NIZA - La roca desnuda, gris la caliza, los árboles descolgados, asomados al precipicio, oteando la postal de Niza, su mar, su puerto deportivo; la espléndida Costa Azul. En esas carreteras de descapotable, sol de invierno y fular al cuello, un lugar para saborear la dolce vita, Geraint Thomas palideció. Lívido. Rostro desajustado, arena en los pulmones y un calvario que masticar. A Thomas le salvó la campana del descenso y el flotador de Sergio Luis Henao, que lo rescató, arrastrándolo a chepazos, cuando el galés se ahogaba en el Col d’Eze, aterido, en shock, ante el frenesí de Contador, que jugó contra la banca y a punto estuvo de saltar el casino de Niza. Al madrileño le faltó un chasquido. Cuatro segundos le dejaron sin la París-Niza que resopló Thomas, incrédulo, aliviado al fin, tras haber sobrevivido a la ira de Contador. “Buff”. En tres ocasiones. En la onomatopeya se concentraba una tonelada de sufrimiento, al que le sometió el ciclismo al asalto de Contador. “Hemos luchado mucho en esta última etapa. Hemos dado lo mejor que teníamos y hemos perdido la victoria en la general por sólo cuatro segundos”, decía el madrileño.

El Col d’Eze, la montaña amiga del madrileño en el pretérito, su aliada en Niza, colocó a Contador en órbita. Afilado el rostro, la piel de papel, las piernas ligeras y el pensamiento ambicioso, Contador enseñó los dientes para devorar a Thomas a dentelladas. Caimán. Ese retrato, el de la mandíbula de Contador prensando los pedales. Su foto de carné cuando suena la corneta de la carga. El madrileño metió en el tambor de la lavadora a Thomas. Centrifugadora. Inquieto y arrebatador Contador, insurgente, convocó un levantamiento antes del ataque sobre el balcón de Niza. El Tinkoff diseñó una emboscada en la Côte de Peille que laminó al Sky, el carruaje negro de Thomas. Del incendio escapó el galés por el sacrificio de sus peones, anulados todos salvo Henao, el aliento final de oxígeno en el tanque de Thomas, el que le sostuvo.

la gran batalla Apareció el Col d’Eze, el territorio comanche que introdujo en el acelerador de partículas Rafal Majka. Suspiraba Contador por sus rampas. Quería anudarle una corbata de plomo al líder, cuyo amarillo perdió varios tonos en el pantone a medida que el puerto se desabrochaba la camisa. El Col d’Eze desató a Contador, dispuesto a escribir una tragedia en varios actos para Thomas. Fue oler la pendiente y el madrileño alumbró con un baile espasmódico. En el restringido grupo sabían que Contador saldría en estampida. La cabra siempre tira al monte. Inició Contador su gira de conciertos, un carrusel de ataques en ocasiones a dúo, con Bardet, y más tarde con Porte. Solo o acompañado, sin descanso. Henao era el velcro que se enganchaba a Contador, el portavoz de Thomas, al que no le alcanzaba la cilindrada y el reprís para templar al madrileño, que se deshizo del doliente británico cerca de la corona del Col d’Eze, donde abría huella Tim Wellens, último representante de la fuga que se gestó kilómetros antes.

Contador y Porte se cosieron al belga y se deslizaron hacia el paseo de los ingleses de Niza con medio minuto de renta. Contador se teñía de amarillo. En el retrovisor, empero, se formalizó la caza, comandada por Thomas y Henao, una vez se fusionaron con el grupo que caminaba por delante y en el que se ovillaban Ion Izagirre- estupenda su carrera, quinto en la general-, Zakarin, Bardet, Yates o Gallopin, entre otros. El descenso, limpio, más de potencia que de habilidad, impulsó a Thomas, que lijó las ilusiones de Contador, segundo en el sprint del trío tras Wellens. “Hemos atacado y hemos dejado al líder atrás. Sin embargo, detrás de nosotros había diferentes intereses y cerraron el hueco con nosotros. Al final, sólo fui capaz de ganar cinco segundos (más 6 de bonificaciones)”. El botín necesitaba cuatro segundos más. La París-Niza en un palmo.