En el universo de The Flaming Lips
Los de Wayne Coyne recuerdan en el Azkena Rock Festival el disco ‘Yoshimi Battles the Pink Robots’
Desde que hace unos 40 años se pusiera en marcha el proyecto, The Flaming Lips siempre ha sido ejemplo de grupo imposible de etiquetar y clasificar en ninguno de los compartimentos estancos con los que muchos intentan estructurar la escena musical. Su universo no está en éste. Ahí, de hecho, siempre ha estado la clave. Sería del todo imposible adentrarse en pocas líneas en una discografía llena de evoluciones, contrastes, experimentos y alguna que otra locura. Pero en este caso, ha sido la banda la que ha propuesto en el Azkena Rock Festival adentrarse en un trabajo referencial, Yoshimi Battles the Pink Robots. Han pasado unos 23 años de su lanzamiento, pero en la capital alavesa ha sonado como si se hubiera publicado solo hace unas semanas.
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Desde que se anunció su paso por Mendizabala, hubo parte del público que se borró de esta actuación. Es lógico. Los norteamericanos nunca han sido ni podrán ser del gusto de la mayoría. El día que eso pase, de hecho, malo. Aún así, buena parte de la familia azkenera se ha concentrado en el escenario principal del recinto –God– para dejarse llevar y sorprender por una formación que, además, siempre cuida mucho sus directos. No todos los presentes han terminado de conectar, eso es así, pero, quienes han entrado en el juego propuesto, han conseguido que sus mentes hicieran las maletas y volasen lejos. Todo un show, como siempre, entre confetis, humos, y muñecos hinchables.
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Un disco único
Teorías sobre de qué iba el disco y si era un álbum conceptual o no hubo muchas en su momento. Pretender ir a la literalidad y hacer lecturas racionales de algunas cosas es, en realidad, una pérdida de tiempo. En un mundo donde la metáfora parece haber perdido la batalla, los de Oklahoma siempre han sido de los que luchan contra gigantes que, en verdad, son molinos. Con todo, en el origen del título y de la historia que relatan varios de los temas está la artista japonesa Yoshimi P-We y su participación en el inicio de las sesiones de grabación del disco.
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Anécdotas a un lado, este trabajo vino a sumarse a la evolución constante del sonido de la banda, convirtiéndose en todo un viaje imposible de atrapar en una escucha. Psicodelia, pop sinfónico, rock alternativo... otra vez las etiquetas inservibles. Por eso, el concierto se ha convertido en algo único y, al mismo tiempo, en solo una parte mínima de lo que es el álbum y el propio grupo. La oscuridad de la noche y la lluvia han ido pidiendo paso frente a la luz de día e incluso eso –que no depende ni de sintetizadores ni de nada por el estilo– ha ayudado a generar una atmósfera especial.