Grecia ha estallado. Ha dicho basta para combatir. El escaparate del fútbol no cesa en el deterioro de su imagen, la de una nación al fin y al cabo. Las vergüenzas, el hastío, han vencido. Guerra a la violencia.

El pasado septiembre murió en Creta el aficionado Kostas Katsoulis en una pelea enmarcada en el contexto de un partido de fútbol de la Tercera División helena, dando razón a la primera suspensión de este deporte en la presente temporada en todo el país.

En noviembre, el exárbitro Jristóforos Zografos fue agredido y hospitalizado, lo que propició la dimisión del presidente de la Superliga (Primera División griega), Dimitris Agrafiotis, y el segundo parón del curso.

Hace dos domingos, el 22 de febrero, en el Panathinaikos-Olympiacos (2-1), medio centenar de radicales del primero saltaron al terreno de juego durante el calentamiento del partido a fin de agredir a los jugadores del segundo. El duelo se acabó jugando. Tras el descanso, el colegiado Pajtim Kasami recibió un botellazo. Y con el pitido final regresaron los altercados.

El siguiente martes, tras la suspensión de una reunión de presidentes de los clubes griegos, Giannis Alafouzos, dirigente del Panathinaikos, denunció agresiones en la misma del mandatario del Olympiacos, Vangelis Marinakis, y su guardaespaldas.

Un día después, por orden del ministro adjunto de Deportes griego, Stavros Kondonís, el fútbol se detuvo por tercera vez esta campaña. Pero en este caso, estancado hasta que se halle una solución al problema de la violencia, que ha encontrado hogar en la actividad balompédica. Una cancelación indefinida para profesionales y semiprofesionales, que comprende desde la primera hasta la tercera categoría griegas. Es un ultimátum. Se espera.

Ver para creer La violencia ha vivido enquistada, concebida como rutinaria, estática en Grecia, hasta el citado derbi de Atenas, El duelo del Olimpo, altavoz de la problemática por lo mediático de la disputa de dos de los clubes más trascendentes del país. A ojos de los extranjeros que han emigrado allí, la cota de radicalismo instalada en la nación, en su disciplina del balón, es sorprendente. “Nunca he vivido algo así”, dice Rafa Alkorta, echando un vistazo al retrovisor de su memoria, tratando sobre el grado de violencia, acerca de una experiencia como futbolista del Athletic y Real Madrid, pero también como ayudante de Míchel González en el Olympiacos, donde permaneció este curso unos meses. “Es increíble, nunca había vivido nada igual”, reitera Igor Angulo, otro con pasado rojiblanco, un trotamundos que se ha fajado en el Numancia, Écija, Nástic, Cannes francés, Real Unión, Enosis Neon chipriota y que actualmente viste la camiseta del Apollon Smyrnis, de la Segunda División helena. Tipos viajados. Sin vacilar, ambos son rotundos: tienden la mano al parón sin fecha de reanudación. “Es un problema grave como para hacer algo drástico”, asevera Igor.

“Los que llegamos de fuera alucinamos con el ambiente, si no lo has visto impresiona mucho, pero desgraciadamente, te vas acostumbrando”, prosigue Angulo, que relata su experiencia, la de Alkorta, igual de semejante: “Cuando estaba allí los compañeros decían: ‘¡buah!, ya verás cuando vayamos a jugar a no sé dónde, que el año pasado salimos corriendo a pesar de la Policía’. Digo: ¿Aquí nadie hace nada? ¿Este año vamos a pasar por lo mismo? ‘Sí, sí, seguro, esto aquí es así’. Ahí está el error, es algo que lo ven..., no sé si la palabra exacta es normalidad; es más resignación, porque dan por hecho que al ir a equis campos, hay que salir corriendo. Eso me dejaba aturdido”. Las bengalas, por ejemplo, son como cerillas en un fumadero. “Las lanzan, se empieza tarde el partido y ya está”, prolonga Rafa, “se da como algo normal”.

