GRANVILLE - Al igual que Saturno, que devoraba a sus hijos por miedo a que le destronaran, el Tour también tiene carne con la que alimentarse. Una despensa repleta de hombres numerados para los que el colmillo de la carrera no hace distinciones. No hay jerarquías ni galones cuando del Tour se trata, un ser despiadado, inclemente, que mira por encima de hombro a todos en sus dominios. No existe mayor latifundio que el Tour. El currículo y la hoja de servicios no tienen ningún ascendente cuando un simple mortal se mide con la leyenda, la carrera más grande del mundo. Contador, dos veces campeón en los Campos Elíseos, un ciclista que ama la Grande Boucle más que nada, fue sacrificado en el altar amarillo desplegado en Cherburgo. El sábado se estampó contra el suelo y la piel se le hizo tiras. Durmió de mala manera, apenas tres horas, buscando como ahuecarse para ganar unos palmos de sueño. “He pasado mala noche”, dijo antes de encaminarse hacia Cherburgo, donde no hubo sueño reparador. Se despertó en medio de una pesadilla Contador.
La batalla de Cherburgo, -uno de los nudos gordianos de campaña del desembarco de Normandía, donde las tropas estadounidenses aislaron y capturaron finalmente el puerto fortificado, una victoria de vital importancia para el éxito de la liberación del frente de Europa occidental-, duró tres semanas. La misma vida que respira el Tour cada año. Contador lleva un par de días malviviendo con la respiración entrecortada por los golpes, sin poder abandonar la lúgubre trinchera del dolor. “Físicamente estoy muy penalizado. No puedo pedalear como me gustaría como consecuencia de las caídas”. Le maldice el Tour, que le repudia. Mal de ojo. Se aleja Contador de París, más improbable desde que ayer perdiera 48 segundos. Al madrileño se le desconcha el Tour, que no espera a nadie. Tampoco a Porte, aislado de los mejores, -Froome, Quintana y Aru resolvieron el día con eficacia- por un pinchazo que le robó 1:45. Porte, en las Antípodas de los Campos Elíseos.
“He perdido un tiempo que no esperaba perder. He sufrido otra caída, me han dado en el manillar y me he golpeado en el otro lado diferente de ayer (por el sábado). A partir de ahí, sabía que tenía que minimizar al máximo la pérdida”, estableció con el ánimo ennegrecido Contador, penalizado por una carrera que le escupe, que le empuja a empellones hacia la derrota desde Normandía, un camposanto. “No estoy nada contento”, dijo el madrileño, ovillado en la desgracia. “El ciclismo viene así, a ver si puedo recuperar algo de tiempo en Pirineos y en Alpes, ver qué puedo hacer”, lanzó a modo de consuelo ínfimo antes de agarrarse a la esperanza, el último bastión de los desheredados. “Lo importante es tener la moral alta, no venirte abajo, que a veces es complicado. Tengo las dos piernas muy tocadas”, describió
en el costado izquierdo El madrileño se cayó ayer y se golpeó el armazón por el costado izquierdo. “No es lo ideal, pero está bien. No es bueno caer dos días seguidos, pero esperamos que esta sea la última vez. Alberto obviamente tiene dolor pero esperamos que mejor con muchos días aún por delante para que comience la carrera real”, calculó Sean Yates, director del Tinkoff, que desvió el tiro. A Contador, que se fue al suelo a un mundo de meta, le rescató, en un primer momento, el flotador del equipo, que le arrastró corriente arriba y la pax romana del pelotón, que observaba con prismáticos al cuarteto que se levantó con mejor pie y menos rozaduras que Contador. Stuyven, Voss, Breen y Bennedetti se dieron a la aventura. Nada que ver con el madrileño, que tenía la dermis lijada y la moral alta hasta que se la rebajó el montacargas del infortunio, que fue a buscarle al sótano. Húmedo, gris y frío el día, el cielo de ceniza, al madrileño, que compartió desgracia con Joaquim Rodríguez y Warren Barguill, se le encriptó la carrera.
Un puñado de kilómetros de persecución le soldaron al pelotón, apaciguado en paralelo a la costa normanda. Con las piernas de madera, apolilladas por el sufrimiento, el consuelo de Contador se descascarilló cuando asomó la chepa de Cherburgo, que invitaba a una conquista, a ganar la gloria palmo a palmo a través de la de Glacerie, donde el madrileño, con el cuerpo vapuleado, dañada la carrocería, perdió el compás. La aceleración del BMC y la marcha de su equipo, que apostó descaradamente por Peter Sagan, le dislocaron. El mismo destino del madrileño lo compartió Richie Porte, otro cenizo. El australiano, que se enroló en el BMC para disputarle el trono a Froome, clamó al cielo su gafe. Un pinchazo en la rueda trasera le descolgó. Fuera de foco en la segunda función. La avería de Porte recordó al pasaje que vivió el pasado año en el Giro, cuando el australiano, entonces en el Sky, fue penalizado por emplear una rueda que le dejó un rival para que reemprendiera la marcha. Ayer bastó con una avería y la torpeza del cambio de rueda. Se le esfumó el Tour.
En esas, el Tinkoff quiso pintar el arcoíris sobre Cherburgo. Esposó Kreuziger de Jasper Stuyven, el joven belga que se quedó sin aliento en el último suspiro después de una etapa magnífica en la que mostró su enorme caudal de clase. Humeaba la caldera, con ese aspecto que gastan las clásicas, marcajes al hombre y precaución en el repecho de la llegada, entregado del todo Cavendish, que se quedó sin amarillo. Valverde, Alaphilippe, Sagan y Matthews iniciaron el cortejo por la victoria. El australiano desenfundó primero. Le faltó cadencia. Leña que echar al fuego. Sagan, sereno, aguardó la siguiente detonación: la de Alaphilippe, el francés del curso del 92. Sagan no especuló. Se cosió a su dorsal y le remontó. Primero, ganador. No lo festejó. Extraño en un tipo avispado y juguetón como Sagan en los triunfos. “Soy el primer sorprendido porque pensaba que había dos corredores por delante. Se me ha hecho raro porque todo el mundo ha retrasado su ataque y pensaba que era porque había gente por delante”, expuso Peter Sagan, que se estrenó de amarillo el día en el que otra caída destiñó Contador, camino de urgencias.