Resulta bastante complicado resumir en pocas líneas todos los campos creativos en los que Arantza Cordero Nuñez desarrolla su camino. Ella cuenta, sí, pero de diferentes formas. Lo puede hacer narrando, actuando, organizando eventos culturales y festivales como Festipuin, escribiendo –también participando en la historia de cortometrajes como Malkoak de Sonia Estévez–, bailando, ofreciendo formación... ya sea haciendo suyos escenarios ubicados en museos, teatros, pantallas, bibliotecas, casas de cultura... o a pie de calle. Libruxka, Catalina... son solo algunos de los nombres a los que la gasteiztarra, que no pierde de vista tampoco su faz relacionada con el turismo, da vida en sus encuentros con el público.
En realidad empezó diplomándose en Turismo...
–Eso es. Y luego tengo Pedagogía en la UNED y un máster en Literatura Infantil y Juvenil. Es todo lo que he ido mezclando para ser todo lo que soy (risas).
¿Cuál es la chispa que le lleva a caminar por tantas sendas culturales cuando cualquiera aspiraría a un trabajo de ocho horas diarias de lunes a viernes?
–Ya los he tenido (risas). Hice Turismo en Madrid y ya allí empecé a trabajar con niños y niñas realizando visitas guiadas. Siempre me ha interesado mucho la literatura, y cuando regresé a Vitoria hice Pedagogía y el máster que te comentaba. Por mi forma de ser y por la manera de tratar a todo el mundo, también a los mayores, como si fuéramos niños y niñas apelando a esa inocencia que luego vamos perdiendo, empecé a escribir cuentos. Comencé a hacerlos para explicar el patrimonio y eso me llevó a narrar, primero para niños y niñas y, luego, para todos los demás. Es cierto, de todas formas, que me interesan de manera especial los más pequeños y las más pequeñas. Su cerebro es muy interesante (risas). Trabajando en Turismo, vi que estaba muy limitado a los niños y niñas. Por ejemplo, veía a veces explicar un museo y era evidente que ellos y ellas no entendían.
“Hay padres y madres que cuando hablan de cuentacuentos se refieren a un sitio al que llevar a los txikis, dando igual lo que suceda allí”
Es importante saber amoldarse a cada público.
–Es que me pasaba lo mismo haciendo visitas guiadas por Vitoria. Hay que saber traducir los museos, los espacios... El acercarme al mundo infantil vino por el Turismo. Quería traducir el patrimonio a los niños y a las niñas. Ahí está el origen de lo que he desarrollado después.
¿Pero cómo se le explica a un niño o a una niña, por ejemplo, el Bellas Artes de Álava, que es un sitio que usted conoce bien?
–Es mirar con los ojos que todos tenemos, que me parece que se nos suele olvidar. Utilizo mucho la palabra traducir porque es un término muy bonito para explicar lo que pretendo hacer. Es entrar en la cabeza de los niños y niñas, sin prejuzgar que por el hecho de ser pequeños y pequeñas no van a entender. Claro que entienden, lo que pasa es que igual hay que eliminar ciertos lenguajes rococos y trasladar las cosas de otra manera. Es ponerte a su altura, no quedarte en la tuya. El Bellas Artes de Álava es uno de los primeros sitios en los que descubrí que los cuentos sirven para todo. Para explicar un cuadro, me invento un cuento, siempre partiendo de mucha documentación real. El mundo está lleno de historias. Los cuentos son una herramienta que tienen los niños y niñas para ver el mundo y nosotros para traducírselo.
Lo que pasa es que la oralidad, esa transmisión de unas generaciones a otras, parece que está perdiendo presencia. ¿El cuentacuentos es una especie de oasis?
–La de cuentacuentos es una palabra que, para mí, ha perdido un poco su sentido bonito.
¿Por?
–Hay padres y madres que cuando hablan de cuentacuentos se refieren a un sitio al que llevar a los txikis, dando igual lo que suceda allí. Un cuentacuentos es magia. No digo que tengan que desaparecer las pantallas, pero sí que algo tan bonito como transmitir a través de la palabra tenemos que cuidarlo. Por eso digo que a veces me da pena que la palabra cuentacuentos sea vista como una actividad. Es transmitir historias con la palabra y eso es mucho más que lo que entiende alguna gente. Hay que darle importancia al hecho de transmitir historias de diferentes maneras, siendo una de ellas, una muy bonita, la narración oral.
“Se pueden dar a conocer muchos recursos patrimoniales de Álava gracias al matrimonio entre cultura y turismo”
Por cierto, ¿hay alguna puerta a la que llamar y decir: oiga, me forman para ser narradora?
–Estaría bien que existiera: la puerta de los narradores (risas). Hay formaciones en estos campos, pero no igual sobre cómo se hace un narrador o narradora... Hay una parte que sí nace contigo, que es algo vocacional. Pero también tienes que aprender y tener en cuenta muchas cuestiones para poder hacer camino y, además, bien. En el máster en Barcelona, había una variante específica sobre oralidad y yo seguí indagando por ahí, asomándome a la simbología de los cuentos tradicionales y cómo se narra en diferentes tribus del mundo en las que la transmisión oral es la principal o única herramienta en este sentido. Dicho todo lo cual, sí te digo que formarte en artes escénicas es una buena herramienta para conseguir una buena oralidad.
También escribe. ¿En qué campo se siente más cómoda?
