La novela negra forma parte de nuestra vida literaria. Y en Euskadi tenemos grandes exponentes en ese campo. Una de ellas es sin duda la navarra Susana Rodríguez Lezaun (1967, Pamplona), que además de dedicarse a la escritura, también dirige Pamplona Negra, una cita ineludible para los fans del género que cada año triunfa.
¿Qué cree que convierte a Pamplona en una ciudad thriller?
La verdad es que a mí no se me ha quejado nadie todavía (risas). De hecho, el año pasado me nombraron pamplonesa del año. Es que tiene muchos rincones, muchos recovecos, muchos edificios y parajes. Porque estamos rodeados de verde, tenemos los Pirineos a cuarenta kilómetros, la Selva de Irati... Eso hace que sea muy fácil ubicar una novela negra en una ciudad como Pamplona, que tiene niebla, lluvia... La atmósfera, que es tan importante en la novela negra, Pamplona la tiene.
Y la inspectora Pieldelobo y usted están ayudando a convertirla en capital del thriller.
Sí, yo pongo mi granito de arena (risas). Marcela también, desde luego. Muchas veces decimos: “Si se cometieran todos los crímenes de los que escribimos, Pamplona sería el Bronx”. Es una ciudad muy tranquila, pero es verdad que a mí me lee gente de toda España y de Latinoamérica, y me escriben porque quieren conocer todos esos rincones. Yo digo: “Guay, que vengan, pero...”.
Tan oscuros no son.
Claro (risas). Pamplona es una ciudad amable, tranquila, muy paseable, con ciudadanos que en general son muy buena gente, pero me gusta eso de capital del thriller.
Al fin y al cabo, lleva la novela negra tan dentro que dirige también Pamplona negra. ¿Cómo ha sido la experiencia de este año?
Ha sido brutal. Este año hemos hecho el décimo aniversario, hemos roto todos los techos que pensábamos que habíamos alcanzado en la anterior edición, y hemos superado las 7.000 personas de asistencia en seis días para hablar de cultura. Ha sido una experiencia brutal. Ha sido una emoción máxima y un reto tremendo para el año que viene.
¿Ya están pensando en cómo superar el éxito de esta edición?
Alcanzar, por lo menos. Cómo estar al nivel. Mi reto es llegar al mismo nivel que este décimo aniversario. No bajar ni un peldaño. Y todo lo que sea añadido, bienvenido, pero lo mínimo mantener el nivel, que no es fácil.
De momento nos quedamos con esta nueva entrega protagonizada por Marcela Pieldelobo. ¿Cómo ha cambiado esta inspectora a lo largo de las novelas? Porque sus fantasmas aún la acompañan.
Sí, pero los tiene más controlados. Ella arranca en Bajo la piel muy tocada por su divorcio, hundida por la muerte de su madre... Ella está huérfana y se siente como tal. En la primera novela recurre al colchón emocional que es el alcohol. Por suerte, tiene apoyo, y poco a poco lo va superando. En En la sangre la encontramos más tranquila, con las heridas aún abiertas pero más tranquila, y ahora son cicatrices todavía blanquecinas que a veces supuran, pero claro, todo lo que vives te marca el carácter. A Marcela también, y eso es una cosa que yo tengo muy en cuenta cuando el personaje evoluciona. Es qué te ha pasado, cómo te va a afectar a tu vida. No somos los mismos. Yo no soy la misma que antes de la pandemia, no tengo nada que ver. He perdido a gente muy querida en la pandemia, he pasado mucho miedo, y eso te marca. Ahora soy diferente, afronto la vida de otras maneras, soy mucho más disfrutona... Somos diferentes. Y ella también, con todo lo que ha vivido es otra. Y como tal se comporta. La evolución psicológica para mí es importantísima.
Tanto es así que a Marcela hay quien la describe como “intratable, ingobernable, insubordinada”...
Sí (risas). Eso es quien la quiere poco.
¿Qué adjetivo escogería usted, como la autora que le ha dado la vida?
Marcela es tenaz, decidida y valiente en lo profesional pero una cobarde en lo personal. Sobre todo está decidida a hacer justicia por las víctimas.
"Marcela es tenaz, decidida y valiente en lo profesional pero una cobarde en lo personal"
¿Cómo está siendo en ese sentido la relación de los lectores con ella? ¿Le han cogido cariño?
Sí, y además están preocupados por ella. Es curioso, porque te preguntan qué va a ser de ella, qué va a hacer... Los lectores a ratos la quieren, a ratos la entienden y a ratos la mandarían a paseo, que yo creo que es lo que haríamos todos si fuera una persona de carne y hueso. Yo pienso que no podría ser amiga de Marcela, pero pondría mi vida en sus manos.
De quien tampoco sé si seríamos muy amigos es de Francisco Sarasola, nuestro hombre desaparecido en esta historia.
Él no sería amigo nuestro, porque no le interesa en absoluto nada ni nadie que no le sea útil. Ni siquiera su familia. Los tres hijos intentan sobrevivir a su padre, ya no convivir. Intentar no provocarlo, pero a veces, como le pasa a Máximo, le da una paliza. Es un hombre violento, dictador, soberbio, intratable... Lleva con mano de hierro a todo el que le rodea. Él no tiene amigos, tiene personas que le son útiles o no.
Lo que está claro es que los sospechosos en esta novela crecen como la espuma. Es muy difícil llegar al final habiendo acertado, ¿no?
Claro, también es un poco ese el juego. Al final, el lector se tiene que entretener, tiene que creer que sabe quién es el asesino, o el secuestrador, o el cerebro que está detrás de todo, y equivocarse y jugar. Y luego darse cuenta de que igual no se había equivocado. Ese toma y daca es muy divertido, a mí como lectora me divierte mucho, pero que no me mientan. Yo doy los datos, y luego el lector deduce y juega. Y es más importante casi que el saber quién ha sido el porqué, el cómo... Y qué va a pasar después. Pero sí, como todo el mundo quiere ver muerto a Francisco Sarasola, el abanico es amplio y es muy entretenido. Para mí es un juego fantástico.
Ahora, ¿qué le pide al futuro?
Casi diría que me deje como estoy. Seguir contando con el apoyo de los lectores es fundamental, seguir sonriendo, escribiendo y creciendo con cada novela. Para mí esto fue un regalo y ahora es un reto. Yo me alimento de retos, porque la vida sin retos es una monotonía inasumible, así que el reto ahora es escribir una mejor que esta.