Violencia localizada e impune Los dos testimonios, sin embargo, desechan la estereotipación del aficionado griego. Acotan la problemática. El origen de la violencia está focalizado, enclaustrado en una minoría de seguidores, personas que marginalmente expresan la violencia porque son violentos per se, minoría en términos genéricos, pero demasiados como masa social. Especialmente localizados en los grandes clubes del país, a cuyos aficionados no se les vende entradas para acudir al campo del rival. En los colosos del fútbol griego, la morada para el radicalismo es mayor. La proporcionalidad de la violencia se rige en función de las expectativas y las exigencias deportivas de los clubes. “La violencia es la misma que hemos vivido en otras ligas, con grupos radicales como los que puede haber en España, solo que allí no se ha erradicado”, puntualiza Alkorta, que no considera que se trate de una proyección de la rabia debido a un contexto socioeconómico concreto. Apela al abanico de la raza humana y sus consecuentes acciones. “Sucede por personajes que pululan por el fútbol”, concreta, “todo esto viene de muy atrás, antes que la crisis económica”. Aunque Angulo no lo descarta: “No lo sé, pero podría ser que esa ira social se canalice en los estadios de fútbol”. Expone que tal vez sea más pólvora para un polvorín.

El caso es que se trata de un espectáculo, el fútbol, en el que el aficionado debate, como ambos comentan, sobre si acudir con familiares o hijos. El peligro acecha en un juego, aunque para otros es la guerra, en el que la celebración de un gol puede traer fatales consecuencias o simplemente el hecho de coincidir en momento y lugar con una refriega.

Los sectores agresivos poseen el agravante de la repercusión del modus operandi. Y eso, allí, es sinónimo de fortaleza, la transmisión del miedo, como también es poder la permisividad institucional hasta la fecha. “Esto también pasa en España, porque lo hemos vivido hace pocos meses, pero aquí se toman medidas, como echar a los que insultan, a los que lanzan objetos... Allí, como se vio en el derbi, la gente salta al campo y no pasa nada. Los jugadores se van al vestuario, salen al rato y se juega el partido. Es uno de los principales problemas, que nadie toma cartas en el asunto”, comenta Alkorta, que continúa explayándose sobre la extensión de la violencia: “En muchos estadios hay personas que están fuera del aficionado normal, pero en Grecia no son grupos de 300 personas, de 400, de 1.000... Hablamos de muchas más y sería muy complicado para todos los equipos grandes que se fuera toda esa gente”. En general, “el pueblo griego concibe el fútbol como aquí, ocurre que esos grupos determinados tienen más fuerza que en otros sitios y como nadie les dice nada ni sucede nada, pues la ejercen”, dice el exdefensor. Se engorda con la pasividad.

De hecho, Angulo mira hacia atrás para dar cabida al escepticismo: “No sé cuál es la solución, pero puedo decir que la liga se ha parado en otras ocasiones y no se ha solucionado nada”. Hay motivos para no creer, por los antecedentes de esta misma temporada, si bien, ambos encuentran en el relevo del Gobierno griego un argumento de peso para el cambio. “Esperemos que con el nuevo presidente sea diferente”, anhela el interior izquierdo. “Tratamos de algo institucional, porque cuando se juega la Champions no pasa nada y cuando es la liga, sí. La FIFA y la UEFA multan a los clubes, lo que debería suceder en la liga. Lo que tienen que hacer es aplicar lo que hace la UEFA y la FIFA desde hace muchos años, que es erradicar”, atestigua Alkorta, quien confía en el cambio con la dirección entrante: “Espero que meta mano. Me daría mucha pena que no aprovecharan este momento para parar”.

Medidas incumplidas Las medidas, aunque sin exigencia de cumplimiento, están legisladas desde 2002, cuando, como normativa para la lucha contra la violencia, se impuso la obligatoriedad de la colocación de entradas electrónicas para identificar a las personas en los estadios, así como la instalación de cámaras de seguridad. Los sucesos, con eco mundial, han agotado la permisividad. “Me parece más relevante la muerte de una persona. Es cuando tenían que haber saltado las alarmas. De cualquier manera, me parece bien que llegue el momento en que se diga basta”, comenta Alkorta. El ministro adjunto de Deportes griego, Stavros Kondonís, quiere limpiar el fútbol. Exigirá el cumplimiento de normas, además de pretender la eliminación de las peñas de aficionados de los clubes. El cariz del mensaje es de firmeza, dictatorial.

Tanto Angulo como Alkorta tildan de fantásticas sus experiencias en el fútbol griego. No han padecido la violencia en cuerpo propio, pero saben que es una lotería a la que se juega sin boletos por formar parte del contexto futbolístico. “Es fácil cuando lo ves en YouTube, pero hay que estar allí para vivirlo. Me ha tocado a veces como local, otras como visitante, y son situaciones difíciles. No sé si el parón es la mejor medida, pero Grecia tiene que hacer algo y dar un paso adelante”, expresó en la rueda de prensa previa al Eibar-Athletic el entrenador Ernesto Valverde, que dirigió al Olympiacos en dos etapas. En Grecia la violencia se vive en directo.