Vitoria. Gerrikagoitia no lo vio pero lo escuchó. ¡Catacrack! Así sonó la clavícula de Igor Antón al partirse contra el suelo de Lieja. Cuando todavía no había arrancado La Decana, en el tramo neutralizado, el escalador vizcaino probaba el pinganillo junto a la ventanilla del coche de su director. Con una mano agarraba el aparato y con la otra... "la otra no recuerdo dónde la tenía", contó Gerri; "tengo dudas de si la apoyaba en el coche o en el manillar. El caso es que no sé cómo, un bache, no lo sé, y de repente, todavía no me lo creo, escuché el ruido". ¡Catacrack! Fue el primer crujido de la Lieja. Luego hubo más. Una estridencia de cuellos rotos y piernas que gimen en medio de un temporal de frío y tormentas, el azote del viento y el látigo de una velocidad que dejó la resolución de la La Decana en la esfera de la supervivencia. En ese escenario apareció Maxim Iglinskiy, kazajo, la misma raza que Vinokourov, para cantar victoria ante un coro de crujidos.
La sinfonía siguió sonando tétrica para Euskaltel. Antes de Stockeu, a menos de cien kilómetros de Lieja, otro crujido volvió aterrar al conjunto vasco. ¡Catacrack! Era el gemido de la bicicleta de Samuel, varado en la cuneta con la patilla del cambio estrangulada. "Y como en la Amstel, he tenido que hacer un sobreesfuerzo para volver. Esas cosas se pagan, y yo lo he pagado al final", dijo el asturiano, séptimo y satisfecho, pese a los obstáculos, del epílogo de su triunfal primavera que le coloca en la cima del World Tour, del que se despide hasta la Dauphiné Liberé, la antesala del Tour.
El calentón de Samuel, de todas maneras, era el calentón de un pelotón desgastado por el frío, las tormentas intermitentes, el viento y un ritmo trepidante que elevó aún más el BMC de Gilbert cuando la carrera se asomó a La Redoute, donde dicen que comienza la Lieja. O acaba. Para Valverde, que sufrió una avería, cogió la bicicleta prestada de Madrazo y cuando quiso regresar junto a los demás supo el ganador de dos Liejas que todo había acabado. Se lo dijeron sus piernas con un crujido.
Sintió lo mismo Frank Schleck en la siguiente colina importante, la Roca de los Halcones donde se esperaba a Gilbert o a Joaquim Rodríguez y resultó que surgió Vincenzo Nibali para liquidarlos a todos con dos ataques durísimos, el segundo, definitivo, en el descenso antes de la zona de repechos que eligen los más osados -Vinokourov en 2010 para irse junto a Kolobnev, por ejemplo-, que suelen ser, también, los más fuertes. De Gilbert, autoritario hasta ese momento, no se volvió a saber. Ni de Samuel, que se agarró al grupo como método de supervivencia mientras la Lieja seguía tachando dorsales. De la sinfonía de lamentos había salido Nibali, un solista maravilloso e impetuoso que recorrió como un rayo el llano final antes de la cota de Saint-Nicholas, el barrio de los emigrantes italianos. Sintió su aliento en una subida interminable donde pensó, quizás, que tanto esfuerzo le recompensaría un rato después al entronizarse en Ans por aquello de la justicia obrera. Supo después que eso no existe. No conocía entonces que tras él, en el mismo Saint-Nicolas, Maxim Inglinskiy había reventado a Purito después de que este partiera en el llano en busca de Nibali. "He corrido para ganar. Lo di todo y no me guardé nada para conseguir un buen resultado", señaló el catalán a los conformistas. "Cuando he atacado", reconoció sin embargo el kazajo, "lo he hecho para ser segundo". Ocurrió que en el descenso hacia la última cota de Ans, Nibali se quedó sin pilas, agotado, mientras que Iglinskiy iniciaba una persecución acelerada que le colocaba a un kilómetro de meta a rueda del italiano y a un palmo de un triunfo del que ya le había hablado Vinokourov cuando le telefoneó desde Turquía, donde compite estos días, por la mañana. "Hablé con Vinokourov y me dijo que creyera que podía ganar la Lieja, pero que tenía que vigilar de cerca a Gilbert y Nibali", contó después de su llegar solo a Ans tras soltar al Nibali, fundido, bajo la pancarta del último kilómetro. Tras el kazajo entró serpenteando hasta meta el escualo, y, poco después, irrumpió el grupo que comandó Gasparotto y en el que Samuel trepó hasta la séptima plaza con la que cierra su exitosa primavera. También se acaba la primavera de Antón, que hoy será sometido en Bilbao a las pruebas que determinarán la gravedad de la fractura.