La peculiaridad del wolframio es que tiene un punto de fusión muy elevado y por ello, en los años 30 y 40 del siglo pasado, la industria armamentística de Alemania quiso utilizarlo para dotar de mayor resistencia a su artillería y munición. Solo que no es fácil de encontrar. O hay que acudir a determinadas zonas de China, y en ese momento la conflictividad con Rusia suponía un impedimento, o había que recurrir a lugares concretos de la península ibérica. Fue el caso de un pequeño lugar de Ourense. Ahí está el punto de arranque de Ouro Negro. A historia das minas de Vilardecervos (Tarqus), obra del escritor vitoriano Mikel Diéguez. “El wolframio marcó la geopolítica mundial del momento”, apunta el autor, que dentro de una semana presentará su nueva obra en la capital alavesa.
En concreto, el encuentro con el público se producirá el día 9 a las 19.30 horas en el Centro Gallego de Vitoria. Allí también presentó, en diciembre de 2020, su anterior libro, un A Lareira da Veiga que ya va por la segunda edición. A partir de aquel título, “la gente me empezó a reclamar hacer algo sobre la minería del wolframio”, una investigación que ahora se traduce en este libro y que ha supuesto años de investigación, recopilación de documentación, entrevistas... “Ha sido un trabajo laborioso y costoso para hacer el puzle”, reconoce. Aquí, la publicación se puede encontrar ya en Alerkin, Cedro y Librería Mirian.
Desde la Alemania nazi
Ya en 1936, una serie de empresarios alemanes crearon un conglomerado de empresas al servicio del Gobierno nazi “con el objetivo sacar el máximo partido de las materias primas españolas”. A cambio, primero se pagó al Bando Nacional con ayuda en la Guerra Civil –por ejemplo, con bombardeos como el de Gernika– y después con oro extraído de los campos de concentración y de los bancos centrales europeos, como se descubrió hace unos años en los conocidos como papeles de Canfranc.
“Espero que el libro ayude a que se proteja el patrimonio ligado a la minería; me da envidia lo que se ha hecho en Atauri con Mina Lucía”
“Entre esas materias primas, lo que más les interesaba era el wolframio” que se extrajo de Galicia, Salamanca, Extremadura y algunas partes de Portugal. En el caso concreto de este libro, el escritor gasteiztarra se centra en un pueblo que, antes del inicio de la explotación de este material, contaba con 150 habitantes. Hoy, allí viven 60 personas. En la época que se recoge entre estas páginas “llegaron a trabajar en el entorno unas 1.000 personas que fueron allí desde 1938 al calor del wolframio”.
Sobre estas bases, la publicación quiere documentar esos años desde diferentes puntos de vista, como el de la memoria histórica –contando con testimonios de personas que conocieron aquel momento y que hoy son nonagenarias– pero también el patrimonial y el geológico. Al fin y al cabo, “el wolframio marcó la geopolítica mundial del momento. Meses antes del desembarco de Normandía, por ejemplo, España sufrió un embargo de petróleo por parte de Estados Unidos para que dejase de suministrar wolframio a Alemania y poder hacer el desembarco en unas mejores condiciones”.
La huella alemana
Pero no solo en primera línea de batalla esta materia tenía sus consecuencias. La explotación del wolframio se tradujo en la localidad de Ourense en toda una “revolución industrial”. Por ejemplo, “establecieron ritmos de trabajo más acordes a una nación más adelantada como la Alemania de la época. Es decir, aplicaron turnos de trabajo de ocho horas, crearon un economato, instalación el alumbrado público...”.
“En Vilardecervos ahora viven 60 personas; en aquella época llegaron a trabajar en el entorno unas 1.000 personas”
Además, generaron una base en la aldea, un espacio que contenía una serie de casas y de pabellones. “Ahora allí está ocurriendo lo que en muchas otras partes de España, es decir, que se está vaciando” describe el también fisioterapeuta. Teniendo en cuenta ese pasado y estando en este presente, el objetivo del libro es doble. Por un lado, quiere “rescatar la memoria histórica de la aldea”.
Por otro, se busca “concienciar a las instituciones de la zona sobre la importancia del patrimonio minero” y de su puesta en valor “bien sea mediante la creación de rutas de senderismo –en el libro se proponen dos– o mediante una serie de medidas que protejan el patrimonio arquitectónico e industrial ligado a la minería de aquella época”. En este sentido, Diéguez dice que “a mí, por ejemplo, me da mucha envidia sana lo que se ha hecho en Atauri con la recuperación de la Mina Lucía”.