Zierbena. ¡Óscar, Óscar, Óscar...! Ja, Ja (gran carcajada) ¿No me digas que no entra por ahí?

En dos escenas, a dos voces, se resumió la primera etapa de la Vuelta al País Vasco. Bueno, no del todo, la historia es algo más extensa, al menos, la de un sprint claustrofóbico entre Alejandro Valverde y Óscar Freire, varios fotogramas a todo pastilla en el embudo de la velocidad, en el túnel del viento, donde se resolvió el emboque de la primera jornada de la ronda vasca resolución judicial mediante.

Encerrado en las vallas que atracaban en Zierbena, a escasos palmos de la gloria, éxtasis absoluto, cuando sólo queda ácido láctico en el cuerpo como alimento, toneladas de arrojo en el cadena y se hinchan pavoneantes los músculos de las piernas en la carrera suicida que es un sprint, a Alejandro Valverde se le inflamó la garganta, enervada y gritó: "¡Óscar, Óscar, Óscar...!" A la queja le acompañó, instintivo, el brazo al aire, gesto enrabietado, protestón. Y mientras, en paralelo a esa voz, Freire, ensimismado, masticando los pedales, estrangulando el manillar, los cuádriceps expansivos, el acelerador a fondo por la puja de la corona de laurel, continuó adelante, protegidos los ojos verdes de cazador, que únicamente veían el porvenir, un horizonte sonriente, a un par de palmos. Los recorrió como un expreso Freire, demoledor, que aterrizó desplegadas las alas y con una sonrisa a medias con el rostro acuchillado, trazándole el camino hacia los micrófonos, entregados a las prisas de la inmediatez que se arremolina en el backstage, a la voz del ganador. O no.

Ocurrió que al ciclista de Torrelavega, el chico despistado de los tres mundiales y de las tres Milán-San Remo -el mundial de primavera- no le alcanzó el esfuerzo para acceder al podio ni a las flores ni al liderato, aunque de todo ello había hablado ante la prensa, sintiéndose ganador. "No le lleves al podio todavía, espera, espera que están repasando las imágenes", ordenaban desde la organización de la carrera. Se le esfumó el triunfo a Óscar metros después, tiempo más tarde, en la frialdad de los despachos, porque Neil Stephens, director del Caisse d" Epargne acudió a los jueces para denunciar la maniobra del cántabro que zimbreó demasiado la trayectoria según el jurado técnico y ocultó el tiralíneas de Valverde, que con el intermitente chispeando en morse pretendía adelantar a Freire por el interior. Escrutaron los árbitros el duelo de velocistas de ambos y determinaron que Valverde era el legítimo vencedor. Estalló Freire incrédulo mientras visionaba la secuencia en una sonora carcajada y en una frase encaminada al juez, en inglés. "¿No me digas que no pasaba por ahí? La sonrisa de Óscar mutó en mueca de pura incomprensión, se encojió de hombros, contrariado por la decisión de los justos, y se evaporó en el autobús de Rabobank, su equipo, que le esperaba para después del podio. Desvanecido de la escena, los focos giraron sobre Alejandro, como hizo la carretera, y con el pulso sereno, reabsorbido el láctato, el murciano lanzó al aire más que el eco de un nombre. Pulsó el botón de la memoria reciente, de los fotogramas que le habían catapultado: "Óscar no estaba haciendo una trayectoria recta, iba hacia la izquierda, yo le iba rebasando, pero tampoco quiero incidir en ello". Se apartó de la polémica, del escaparate del morbo Alejandro, dichoso en la piel de líder. "La decisión ha sido de los jueces".

Entonces del esfuerzo supremo, del galope desbocado en el que se convierte los asuntos que se dirimen a la micra, rescato su enfoque del sprint, "Le estaba diciendo ¡Óscar, Óscar, Óscar!, pero a lo mejor él tampoco se ha dado cuenta de que yo lo estaba rebasando", se disculpaba el corredor murciano, que paladeaba su primer triunfo parcial de la campaña tras coronarse en la general del Tour del Mediterráneo.