Junto a Javier Sánchez (guitarra), Demian Cabaud (contrabajo), Marcos Cavaleiro (batería) e Iñigo Ruiz de Gordejuela (piano), el saxofonista cubano Ariel Brínguez regresa esta semana a la capital alavesa. Lo hace para protagonizar la segunda jornada del festival Dazz Jazz. Así, sobre las tablas de Vital Fundazioa Kulturunea (Dendaraba), el encuentro con el público se producirá el jueves a las 20.00 horas, quedando todavía alguna entrada disponible.
Su última visita fue al Festival de Jazz de Vitoria, pero en realidad desde la pasada década, su relación con el Dazz se ha hecho estrecha, ¿verdad?
–Siento admiración y cariño por Beñat Lasagabaster y su equipo, así como por el espacio y por Vitoria, que siempre me ha recibido con los brazos bien abiertos. No lo digo para quedar bien. El público del Dazz es muy respetuoso con la música, es de una escucha muy viva y siempre emocional. He ido con varios proyectos, también de otros, y la experiencia siempre ha sido así. El ver a Beñat crecer mientras sigue su sueño de darle mucho más movimiento a Vitoria está siendo bonito. Yo siempre me he preguntado cómo puedo ser útil al mundo. Ahí me parece importante no solo ofrecer música, sino conseguir esa atención de las personas y poder conducir a la gente hacia otro sitio para emocionarse. En Vitoria, y pasó también en el Festival de Jazz, me he encontrado eso, público que pone toda la atención y la entrega para que la música nos conduzca a todos a un punto álgido. Y eso sabiendo que el jazz a veces tiene ese punto egocéntrico...
¿A qué se refiere?
–Bueno, digamos que hay otras músicas donde la interacción es más palpable. El jazz demanda atención casi absoluta. Estar así una hora o más es algo que no puedes pasar por alto, que tienes que reconocerle al público porque es muy intenso. Admiro mucho las ciudades donde te encuentras esa escucha, ese respeto y en las que, además, hay curiosidad por ver qué se va a encontrar.
El nuevo disco
Cualquiera de sus cuatro discos anteriores son importantes y personales, pero es que ‘Latidos’ habla de algo muy íntimo, aunque también compartido, como es el hecho de la paternidad.
–Mi anterior referencia, Nostalgia cubana, era mirar a las canciones con las que crecí, todo lo que me ha ido conformando con los años. Aquí, en Latidos, está el sonido que me conecta a mi nueva etapa vital, a la familia que hemos creado mi compañera y yo. En la música siempre voy plasmando lo que voy viviendo. No estoy buscando tanto el lado quizás matemático de la música. A mí me interesa la emoción y, después, ya miro cómo equilibrar eso con el lado más intelectual de la creación musical. He sido padre de dos niños y eso ha sido muy revelador para mí en muchos sentidos. Hemos hecho unas canciones que son melodías que parten de temas que les hemos venido cantando a los niños desde que estaban en la barriguita de su mamá. Ha sido un trabajo muy diferente a todos los anteriores. Vengo a hablar de la paternidad, de la maternidad, del nacimiento, de la tierra como dadora de vida... A esas canciones les he dado un contexto de jazz contemporáneo, de world music... aunque en este caso me cuesta un poco poner etiquetas porque aquí hay influencias de la música afrocubana pero también del Mediterráneo, ya que su mamá es ibicenca, y de lo que comparto viviendo en Madrid. Además, he podido grabar este disco con grandes amigos que son al mismo tiempo grandes músicos.
¿Qué es más complicado: ser padre o músico?
–(Risas) ¡Eso está buenísimo! Bueno, en serio, ser padre, indiscutiblemente. Es una responsabilidad máxima. Tú sabes que el mundo... bueno, lleva tiempo denso. Mi labor como padre es saber cómo impregnarles el suficiente amor y hacerles conscientes de que las fricciones y los conflictos lo que hacen es restarnos energías y validez. En el nacimiento de cada uno de los dos, yo me reafirmé en la idea de que la vida es un regalo. ¿Sabes la de cosas que han tenido que suceder para que tú y yo estemos conversando de este disco? Pues seamos coherentes con ese milagro. No nos peleemos. Me parece que es mi responsabilidad traer a este planeta gente amorosa, que no se ofenda porque alguien piense de manera diferente. Hay que abrazar el universo como un campo grande de posibilidades, no de limitaciones. Además, la música para mí ni siquiera es un oficio.
¿En qué sentido?
–Es parte de mi esencia. Es una herramienta de vida. Es como un puente para canalizar ciertas cosas que me parecen vitales. Pero indiscutiblemente te digo que ser padre es mucho más difícil que ser músico (risas).
A esos niños la música les va a acompañar en casa sí o sí, pero si el día de mañana se quisieran dedicar a ella profesionalmente, Ariel Brínguez les diría...
–Esta casa está llena de instrumentos. Ahora mismo estoy viendo dos teclados, un piano, congas, flautas, guitarras... La relación que intento que tengan con la música es, en primer lugar, de juego. Dedicarse profesionalmente a la música, de todas formas, no es una elección consciente. Si la música te atrapa, no hay nada más que hacer. A mí de pequeño me preguntaban: ¿si no eres músico, a qué te vas a dedicar? Y yo no entendía la pregunta. Decía que si no podía tocar el saxofón pues tocaría el piano. Me volvían a insistir y yo decía: pues me dedicaré a componer. Pero es que no entendía hacer algo fuera de la música (risas). Sí, me pueden gustar la filosofía y la poesía, y también las artes marciales o... pero no tienen nada que ver con lo que supone la música. Insisto, no es una elección. Yo quiero que esté presente en sus vidas porque es una herramienta muy importante para canalizar ciertas cosas. Si te sientes de una manera determinada y no sabes expresarla con palabras, ahí siempre va a estar la música, ya la estés componiendo o interpretando, ya la estés escuchando. Lo que tengo claro es que yo no les voy a obligar o a forzar a dedicarse a la música profesionalmente. No, no. Esta profesión no es normal, es algo que vives de manera diferente. Yo nací para esto. Me encanta ir a tocar a cualquier lugar y me emociona cada concierto como el que vamos a dar en Vitoria.