–La escritura me da mucho respeto. Me siento cómoda contando, narrando, transmitiendo, pero escribiendo... Es que no me siento escritora, me da, de verdad, mucho respeto a pesar de que casi todo lo que hago, lo genero desde mi escritura. También con temas relacionados con turismo.
Cultura y turismo. Son dos ámbitos que se encuentran en usted. Pero hay gente en ambos sectores que siempre mira con cierto desdén o incluso temor al otro lado. ¿Puede ser un matrimonio bien avenido?
–Para mí, sí. Ese matrimonio turístico-cultural a mí me funciona. Tengo muchos personajes que he utilizado para dar a conocer el patrimonio de Álava y la gente te dice que funciona, que le ha enganchado la mariquita Catalina del Jardín Botánico o la bandolera que hacía en Campezo, por ejemplo. Se pueden dar a conocer muchos recursos patrimoniales de Álava gracias a ese matrimonio.
“El Museo de Bellas Artes de Álava es uno de los primeros sitios en los que descubrí que los cuentos sirven para todo”
Ahora que menciona esto, ¿conocemos y sabemos valorar el patrimonio de Álava?
–No. Es algo que me sorprende. Hay mucho desconocimiento. Sí creo que este matrimonio del que hablábamos, sirve. Al final, hay que buscar herramientas. Yo ahora estoy colaborando en gestar un proyecto que tiene que ver con el turismo cultural. Para mí, el turismo cultural no es simplemente tener una agenda de eventos, que, por otro lado, es necesaria. Cuando me he puesto a indagar en ciertos lugares de nuestro patrimonio para crear personajes, me he dado cuenta que se recibe de una manera agradecida lo que planteas porque hay desconocimiento. El Jardín Botánico de Santa Catalina, por ejemplo, es un recurso que tenemos aquí y que es maravilloso. Pues hay muchas personas que lo han conocido a través de la mariquita Catalina. En la Catedral Santa María hice otro personaje que se llamaba la doctora Pilares. O... Se trata de darle a la gente una herramienta para que conozca ciertos sitios de Álava que son maravillosos y que, en algunos casos, son desconocidos. Todo esto empezó cuando, con la gente que movimos Álava Medieval en Estibaliz, me di cuenta del desconocimiento sobre la presencia del románico en Álava. Era importantísimo hacer una labor de difusión y eso se puede hacer de distintas maneras. A todos nos gustan las historias bien contadas y el patrimonio bien visto. Pues venga.
¿Es al público adulto al que más le cuesta entrar en este tipo de propuestas?
–El público infantil suele estar más predispuesto. Lo que pasa es que es mucho más difícil porque es más agradecido y también más exigente. Al adulto, de primeras, es más complicado atraerlo, pero una vez que lo tienes, la gente, en general, se engancha. Es que estamos necesitados de que nos cuenten historias. Cuando hago cuentacuentos para niños y niñas, no me gusta que se vayan los adultos. Ni tampoco que estén separados, que las primeras filas sean para los pequeños y los adultos estén detrás. Me parece interesante que si yo voy con mi hija, estemos compartiendo juntas lo que estamos viendo.
El desarrollo de sus distintas facetas culturales implica muchas veces trabajar en festivos, fines de semana, en horarios de todo tipo y condición... y no precisamente haciéndose rica.
–(Risas) Es que me gusta mucho lo que hago. Es verdad que tienes épocas muy cansadas. Tengo una hija de 9 años y la pobre o sale como la mayor amante de la cultura o quema los museos directamente (risas). Es la parte que más me cuesta, conciliar los horarios. Pero me encanta lo que hago. Y hay que trabajar la energía. Hay días que puedo hacer por la mañana visitas a la Catedral Santa María para irme a la tarde a la mina Lucía, que estoy llevando ahora, y luego a la noche ir a bailar flamenco, que también hago. Ahora me costaría tener un horario como cuando trabajé en la agencia de viajes. Sí, tengo un caos de horarios, energías y de casa, pero es que me va la marcha. Te acostumbras. No te haces de oro, pero el aplauso... Yo le doy clases de teatro a personas con discapacidad intelectual en Apdema. Los lunes siempre hacemos algo al final de la clase, que es tocarnos el ombligo porque ahí es donde guardamos los aplausos. Es nuestro alimento, el aplauso que te dan.
Al principio seguro que le costaría hacer camino ante instituciones, entidades, asociaciones...
–Estoy en un momento bonito pero es verdad que sigue costando. Hay mucho campo sembrado y, aún así, no puedes dejar de sembrar. Hay que dejarte ver, seguir dándote a conocer... Es la parte que más me cuesta de todo esto, el ver que después de tantos años de trabajo diario en mil sitios, hay que seguir sembrando.
En esa labor constante, lo próximo que tiene que venir es...
–Tengo un proyecto cultural en mente desde hace tiempo que tiene que ver con el patrimonio creativo, con un personaje muy querido en Álava. Es una propuesta de divulgación patrimonial a través de las artes escénicas. Y estoy muy implicada en el tema de la inclusión cultural. Ahí empecé de una manera un tanto casual. Me llamaron de Apdema para hacer una visita por Vitoria y ese día apareció una energía tan especial, que con ellos y ellas he seguido trabajando. Estoy muy metida en la mina Lucía, donde hay un proyecto muy bonito. He estado un año entero estudiando para esto y para darle una forma más cercana. Al final, yo quiero que el mundo sea más bonito y la manera de hacerlo es a través de buenas historias.