toda la expedición y de tantos días desde que salimos desde el Campo Base a trabajar, enfadado? Son muchas las sensaciones. Es tanta angustia y tanto el sufrimiento que solo pedía que la montaña nos dejara intentarlo. Y no ha podido ser. Me quedo con que no hemos fallado nosotros. Ha sido el Everest el que no nos ha dejado ascender.
¿Tiene la intención de volver?
-Me gustaría hacerlo. Este primer año ha servido de aprendizaje, pero todavía nos queda un largo viaje hasta casa. Hemos tenido la suerte de que han venido los ice doctors hasta aquí a preparar las rutas de subida y de bajada para las miles de personas que vienen en primavera. Nos han dicho que no quitemos las escaleras, que era trabajo doble para ellos. Gracias a eso no tendremos que pasarnos los próximos tres días recogiendo desde el Campo 2 al Campo Base. Ahora nos queda recoger todo aquí, alrededor de dos días, ir a Katmandú y a ver si podemos llegar a Euskadi para el día 16 o así.
En sus planes, el día de ayer era clave para el intento de ascensión, pero el viento no dejó que el martes se moviera del Campo 2, por lo que contaban con un día de retraso. Eso daba señales de que la cosa se ponía bastante complicada.
-Llegamos con un planteamiento de un ataque ligero. Después de la visita de Reinhold Messner en el Campo Base, Nuri y yo partimos hacia arriba. En seis horas escasas estábamos en el C2, pero el mal viento nos plantó cara. Además, tenía una responsabilidad. El 25 de diciembre éramos ocho o nueve en el equipo y ahora solo somos siete y todo recae sobre mí. Cuando la cosa está tan jodida, y con gente que tiene 24 o 25 años y yo 35, es difícil tomar decisiones. Teníamos muy poquitas opciones de subir a cumbre. Si hubiera pasado algo, no me lo habría perdonado en la vida. Hubo un momento en el que Nuri me cogió la mano...
Cuente.
-Después de esperarle un tiempo, me tuve que subir al Campo 2 porque me quedaba tieso. Nuri llegó, me miró a los ojos y me dijo: “No puedo”. Vimos una avalancha y comentó que no le quedaban fuerzas para correr. Me dio la mano, me miró a los ojos -una persona que lo había dado todo por mí- y supe que no podía traicionar a los compañeros. Estuve a punto de decidir, y no le voy a engañar, subir solo para arriba. Hubiera sido injusto con toda la gente que me quiere. Hubieran sido horas de mucha angustia para la gente de casa. Imagínese, si con un equipo está en peligro y soy egoísta, solo por el Everest? Eso hubiera sido chungo de entender para la gente que me quiere.
Entre sus prioridades siempre ha estado la responsabilidad. Tenía claro que no había que arriesgar todo, ¿no?
-Sí, pero también hemos trabajado mucho aquí y hemos apostado por esta aventura invernal y sin oxígeno en el Everest. Nos encontrábamos mucho mejor que al principio. Yo tenía el planteamiento de llegar en cinco horas al Campo 2, descansar dos o tres horas, en catorce alcanzar el Collado Sur (7.950 metros) y en diez horas más, la cumbre. Era un planteamiento rápido, pero la ventana no era clara. No hemos tenido la oportunidad en estos tres meses.
De hecho, los partes anuncian que comienzan las ventiscas de nieve ya y para la semana que viene hay amenaza de aludes.
-Sí. Caerá nieve, se esperan 18 ó 24 centímetros diarios, y si nos coge una avalancha la responsabilidad es mía y solo mía. Esto es un reto deportivo para mí, pero el resto de la gente está trabajando. Es complicado tomar decisiones acertadas. Yo he acabado fuerte y veremos lo que nos depara el futuro.
Tal y como ha revelado en muchas ocasiones, el invierno en una montaña de 8.000 metros es una película distinta, casi otro deporte, otra liga. Las condiciones son horribles.
-No tiene nada que ver. La gente piensa que, poniéndonos una capa más de ropa, una chaqueta o unas botas mejores, ya está solucionado, pero se equivocan. Cambia todo. La logística, para empezar, es completamente diferente, mucho más exigente y arriesgada. Hemos plantado cara y creo que las determinaciones que hemos tomado han sido las acertadas. Esto nos sirve para aprender de nuestros errores y ver qué haremos en un futuro.
La apuesta por este último ataque a cumbre era firme y planteado de modo muy ligero. En los últimos dos días solo ha consumido barritas.
-Sí. Llevo días sin comer y sin dormir. No paras de darle vueltas a la cabeza. Si hubiera seguido para arriba, habría sido por obligación y la montaña y la naturaleza son todo lo contrario, son libertad; no tiene nada de obligación. Con lo cual, decidí no seguir.
