Vitoria. Fino y estilista en el pilotaje, quizás el que más de la parrilla, expresión académica, de artista exquisito, depurado, estricto, metódico, Dani Pedrosa, elixir de la elegancia, era gaseosa, efervescente, se le hacían largas las carreras. Eternas. Sus fronteras las venía marcando su delicado y liviano físico -y las últimas lesiones y sus consecuentes secuelas-, una virtud ante el semáforo, un defecto para la longevidad en carrera. Ante la imposibilidad de desproporcionar su fachada de 51 kilos y 1,60 metros de alzado, el catalán se aferra a la adrenalina para extender sus horizontes, para tocar el desenlace de las pruebas con opciones de victoria, aunque tiritando de fuerzas. Su cuenta pendiente era la gestión, economía de sus recursos, porque la técnica abunda, pero su cuerpo amasa el músculo que cabe y las MotoGP exigen fuerza, un vigor del que flaquea el de Castellar del Vallés. Un talón de Aquiles que pronto descubrieron en Honda, donde fabricaron una moto a su medida. Sus intentos, muchas ocasiones, terminaban en perecimientos como los del náufrago, en una orilla. Las maneras son buenas, pero la consecución no terminaba de cuajar, terminaba rendido.

Pedrosa dio ayer un vuelco, un cambio de guión. Adoptó otra política, la de perseguir en lugar de ser perseguido. Inteligente, desechó rodar en cabeza como tanto le gusta, evitó el enzarzamiento con Jorge Lorenzo, lo que hubiera podido meter a Casey Stoner, tercero, en la lucha de dos por la victoria y que también le hubiera restado fuerzas para el combate definitivo, que no lo hubo porque el catalán llegó sobrado a las postrimerías para asestar el golpe definitivo a cuatro vueltas del final.

Giorgio, sin embargo, intercambiándose los papeles, asumió la iniciativa de desgaste abriendo la carrera, asumiendo el papel de número 1, cosa que venía haciendo Pedrosa a razón de sus ágiles salidas. Pensó el mallorquín, fondista de las dos ruedas, que el catalán, velocista, esprinter de corto recorrido, aquejado de dolencias según dijo al término, sería fugaz, efímero con sus agudos registros, pasajero, y a nueve vueltas del final Lorenzo pretendió desprenderse del de Honda, que fue lapa sin remedio. Enroscó gas entrado el último tercio de la prueba, el que siempre es examen para Pedrosa, pero este, ayer, se convirtió en hijo de la adrenalina y multiplicó sus energías proyectando en el Gran Premio de Portugal su máxima expresión motociclista. Dani descubrió a Dani.

Cuando se intuía la lenta y tradicional agonía, cuando la prueba se la disputaban dos -Stoner era un islote en el tercer lugar y Rossi defendía la cuarta plaza de los acechos de Dovizioso, que se proclamó cuarto en la misma línea de meta foto-finish mediante-, cuando Pedrosa suele sentir que le invade el decrépito, cuando brota la frustración del extasiado y Lorenzo se crece con sus reservas, se fundió con la Yamaha y duplicó sus tiempos, calcados literalmente. Como cola de contacto, sostuvo la apuesta del líder Giorgio y, cual mochila del mallorquín, cobró paciencia a su rebufo, disfrazado de sombra, pero sin síntomas de flaqueza, rocoso como nunca antes y alentado por los primeros movimientos de la moto rival.

Entonces, habiendo fracasado el único ataque de Lorenzo, con cuatro vueltas por delante en la cúpula, Pedrosa, preciso como la relojería suiza con su extravagante plan, encontró su momento y lanzó el órdago para evitar un final con combate cuerpo a cuerpo y obró allí donde había catado con discreción, en el final de recta de meta, lo menos arriesgado, el lugar donde quiso transmitir a Jorge que sería complicado rebasarle. Un engaño, pura estrategia. Dani, cara de no haber roto un plato, fue actor y de los buenos, de los que calan entre su público.

pedrosa se despide de lorenzo Y allá quedó Lorenzo, estupefacto, anclado, como un plomo, como la más fiel imagen del otro Pedrosa, el finito y no incombustible. Vuelta a la moneda, el campeón del mundo se rindió ante el imprevisible tirón, extasiado, sin gomas, impotente, como Marco Simoncelli, el colmo de la agresividad, que se fue al suelo precisamente en los momentos más ardorosos de la carrera, dos curvas apenas mediadas, cuando también Abraham y Barberá dejaron esparcidas sus esperanzas, el instante de la definición de las posiciones que determinarán el devenir de la prueba. El pique de SuperPippo con Lorenzo, que seguro que lo habrá a juzgar por el potencial del italiano y su remozada caballería, quedó emplazado para otro escenario. Espectáculo garantizado, porque Simoncelli ya es el Quinto fantástico y se fajará entre los mejores, incluso, puede que sea decisivo en el reparto de puntos de camino al título.

Lo más relevante de este primer triunfo de la temporada para Pedrosa, el trigésimo segundo de su carrera deportiva, no será la materialización del éxito en sí, los puntos, pues queda Campeonato por delante como para arreglar o estropear, sino que Dani, que el pasado 8 de abril cumplió 10 años en el Mundial, ha descubierto un plan que le permite sentirse competitivo en las postrimerías, algo distinto a lo ofertado, cuando siempre venía desfogando su tensión delante, cortando el viento para el resto, campando con un horizonte limpio, un piloto de sábados, de los que ruedan mejor contra la soledad del crono. Ha sido capaz de rectificar, de escuchar la voz de su cuerpo. Por tanto, a sus 25 septiembres sigue madurando, aprendiendo maneras de ganar. ¿Y si a partir de ahora se dedica a chupar rueda, a dejar hacer en lugar de hacer? Por de pronto, respira a cuatro puntos de Lorenzo en la general, un puesto en carrera.