La escritora y periodista de Laudio, Txani Rodríguez, lo ha vuelto a hacer. Desde que el pasado 17 de enero llegó a las librerías su nueva novela La Seca (Seix Barral), ha levantado una polvareda mediática tan solo comparable a la que ocasionó, en 2021, cuando se supo ganadora del Premio Euskadi de Literatura en lengua castellana, con Los últimos románticos, que ahora mismo esta tomando forma, en formato de cine, de mano de David Pérez Sañudo.

Pero esa es la historia de Irune y ahora toca centrarse en la de Nuria. Ambas, como la propia autora, de Llodio, en lo que se ha convertido ya en una especie de marca territorial que, por fin, se ha atrevido a nombrar, pero que quien la conoce ya supo ver también en la Andrea de Si quieres, puedes quedarte aquí (Tres Hermanas 2016) y las Manuela y Berta de Agosto (Lengua de Trapo 2013). Y es que Txani, observadora incisiva por naturaleza, prefiere moverse por terrenos conocidos a la hora de situar a sus personajes, en los que también vuelca mucho de su propia autobiografía, para luego dedicar por entero sus esfuerzos a tejer historias del todo ficticias, con un alto grado de cotidianidad, pero para nada simples, que atrapan y hacen reflexionar en torno a múltiples capas temáticas, siempre de rabiosa actualidad. Sí, migración, medio ambiente y cambio climático, familia, amor, deseo, o amistad… vuelven a estar presentes en la trama, junto a miedo a la soledad, salud mental o la compleja realidad del mundo rural, todo ello aderezado con gatos y una leyenda inventada tan terrorífica como entrañable, y con un oficio ancestral como telón de fondo. La fórmula, desde luego, parece que funciona, a tenor del ritmo de ventas. “Está en puertas de lanzarse la segunda edición”, confiesa.

¿No le da vértigo exponerse tanto? 

–Si lo dice por las coincidencias autobiográficas que hay entra la protagonista y yo, por aquello de ser de Llodio –que sí, por fin lo he nombrado, que ya tocaba–, que ambas tenemos padre y madre andaluces que migraron a Euskadi, a las que ya nos falta el primero, y que como a Nuria me ha tocado cuidar de ama, aunque fue un periodo corto y está fenomenal… es una realidad que, quien me conoce palpa en cada página, pero que a mí me cuesta ver. La verdad que la exposición no es algo que me inquiete, prefiero pisar el suelo que conozco, porque el paisaje lo tengo muy presente y es otro protagonista y no menor. Además, la historia es del todo ficticia y va por otros derroteros. En este sentido, pienso que es mejor ser natural y no ocultarse, porque a la larga no sé a dónde lleva.

"Las políticas agrarias cortoplacistas, la sobre explotación turística o lo que sea, no ayudan. El agua en un futuro va a ser vital"

De nuevo rumbo al sur, como en ‘Agosto’, y para hablar de naturaleza herida. ¿Hasta qué punto es real lo que cuenta en torno al Parque Natural de Los Alcornocales y el río Guadiaro? 

–La Seca, que da nombre al libro, por desgracia, es una enfermedad real que acaba con los alcornoques. Un modo de vida para mucha gente que allí se dedica a la extracción del corcho, y en el pueblo de Málaga de mi ama y en el que yo misma veraneo, ya hay una plantación de aguacates, aunque en otros del entorno muchas más. Se trata de un cultivo que requiere de gran cantidad de agua y ya se ve que los ríos, a determinada altura, van secos. Es un hecho, sí, y también que hay operaciones de la Guardia Civil por captaciones ilegales de agua. Tampoco me he inventado que se están dando obras en el río, que no me quedan claro para qué, y eso me pone nerviosa porque me preocupa el medio ambiente, como a todos, creo. No obstante, el río, mi querida charca de Las Pepas o el cañón de las Buitreras, sigue estando precioso, porque esa zona es un vergel. Un auténtico milagro de la naturaleza en una zona que no llueve mucho, pero esa vivencia me sirvió para poner el amplificador en algo que “si tal… ¿qué pasaría?”. Recursos naturales tienen, pero el caso es mantenerlos. Las políticas agrarias cortoplacistas, la sobre explotación turística o lo que sea, no sé si ayudan a ello. El agua en un futuro va a ser vital y un tema de confrontación sobre la mesa, hasta aquí en Euskadi que llueve más.

El eterno dilema ecologismo versus agricultura… 

–Es que tampoco se reduce a eso, dudo que haya algún agricultor que no quiera proteger su entorno. Pero de algo hay que vivir, es un tema muy complejo que no admite reduccionismos de ningún tipo. Tampoco es autóctonos contra veraneantes, ni campo contra ciudad… hay muchos campos, muchas sensibilidades y muchos intereses opuestos hasta en un mismo pueblo. A veces, desde el mundo urbano, se peca de engreimiento e ignorancia al intentar sentar cátedra, hay que estar en el pellejo de cada lugar para poder opinar.

"Los mandatarios tienen un discurso que luego no practican, mucha preocupación con La España Vacía, pero en realidad los pueblos están cada vez más abandonados"

Otra denuncia omnipresente en ‘La Seca’ es la falta de servicios de toda índole en los pueblos. 

–Sí, consulta dentista sin agua caliente y caminos forestales plagados de baches, salen en la novela, pero no es más que un reflejo de lo que vivimos: bancos que cierran y gente mayor que no sabe manejar internet y no puede realizar sus gestiones sin ayuda, trenes que cada vez pasan menos, centros de salud sin médicos de urgencias… Los mandatarios tienen un discurso que luego no practican, mucha preocupación con La España Vacía, en alusión al emocionante y necesario ensayo de Sergio del Molino, pero en realidad los pueblos están cada vez más abandonados.

