hay personas que pasan por la vida de puntillas, como una bailarina de aspecto pulcro y etéreo sobre el escenario de un teatro. Otras, en cambio, a veces por elección pero casi siempre por obligación, se adentran en un estilo de vida que les lleva a exprimir cada día de su existencia como si fuera el último. Para ellos, los minutos se convierten en horas, y las horas, en años. Mohamed Tangara, último fichaje de un Araberri que esta tarde dirime la primera ronda de la fase de ascenso a la LEB Plata, forma parte por derecho propio del segundo grupo. Con 26 seis años, este joven nacido en Mali condensa tantas experiencias que podría publicar una autobiografía más apasionante que la de muchos octogenarios. Mo, como le gusta que le llamen, aterriza ahora en Vitoria para ayudar al Aurteneche a alcanzar el sueño del ascenso de categoría.

Amable hasta el extremo, risueño pese a las vicisitudes que la vida le ha regalado, el pívot africano está ansioso por volver a sentirse cuanto antes jugador de baloncesto. Si Iñaki Merino, entrenador del conjunto vitoriano, lo estima oportuno, podría hacerlo hoy mismo a partir de las 20.00 horas frente al Carballo Basket gallego. Será entonces cuando, al menos por unos minutos, Tangara pueda olvidarse del miedo que invadió su cuerpo en el momento en el que el presidente de su anterior equipo, el Al-Jazeera de Libia, entró en su habituación para pedirle que cerrara puertas y ventanas y no saliera en todo el día. La revuelta popular contra Gadafi acababa de comenzar. Y todo cuando Tangara apenas llevaba unas semanas jugando con su nuevo equipo, al que llegó después de empezar la temporada con el Estela de Santander.

"Me ofrecieron ir a Libia y pensé que sería una buena opción al estar junto a Mali, por lo que podría viajar a ver a mi familia de vez en cuando. Todo iba muy bien hasta que estalló la revuelta", recuerda el jugador, que se pasó los tres días siguientes encerrado en casa. "La mayoría de mercenarios contratados por Gadafi eran negros como yo. Si a eso le añades mi altura y complexión, tenía todas las papeletas para que los civiles armados me confundieran con un mercenario. En la ciudad en la que vivía, Zwarra, no quedaban ya policía ni militares. Sólo civiles armados hasta las cejas en las carreteras, parando cada vehículo en busca de mercenarios para matarlos".

twitter como salvación Mientras la revuelta bullía en plena incandescencia, Tangara sólo podía hacer una cosa encerrado en su hogar, twittear. "Era la única forma en la que podía comunicarme con el resto del mundo. No funcionaban los teléfonos, ni Facebook, ni Google ni Yahoo. Nada. Sólo Twitter. "Esto es una locura. Tengo que salir de aquí", fue su primer mensaje en la red social, al que sucedieron un sinfin de nuevos tweets informando a sus amigos casi al minuto de los movimientos que él y un compañero de equipo norteamericano, acometían para intentar salir por la frontera con Túnez. "Cogimos un taxi y le pagamos para llevarnos a la frontera, pero en el primer checkpoint nos pararon unos civiles armados. Me apuntaron con sus armas y se llevaron los teléfonos móviles. Nunca estuve tan asustado", desvela.

En pleno viaje hacia ninguna parte, con el dinero justo para pagar el precio de un billete de avión cuyo coste se había disparado en un abrir y cerrar de ojos, Tangara, su amigo y un jugador tunecino de la sección de fútbol de su club consiguieron llegar al aeropuerto. La fama del futbolista en su país natal fue el mejor salvoconducto posible entre los disparos y la anarquía que se abrían paso a cada kilómetro. Ahora todo es ya un mal recuerdo para el nuevo jugador del Aurteneche, que finalmente consiguió volar hacia Estados Unidos y cruzar un océano que diez años antes había sobrevolado la primera vez que cogió un avión desde su Bamako natal con una sensación de incertidumbre similar, aunque motivada por un germen muy diferente al de la represión impuesta a su pueblo por Gadafi.

una inspiración en su aldea Antes de vivir en primera persona el grito de rabia lanzado al aire por la población libia, Mohamed Tangara era una estrella emergente del baloncesto universitario africano. Un viaje que emprendió cuando, con 16 años, un ojeador del país del tío Sam le "reclutó" -según sus propias palabras- para dejar atrás su aldea y forjarse como baloncestista en Arizona. Primero en una academia cristiana y, posteriormente, en la universidad. Fue allí cuando, rodeado de una opulencia que hasta entonces le era ajena, el joven Mo decidió convertirse en un activista de la lucha contra la pobreza en Mali. Una labor que a día de hoy alimenta su alma con mayor fervor que cualquier canasta ganadora. La historia del niño africano que jugaba al baloncesto descalzo en canchas de arena, aunque recurrente y casi siempre manoseada, no deja de ser una realidad que Tangara vivió de pequeño y que, a base de esfuerzo, intenta ahora aliviar en la medida de sus posibilidades: "Intento que ellos disfruten de su niñez en un entorno más beneficioso del que yo tuve. Gracias a la ONG que creé hemos podido construir canchas de baloncesto, academias y escuelas. Cuando vuelvo a mi aldea los niños me reciben como una inspiración para ellos, aunque yo no sea una superestrella. Les hablo y me escuchan. ¿De verdad juegas en América y en Europa?, me dicen mientras miro a su alrededor y veo que todavía quedan muchas cosas por hacer".

Olvidada su odisea, Mohamed compagina desde hace unos días los entrenamientos en Vitoria con su voluntariado. Como ha hecho los últimos años, trabaja para reunir todo el dinero que pueda y enviarlo a los niños de su lugar de nacimiento. Principal activo económico de una familia de diez hermanos, su desempeño le ha llevado a toparse con las aristas menos agradables del mundo del deporte. "Los jugadores somos arrogantes y tenemos unos egos tremendos. He contactado con algunas estrellas del basket africano a las que he pedido ayuda, y la mayoría ni se ha molestado en responderme, cuando si quisieran podrían hacer cosas mucho más importantes que yo", lamenta Tangara, cuyo futuro se entrelaza ahora al del Araberri.