¿Cómo se encuentra a nivel físico?
-Sorprendentemente, me siento muy bien, me noto superfuerte, superilusionado y supermotivado. Fastidia, por lo bien que me había pillado de forma. ¿Quién me iba a decir que después de 85 días iba a poder subir en cinco horas al Campo 2? Era capaz de llegar al Collado Sur en 14 horas y en veinte, a cima. Esto supone experiencia. Son cosas que pasan. Este año no se ha podido. Otra cosa que tienen las montañas invernales es que las opciones eran escasas desde el principio, pero cuando te llega el mazazo de verdad, el disgusto, es cuando te tienes que bajar.
Hay que ser conscientes de que el Everest y las condiciones climatológicas fueron las que no permitieron su gesta, pero no su físico.
-Eso es. Siempre llevaba la responsabilidad del grupo y me sentía obligado a tirar más, a cargar más, como para dar ejemplo en el equipo. He dado todo lo que tenía dentro de mí y por ese lado estoy satisfecho. Aun así, me duele porque me encontraba muy bien.
¿Qué le toca estos días? ¿Descansar?
-Tenemos trabajo para desmontar todo esto. Tenemos el campamento en el inicio del Campo Base y es el sitio al que llegan todos los que hacen trekking. Así, tenemos cincuenta o sesenta personas diarias que vienen a vernos. Tenemos ganas de recoger y marchar. Hay un gran trasiego de gente y no nos deja ni descansar, porque tienes que ser amable con la gente, como nos han enseñado, con educación. Aun así, tenemos los sentimientos de tres meses a nuestra espalda. Cuando miro al cielo, me siento jodido. El martes estuve todo el día sin salir de la tienda en el Campo 2, porque quería correr hacia arriba. Ahora mismo, estoy aquí dentro de mi tienda y no quiero ni mirar afuera. Es una pena, porque tenemos que aprender de nuestros errores, de lo que hemos hecho y disfrutar de este momento. No tenemos que estar contrariados ni con esta sensación agridulce, pero es lo que hay. En pocos días se me pasará.
¿Cuál fue el momento en el que sabe que se ha terminado la expedición y tiene que bajar?
-Cuando salí del Campo 2 el lunes a echar una ojeada y derretir un poco de nieve, miré el cielo y vi que las nubes avanzaban más rápido que lo que yo esperaba. Sabía que era lo que iba a ver, porque ya me habían pronosticado que no había ninguna posibilidad. Pero siempre eres optimista. Igual que el 14 de febrero nos dijeron que iba a hacer buen tiempo e hizo malo, esperaba un cambio. Ahí me di cuenta de que lo teníamos complicado, por no decir imposible.
¿Cómo calificarías esta expedición?
-Ha sido algo novedosa para mí. Nunca he estado con un grupo de escaladores de Nepal siendo yo el líder. Es un grupo grande en una ruta que requiere mucho trabajo. Se ha hablado mucho de que ellos usaban oxígeno, pero, a decir verdad, aquí hemos estado ocho pelados. Primero, se cayó Carlos Rubio; después, Lakpa y, al final, Cheppal, por el golpe de la piedra. Cuando volvimos de Katmandú, junto con uno de los ice doctors, estábamos siete. De este modo, siete personas trabajando para una ruta como esta muestra lo que se ha hecho. Hay que estar aquí para opinar. Estoy contento por eso.
Satisfecho por el tajo.
-Sí. Ahora ves que todo se acaba, que el momento irrepetible desaparece, y cuesta asimilarlo después de un año de preparación. En poco tiempo se me pasará. Cuando llegue a Loiu sacaré una sonrisa porque he librado el pellejo en par de ocasiones, sobre todo en la avalancha. Es el momento de disfrutar y de vivir la vida.
¿Qué ha sido lo más duro y lo más enriquecedor de esta aventura?
-Lo más duro ha sido todo, desde conseguir la financiación, los preparativos y la montaña, que no nos ha regalado nada. Hemos peleado en todo momento. En cada pequeño instante hemos tenido que enseñar los dientes. Por otro lado, lo mejor han sido los amigos que me llevo y el montón de gente que he conocido. Como persona, este reto me ha hecho sentir cosas diferentes y, como escalador, he hecho cosas que nunca hubiera hecho y en terrenos muy difíciles.
¿Ha hablado con la familia y los amigos?
-Aún no porque estoy recién bajado. Es momento de atender a los medios. Supongo que habrán respirado y sentido un alivio, tal y como sentí yo cuando hice el último rappel. Sentí que había librado y que ya no tenía que volver a subir por allí.