Vitoria - Nadie duda a estas alturas que el ciclismo es uno de los deportes más duros y exigentes que existen. Kilómetros y kilómetros de esfuerzo en las piernas, miseria sobre el asfalto soportando las inevitables inclemencias climatológicas -lo mismo da el calor que el frío, la lluvia o la nieve-, peligrosas caídas al acecho en cada curva, largas temporadas fuera de casa y la recompensa de la victoria al alcance únicamente de unos pocos privilegiados. Pese a todo ello los ciclistas, que siempre se ha dicho que son de otra pasta, se tatúan un objetivo en sus cabezas y son capaces de soportar casi cualquier cosa para llegar en condiciones de cumplirlo. Más aún en la época invernal cuando, sin competición, el monótono entrenamiento es sinónimo muchas veces de invitación al abandono. Lejos de ello, salen a la carretera mientras el resto de los mortales se pega al radiador de su salón. Cuesta imaginar mayor ejercicio de autoexigencia y entrega. Pero existe. Y el vitoriano Ricardo García Ambroa es su último protagonista.

Todo lo relatado anteriormente constituye su día a día desde hace semanas, pero con una gran diferencia. En su caso no existe en el horizonte el objetivo que ejerce de potente motivador. En su caso, por delante sólo aparece la nada. El vacío de un año en el que todavía, cuando la temporada ya ha consumido sus primeras pruebas, no ha encontrado acomodo. Obligado a recorrer kilómetros y kilómetros sin destino definido por el momento, el alavés no se resigna y continúa enlazando pedaladas de esperanza.

Desgraciadamente, su historia no resulta demasiado extraña en un ciclismo cada vez más precario que no es capaz de recuperar el lustre de épocas pasadas. Damnificado, como tantos otros, por la desaparición del Euskaltel en 2013, García encontró el año pasado una bombona de oxígeno a miles de kilómetros de distancia. Dispuesto a mantener su apuesta por la bici a toda costa, acogió con agrado la llamada desde Japón y se enroló en el Ukyo nipón. Allí completó una buena campaña y regresó a casa el 19 de noviembre para disfrutar de las vacaciones con la promesa de continuidad en el equipaje.

Un compromiso que, demasiado pronto, se transformó en papel mojado. “Antes de viajar hablé con el equipo y me dijo que me iba a renovar. Pero llegué aquí y me mandaron un email a los cuatro días de venir diciéndome que no contaban conmigo. Esa fue la historia. Al final te vas guay, te dicen que están contentos contigo y cuando estás en casa te mandan un correo guarro para dejarte en la calle”, recuerda ahora.

Pese al inesperado contratiempo, García no se vino abajo y se decidió a plantarle cara a la adversidad. De esta manera, se trazó su plan de trabajo habitual de cualquier pretemporada y cumple religiosamente con todas sus exigencias. Claro que, conforme transcurre el tiempo, resulta inevitable que alguna nube negra ronde por su cabeza. “Lo llevo mal la verdad. Con pocas ganas... A veces tienes, otras no. Pasas por días buenos y otros muy malos. Pero hay que salir y darle. Al final seguimos quedando la grupeta de siempre (Landa, Aberasturi, De la Parte...), salimos y un día con uno y otro con otro por lo menos te alegras un poco. Pero es complicado, porque sin nada en mente se te hace jodido”, confiesa. Más todavía ahora cuando el inicio de la competición oficial provoca que sus compañeros de entrenamiento deban ausentarse en ocasiones para cumplir con sus respectivos calendarios. “El otro día estaba Landa en Benidorm, algún otro también por ahí fuera y hay días que he tenido que salir solo. Echarle dos huevos, coger la bici y salir. No queda otra. Encima con el tiempo que hemos tenido me ha tocado también hacer mucho rodillo...”, lamenta.

Pero, pese a todas estas piedras en el camino, Ricardo -que mañana jueves cumplirá 27 años- no está dispuesto a tirar la toalla. “Voy a continuar porque es lo que hay. Tengo ilusión, ganas, he estado muchos años dedicándome a esto y de un día para otro no lo voy a dejar. Tengo a un par de personas moviéndose, yo también intento preguntar por aquí y por allá pero por el momento no hay nada. Ninguna esperanza. Alguna ofertilla me ha llegado pero ha sido de 500 euros y cosas así que dices, ‘¡Madre mía! Que casi te lo dejas en un vuelo...”, destaca.

Dice el refrán que a río revuelto ganancia de pescadores y eso es precisamente también lo que está ocurriendo los últimos años en el mundo del ciclismo. Aprovechando la escasez de dorsales, los equipos tratan de rebajar al máximo sus ofertas y el corredor vitoriano es plenamente consciente de ello. “No te quieres hacer millonario con esto pero por lo menos tener un sueldo digno. No tener que poner dinero, que bastante sacrificio es ya salir todos los días arriesgando el pellejo”, se sincera. Sin embargo, algo que podría considerarse lo más normal del mundo se convierte en excepcional en la actualidad ante la evidencia de que hasta el teléfono de Ricardo García únicamente han llegado “ofertas ridículas”. Sus últimas esperanzas se dirigen al mercado internacional, ya que las puertas de las escuadras nacionales permanecen cerradas a cal y canto. “Aquí no hay nada. El problema es que está todo completo, los presupuestos no son muy allá y el problema es que me he quedado muy fuera de plazo”, admite.

Lo que sí tiene claro el ex de Euskaltel es que no está dispuesto a regresar al campo aficionado. “La opción de recalificarme como amateur la descarté porque sería dar muchos pasos para atrás y luego vete a saber qué pasa. No, no, paso. Al final yo sé que mi sitio está en profesionales y no quería dar ese paso atrás”, incide.

Así pues, el camino que está recorriendo únicamente tiene dos finales posibles. O encuentra la recompensa a su esfuerzo en forma de un hueco en una escuadra profesional o dice adiós definitivamente al sueño del ciclismo. “El plazo es agosto. Si para entonces no he encontrado nada me he planteado ya colgar la bicicleta. Mientras tanto, a intentar pensar poco y seguir dándole a los pedales, que es lo que sé hacer. Y si me ofrecieran seguir trabajando en el mundo de la bicicleta con alguna cosa seria pues cogerla, porque no la iba a rechazar. Es lo que me gusta y lo primero es estar contento y feliz”, reflexiona.

Ese, podría considerarse el mal menor de una aventura que ha deparado bastantes más tormentas que anticiclones. “Por lo menos aunque sea trabajar en el mundo de la bici. Tener un trabajo, que a día de hoy es lo importante. Sé que está complicado y lo caro que es continuar en esta profesión, más como están ahora los equipos que no pone nadie un duro... Y los sueldos que hay son de risa además. A día de hoy está todo más negro que negro así que si me saliese algo relacionado con la bici lo cogería sin dudarlo”, sostiene. Pero, por si acaso, lo dice subido a la bicicleta, acumulando kilómetros de esfuerzo y preparación y sin parar de mover las piernas al ritmo de unas acompasadas pedaladas de esperanza.