PAra jugar al fútbol lo único imprescindible es el balón. Todo lo demás, camisetas, árbitros, tácticas o declaraciones, es un añadido, un envoltorio. Primero la pelota, a muchos cuerpos de ventaja todo lo demás. Con esta verdad irrefutable por delante, no es de extrañar que Leo Messi saliese ayer victorioso respecto a Cristiano Ronaldo en el duelo entre los astros que luchan por ocupar el punto más elevado del Olimpo futbolístico. Así será mientras que Barcelona y Real Madrid mantengan su actual ADN, mientras los azulgranas mimen la pelota como si fuese objeto de adoración y los blancos la desprecien cual regalo envenenado, mientras el argentino disfrute de la compañía de socios asociativos de primer nivel y el portugués, ya sea por gusto o por necesidad, se vea abocado a luchar desde la soledad.
Pese a que sigue sin perforar la meta de un equipo dirigido por José Mourinho, La Pulga volvió ayer a ganar una vez más tanto la batalla como la guerra. Con ambos jugadores metidos en más batallas extrafutbolistas que las deseables y protagonizando polémicas arbitrales, la efervescencia de Cristiano dio para quince minutos, los últimos de la primera parte, mientras que la magia de Leo fue sostenida, con constantes trucos de prestidigitador desde que en minuto cinco envió un balón al palo mediante una deliciosa vaselina ante la cual Casillas solo pudo hacer la estatua hasta que Sergio Ramos a punto estuvo de partirle la pierna en el tiempo de descuento. Messi tocó, distribuyó, gambeteó, asistió y a su sideral puesta en escena sólo le faltó el gol. Lo buscó con ahinco, incluso en más de una ocasión pecó de individualista tal era su estado de escitación, pero al final tuvo que conformarse con el papel de asistente. Eso sí, por partida doble.
Sus primeros quince minutos después del descanso fueron maravillosos. Colocó un balón en la red de Casillas pero la jugada fue anulada por una falta cometida por Pedro y viendo que esta vez el papel de solista no iba con él decidió coger la batuta de director de orquesta. En el minuto 47 dibujó un milimétrico envío en profundidad que Xavi estrello contra el meta blanco por partida doble. Tres minutos después, como si su pierna trabajase con la precisión del bisturí de un cirujano, fabricó otro envió letal a la espalda de la defensa madridista que esta vez David Villa materializó en el tercer gol de la noche. No contento con llevar la algarabía a la grada, Messi interrumpió la celebración del Nou Camp con otra lejana asistencia de tiralíneas que encontró mismo destinatario e idéntico fin. 4-0. Partido decidido.
Con Messi divirtiendo y divirtiéndose, Cristiano Ronaldo fue la otra cara de la moneda. Otro partido sin marcar al Barcelona, otra dura derrota para resquebrajar su enorme ego y otro encuentro de altos vuelos en el que su incidencia fue mínima, nula incluso en un segundo tiempo en el que retrasó su posición con el objetivo de organizar el juego, una entelequia ya que sin balón no hay nada que organizar. El luso sólo mandó en el césped cuando el partido se volvió caótico después de que un empujón suyo sobre Pep Guardiola en la banda a la media hora de partido disparara la adrenalina sobre el césped, diera paso a la primera tangana de la noche y convirtiera la contienda en una jaula de grillos. Justo lo que el Madrid quería para contrarrestar el orden u concierto culé. Cuatro minutos después, tras ese ritual que tanto enerva a las aficiones rivales, un lejano envío de falta salido de su bota se fue a muy poco del poste derecho de Valdés, mientras que poco después fue el foco de la polémica del choque cuando cayó dentro del área tras sufrir el contacto del meta azulgrana en una jugada muy dudosa. Poco más hizo Cristiano. Su brillo se extinguó cuando Messi aún no había empezado a sobresalir, algo que es mucho más fácil cuando se es el dueño del balón.
Pese a que sigue sin perforar la meta de un equipo dirigido por José Mourinho, "La Pulga" volvió ayer a ganar una vez más tanto la batalla como la guerra.