Dedica el libro “a mi familia paterna, los corchas”, el oficio en torno al que gira toda la trama. ¿Mucha investigación? 

–Efectivamente, soy nieta, hija, sobrina y prima de corcheros, un mundo tan difícil como peligroso, que siempre me ha atraído porque tiene una plástica y un sonido muy potente, además de palabras muy peculiares, que he querido contribuir a inmortalizar. Es mi humilde homenaje a todos ellos. Y sí, para ello, he tenido que investigar y hasta fui al bosque, para ver cómo trabajan a esas alturas con el hacha, para despegar la corteza del tronco sin cortarlo, y hacerles preguntas. Hay qué entender el lugar que describes, cómo viven… para luego plasmarlo en la novela. Además, es todo un espectáculo que se ha convertido también en reclamo turístico.

Txani Rodríguez

Txani Rodríguez Araceli Oiarzabal

¿Le han dicho ya que en vez de una protagonista le ha salido una antagonista? ¡Qué carácter el de Nuria! 

–(Risas) Sí, esta muy cansada, frustrada, en un estado de ansiedad que apunta a depresión. Cae mal porque es muy negativa, pero hay que entenderla. Ve pasar los años, dedicada al trabajo, a cuidar de una madre a la que sobreprotege, en la creencia de que siempre va a depender de ella… con escasas amistades que, encima, trata fatal y a las que esconde su verdadera bondad y nobleza, no así a los animales… ni ella sabe muy bien qué le pasa, pero es el miedo a la soledad, la clave real de la novela que pongo a dialogar con el paisaje.

Algo muy típico de estos tiempos. ¿Estamos condenados a ello? 

–Esta sociedad que hemos creado nos aboca a una soledad en un grado mucho mayor de lo que nos terminamos de pensar y eso que aquí hay un gran apego familiar. Somos sociales pero hay mucha soledad y eso en personas descendientes de migrantes se acrecienta, porque se crece sin una estructura familiar cercana, sin una red de tías, tíos, primas, primos…. Y es el día a día también, y más si eres hija o hijo único. Cuando lo tienes no te das cuenta.

"Cuesta ser generoso con quien quieres mucho, y más si estás muy solo, dejándole espacio para que haga su vida"

Y de ahí que cueste tanto dejar ir… 

–Exacto, pero el aforismo de Ramón Eder con el que inicio el libro, “hay un tipo de generosidad que consiste en regalar nuestra ausencia”, resume muy bien lo que yo he querido reflejar con la relación de sobre protección, casi de madre cambiándose de rol, entre Irune y Matilde: queremos a la gente de forma insana. Cuesta ser generoso con quien quieres mucho, y más si estás muy solo, dejándole espacio para que haga su vida. Tiene que ver también con el respeto. 

Siempre nos quedará el paisaje, ¿no? 

–Es lo que yo he denominado como el consuelo de la pertenencia, para explicar esa rara pero firme compañía que ofrecen esos lugares en los que has sido muy feliz, cuando estas muy solo y alejado de todo lo que has querido o quieres. A mí, al menos, me arropa mucho el paisaje, porque en él nos reconectamos con quienes hemos sido y recordamos las mil historias vividas, y eso reconforta, sí, el paisaje te abraza y hace sentir menos solo. Un sitio que no conoces te da como más vértigo.

La salud mental también esta muy presente en esta historia, no solo en la ansiedad de Nuria, sino también en un suicidio, ese viejo loco… 

–Ezequiel, sí, una figura muy lorquiana y otro guiño al sur, pero me reitero, si asistimos a recortes en medicina básica, como para pretender que sé de una mayor atención a la salud mental, ¡menos!.

17

La literatura de Txani Rodríguez protagoniza el mural de enero del proyecto artístico 'Bigarren Azala' en Laudio

Tampoco falta la dosis de terror. ¿De dónde sale ese par de niños rubios? 

–(Risas) Me apetecía, es una leyenda inventada con la que he querido rendir homenaje a la narrativa oral andaluza, porque hay que reconocer que son grandes contadores de historias, y a aquellas noches maravillosas de mi infancia en las que lo pasé “bien mal” oyendo relatos de miedo que, como digo yo, saben hacer chisporrotear; pero, asimismo, la he usado como reclamo narrativo para crear inquietud en torno al miedo que sentimos de nosotros mismos al ser conscientes de nuestra propia maldad como, en este caso, el deseo de venganza. La leyenda en torno a esos niños es más importante de lo que parece, da miedo porque sustancia nuestro propio lado oscuro.

Tras tanta “seca” ¿da alegría retornar a Llodio, como Nuria, y oler a lluvia? 

–(Risas). Por supuesto, me encanta que llueva; pero es curioso, el pueblo donde más llueve en nuestro país no se encuentra en el norte, sino en el otro extremo: en la localidad gaditana de Grazalema. Míralo en internet, míralo…

Por cierto, ¿cómo van las ventas? 

–Pues parece que, francamente bien, porque me han comunicado hace nada que esta a punto de lanzarse una segunda edición, así que muy contenta.

Este miércoles ha llegado a Laudio el rodaje de 'Los últimos románticos’, con Miren Gaztañaga en el papel de Irune y en euskera. ¿Ansiosa de ver el resultado? 

–La verdad es que estoy muy tranquila, ya dije que confiaba plenamente en David Pérez Sañudo, como director, y Marina Parés, como guionista, para llevar a la gran pantalla la adaptación cinematográfica de mi novela. Me ofrecieron leer el guion, pero no quise. Lo que no me esperaba es que me fueran a dar un pequeño papel, con unas pocas frases, pero papel…

¿Un cameo? ¿Qué me cuenta? 

–Lo que oye.