Miren Gaztañaga interpreta a Irune en Azken Erromantikoak, una mujer con pocas habilidades sociales que trabaja de eventual en una papelera y que mantiene una relación telefónica con un operario de Atención al Cliente de Renfe. Se trata de una adaptación de Los últimos románticos, la novela de Txani Rodríguez que fue Premio Euskadi de Literatura en 2021.

¿Por qué adaptar la novela de Txani Rodríguez?

–Nace de una manera muy técnica. Recibí una propuesta de La Claqueta e Irusoin, de las dos productoras. La novela la había leído, conocía el trabajo de Txani y me gustaba mucho. Me pareció un reto estupendo y fue muy sencilla la respuesta, la verdad, dije que sí.

"En la novela y en la película Azken Erromantikoak juego mucho con eso, con las distintas acepciones del significado de lo romántico, de cómo se hace referencia a un lugar que existió pero que ya no existe"

Aludiendo a ese título, ¿es usted romántico?

–(Ríe) Diría que sí, lo que pasa es que es un término muy complejo y con muchas aristas. Es algo que me interesa mucho porque lo romántico es una línea muy primaria, hace referencia al amor romántico, y ahí se habla de otra persona. Pero lo que más me interesa es todo lo que tiene que ver con el Romanticismo como movimiento o con vitrificar territorios, espacios, cosas... En la novela y en la película Azken Erromantikoak juego mucho con eso, con las distintas acepciones del significado de lo romántico, de cómo se hace referencia a un lugar que existió pero que ya no existe. Me gustaría pensar que Irune, la protagonista, vive en un territorio sin presente, con un pasado, quizá, más esplendoroso, y con un futuro poco probable. Diría, por último, que lo romántico tiene que ver con lo cursi, que es algo con lo que la película coquetea.

El director David Pérez Sañudo (5i, detrás), la guionista Marina Parés (2d), el productor Ander Sagardoy (abajo, 3i), y los actores Miren Gaztañaga (c, detrás), Maica Barroso (5d), Erik Probanza (4i, detrás) y Txani Rodríguez (d), posan en la alfombra roja del 72 Festival de Cine de San Sebastián, donde presenta "Azken Erromantikoak" en la sección New Directors del certamen EFE/Javier Etxezarreta.

Por lo tanto, ¿cualquier tiempo pasado fue mejor?

–Esa idea está puesta en cuestión en la película. El municipio en el que se localiza tuvo en su pasado un esplendor laboral, algo positivo en cuanto a actividad y dinamismo, me imagino un territorio como puede ser la margen izquierda de Bizkaia. Pero también hay muchas contradicciones. Hay algo en lo analógico, en esas artesanías también hay un desgaste de los recursos, por ejemplo, en lo que tiene que ver con lo forestal. Esas contradicciones me interesan mucho porque no hay una respuesta clara sobre cuál es la tabla de salvación de un lugar o un personaje en concreto.

Miren Gaztañaga y David Pérez Sañudo en el rodaje de 'Los últimos románticos' Cedida

"Nos gustaba la idea de contradecir los discursos estéticos y formales que abundan tanto en los festivales como un estilo dardenniano, la mezcla entre la ficción y el documental..."

En esta historia, Irune tiene una relación a distancia con un operario de call-center de Renfe al que llama periódicamente. En la novela no se lo describe, en la película, en cambio, Irune se lo imagina con varias caras...

–Exactamente. Hemos pensado mucho en el concepto de lo virtual, entendido como eso que no es real, pero que se comporta como si lo fuera. En contraposición a la idealización de lo romántico, ese concepto funciona muy bien. Ha sido una de las grandes apuestas. Podríamos haber establecido una relación sonora más parca, pero en un momento dado, decidimos hacer una película sobria y poco a poco ir abriéndola. Nos gustaba la idea de contradecir los discursos estéticos y formales que abundan tanto en los festivales como un estilo dardenniano, la mezcla entre la ficción y el documental... Son muy interesantes pero sentimos que queríamos explorar otras cosas, como trabajar con las distintas artesanías que hay en un equipo técnico: la fotografía cuidada, el control del encuadre, la banda sonora... No queríamos huir de esos elementos, sino que deseábamos mostrar al espectador que está viendo un relato muy construido e, incluso, abierto. Queríamos pasar de algo naturalista a algo construido y melodramático, con toda la dignidad de la palabra melodrama, que me parece que suele tener unas connotaciones muy peyorativas en el cine.

"No es fácil mezclar idiomas en el cine. Para mí es muy natural y refleja la realidad que vivo. Los espacios en los que yo habito son bilingües y se pasa de un idioma a otro de una manera muy espontánea"

En la película no se habla de cuál es el municipio en el que se desarrolla la historia. Usted habla de la margen izquierda. No obstante, y pese a que la novela se escribió en castellano, la ha rodado en euskera.

