Amurrio - Hace ya más de tres años, en el verano de 2012, cambió la vida del deportista profesional por la del ciudadano y el balonmano por la enseñanza, ¿cómo le va?

-La vida sigue. Fue un cambio importante, pero cada etapa ha tenido su momento de gloria. En su día dejé el balonmano muy convencida de lo que hacía y ahora estoy disfrutando de esta nueva etapa.

Con 31 años que tenía cuando se retiró, ¿se deja el deporte convencida?

-Sí. Sí. Tomé la decisión muy convencida de lo que estaba haciendo. Las dos últimas temporadas iba teniendo claro que quería finalizar mi etapa deportiva y que había llegado el momento de empezar a meterme en el mundo laboral normal. Estaba convencida de ello y por eso no me arrepiento.

Más allá de la despedida al deporte profesional, parece que también se cierra con la retirada una etapa vital. ¿Siente que fue como hacerse mayor?

-Parece que mientras estás metida en el mundo del deporte sigues siendo joven, pero yo creo que eso depende de la vida que lleves. Yo hoy en día me sigo sintiendo joven y me quedan por delante muchos años de juventud. Eso cada uno lo lleva a su manera.

¿Qué echa de menos?

-Esos momentos previos a los partidos de nerviosismo, de subida de adrenalina cuando sales a la pista, muchos partidos de alto nivel, muchas finales... Ahora lo vivo de otra manera, desde la grada pero con la misma intensidad que antes. Quizá lo que más echo de menos es esa chispilla que se siente dentro cuando vas a salir a jugártelo todo.

Cuando está en la grada, ¿no piensa alguna vez en bajar a la cancha?

-Hay veces que te dan ganas de saltar al campo, pero yo estoy ya en otra etapa, lo vivo desde fuera y también con alegría.

También añorará el ambiente, imagino.

-Echas de menos a las amigas. El balonmano me ha dado todo. Yo de mi carrera no me quedo con los títulos, me quedo con la gente que he conocido. Se echa mucho de menos el día a día con esa gente. Todas esas compañeras con las que he disfrutado de mi etapa, como Begoña Martín, Beatriz Fernández, Begoña Fernández, Zulay Aguirre, Matxalen Ziarsolo... Tengo un montón de ellas para citar y el balonmano te daba el verlas todos los días, irte de cena, irte de juerga... Hoy en día, cada una está en su ciudad o en su país y se pierde el contacto aunque lo mantengamos vía redes sociales o el móvil.

En el otro lado de la balanza, ¿qué no echa de menos del deporte profesional?

-Las agujetas de agosto de todas las pretemporadas, sin duda. Lo que más pereza me daba era empezar otra vez a entrenar, a ponerte en forma. Además, cuesta mucho ponerte bien y se va muy rápido. Esos entrenamientos de agosto de mañana, tarde, noche y casi madrugada no los echo de menos para nada. Y tampoco el dolor de cuerpo que se te queda. Al final, ya fuese después de un partido o de un entrenamiento, siempre que te ibas a casa te dolía algo. El hombro, el codo, el gemelo, el dedo hinchado... Las lesiones es lo que menos se echa de menos. Yo tuve la mala suerte de romperme el cruzado con dieciocho años y esa rodilla la he ido arrastrando durante toda mi carrera, jugando infiltrada los últimos años porque tenía un desgaste increíble.

Deporte femenino profesional y ganarse la vida no son términos que vayan parejos en la mayoría de los casos. En el suyo, compartía el balonmano con los estudios.

-Poco a poco las mujeres vamos consiguiendo cosas, pero es triste que le prestes las mismas horas a tu deporte que un hombre y que no sea suficiente para vivir de ello para la mayoría. Yo he tenido las suerte de tener un sueldo digno y me he podido dedicar profesionalmente al balonmano, pero siempre sin descuidar los estudios. Yo tenía muy claro que en cuanto acabase mi vida deportiva quería meterme en el mundo laboral con algo ya estudiado y acerté de pleno.

¿Por qué profesora?

-Decidí estudiar Filología Vasca porque mi vínculo con el euskera es muy grande. Me lancé siendo euskaldunberri, porque en mi familia no se habla y en Amurrio tampoco demasiado, porque me gustaba la enseñanza y, sobre todo, el euskera.

No da la impresión que el tema laboral en la enseñanza sea tampoco sencillo en estos momentos: recortes, pocas plazas, menos profesores, más alumnos...

-No está muy bien, pero tampoco nos podemos quejar. Hay mucha gente que está peor que nosotros. Es verdad que se ofrecen menos plazas de las que se necesitan porque está previsto que se va a jubilar mucho profesorado, pero... Eso es algo que se decide desde arriba y nosotros no nos podemos meter. No nos podemos quejar porque mucha gente sin plaza, yo por ejemplo, está trabajando.

Desde fuera siempre se dice que el trabajo de profesor es un chollo, ¿desde dentro?

-Tenemos una gran suerte, que son las vacaciones. Igual que las tienen los alumnos, las tenemos nosotros. Pero también es verdad que la gente no ve el trabajo del profesor en casa. Ves lo del colegio, pero no ves que el profesor se tiene que llevar a casa cincuenta exámenes para corregir para dentro de dos días. La imagen del profesorado está un poco idealizada porque la gente se piensa que vivimos muy bien, pero hay más trabajo del que parece, un estrés laboral y montón de niños en clase a los que hay que dirigir. Yo lo llevo bien, pero veo gente que sufre mucho.

¿Cómo vienen los niños?

-Otros con más experiencia pueden hablar más que yo, pero vienen apuntando fuerte. De pequeña, cuando liábamos alguna, si se lo iba a contar a mi madre antes de acabar lo zanjaba diciendo que algo habría hecho. Hoy en día no es así y se les saca la cara a los alumnos cuando en realidad los padres deberían hacer un esfuerzo en apoyar al profesor. Se ha perdido el respeto muchísimo y deberíamos poner los límites más estrictos. La culpa la tenemos los padres, que permitimos que los niños lleguen a unos extremos que no deberían. La educación va desde casa.

Usted en eso tendrá que trabajar por partida doble con hijos mellizos, ¿cuando le dijeron que venían dos, qué pensó?

-Estuve un par de semanitas en estado de shock, pero luego quieres dos. Ahora mismo no me quitaría a ninguno de los dos.

Usted ha tenido la experiencia en casa.

-Antes de saberlo mi madre siempre lo ponía todo muy negro y nos decía que Eli y yo nos habíamos portado muy mal, pero desde el momento en el que nos enteramos estuvo diciéndome que no me preocupase y que saldría adelante. De momento, no me puedo quejar. Comen bien y duermen bien.

Por lo menos la leyenda urbana de intercambiarse entre gemelos o mellizos no la pueden llevar a cabo al ser chico y chica.

-¡Nosotras tampoco lo hicimos! Yo he escuchado historias así muchas veces y nosotras nos parecíamos mucho para poder hacerlo, pero no tuvimos esa idea. Hemos hecho muchas otras cosas que es mejor no contar, pero a eso no llegamos.