–Queríamos que fuera un territorio plural y bilingüe, en el que coexistieran distintos márgenes. Pensábamos que los personajes de Paulina y Miguel María, que es un operador de Renfe, tenían más sentido en castellano, pero la estrategia de producción también nos llevó a hacer una película en euskera, sin prescindir de figuras de la migración pasada como la del andaluz o la del castellano. Yo me siento especialmente identificado con ello. Creo que hay un reto todavía a ese respecto, no es fácil mezclar idiomas en el cine. Para mí, esa mezcla es muy natural y refleja la realidad que vivo. Los espacios en los que yo habito son bilingües y se pasa de un idioma a otro de una manera muy espontánea.

El guionista y director de cine David Perez Sañudo Ruben Plaza

¿Qué implicación tuvo Txani Rodríguez en la película? ¿Ya la ha visto?

–Txani fue muy generosa desde el principio. Nos dejó trabajar con total libertad y entendió que la novela y la película eran cosas distintas. Fue un reto porque la novela está muy en primera persona, llena de pensamientos difíciles de hacer físicos y tangibles, pero creo que mantuvimos su esencia, aunque la gramática audiovisual sea otra. Recientemente vio la película y creo que quedó muy contenta.

Hay un cambio crucial entre la novela y la película. La novela y la película están atravesadas por la cuestión de clase. En el libro, no obstante, el personaje de Irune tiene un segundo piso, que era donde vivía su madre. Pero en la película lo cambió por una habitación a la que ella no entra. ¿Por qué ese cambio?

–Tiene dos lecturas. Una es la que mencionas, relacionada con la problemática de los pisos. Una persona que tiene dos viviendas se coloca en un lugar distinto. No sé si diría que es una película sobre la lucha de clases, es un término muy ambicioso. De cualquier modo, la segunda lectura tiene que ver con los materiales: la idea de mantener a flote o de mantener intacta una vivienda que ha sido habitada por generaciones anteriores. Esta es una película intergeneracional, que contrapone una generación pasada a una actual y sus maneras de interpretar el mundo. Pensamientos como “Si estudias tendrás trabajo” o plantear fábricas con 500 empleados no creo que se correspondan con la actualidad.

Rodaje en Laudio de 'Los últimos románticos' Redacción DNA

¿Cómo fue trabajar con Miren Gaztañaga, que interpreta a Irune, un personaje un tanto particular?

–Fue fantástico. Miren tiene una experiencia en el teatro muy sólida y llegó a lugares muy interesantes. Creo que fue muy generosa por la exposición psicológica y física que tuvo en la película. Me encantaría que la gente valorase también su atrevimiento. Además, hemos sido muy exigentes en lo referente a la interpretación, fue la gran apuesta.

"No hacemos una película solo para el espectador del mes de septiembre de una ciudad en concreto, también está pensada para el espectador de dentro de dos años o de cinco"

Presenta la película en New Directors. Es su segunda vez allí, después de ‘Ane’. ¿Conoce a algún otro director que haya pasado dos veces por esta sección?

–No tengo ni idea. Lo que sé es que nos propusieron estrenar allí y era importante para nosotros hacerlo en casa. Al final, es una novela con arraigo aquí, fue Premio Euskadi de Literatura. Independientemente de dónde se estrene, la película es la misma. Y la distribuidora y agente de ventas tiene una confianza muy elevada en la película. Intento evadirme un poco del ritmo competitivo del que a veces es difícil escapar. Pero no hacemos una película solo para el espectador del mes de septiembre de una ciudad en concreto, también está pensada para el espectador de dentro de dos años o de cinco. Me encantaría que envejeciese bien, que es algo de lo que se habla poco.

Dice que rehuye un poco lo competitivo, pero concursar en Sección Oficial será también una aspiración, ¿verdad?

–Claro, pero cada vez está más caro y es más difícil. Los festivales tienen dinámicas distintas, un abanico de espacios que deben cubrir... Es difícil y no hay que obsesionarse, pero sería un gustazo concursar en Sección Oficial. También he de decir que soy un gran aficionado a muchas películas que han pasado por New Directors.

Han pasado cuatro años desde Ane. En ese tiempo has hecho varios cortos. ¿El cortometraje es una vía para mantener activa la creatividad mientras trabajas en largometrajes?

–Para mí sí. No pienso tanto en si toca hacer un largo o un corto. Lo considero un formato que está ahí, que me encanta, y que nos permite probar cosas nuevas. Me encantaría seguir haciéndolos.