Es casi imposible seguir toda la actividad que desarrolla Niño de Elche, una agenda sin casi huecos que este año tiene dos citas marcadas ya en rojo dentro del particular calendario de la capital alavesa. Este viernes a las 19.30 horas, actúa en el Principal, desgranando Flamenco. Mausoleo de celebración, amor y muerte. Ya en verano, más en concreto el 19 de julio, actuará en Mendizorroza, dentro de las dobles sesiones del Festival de Jazz de Vitoria, dentro del proyecto compartido con Sumrrá.

Para quien todavía no se haya asomado a un disco que para muchos se ha convertido ya en referencial, ¿qué se va encontrar el público este viernes en el Principal? 

–Este es un disco incluido en una especie, por así decirlo, de tríptico que se completará a finales de este año con la publicación de un próximo álbum. Este, en concreto, lo llevaba un tiempo anhelando con la intención de trabajar a partir de la idea de ese flamenco que murió, que yo entiendo que ha muerto, que es el flamenco del gesto mínimo, del susurro, del silencio... Quería poner la atención en ese tipo de flamenco que mi generación ya no atiende tanto. Bueno, ni la anterior tampoco. Es un flamenco muy concreto de los años 30, 40 y 50. No se trata tanto de hacer un trabajo arqueológico, sino de coger el espíritu. Todo ello partiendo, como te decía, de la idea de que ese flamenco que se defiende como auténtico ha muerto. 

"Mientras sigan así, tan intransigentes conmigo haga lo que haga, sabré que sigo sin estar en su territorio, que es algo que siempre me ha ocupado"

De ahí el mausoleo. 

–Eso es. Es un reconocimiento a sus cenizas. Es un mausoleo, como dice el título, de celebración, amor y muerte porque los textos que utilizo tienen que ver con estos términos. Ese es el compendio conceptual en el cual yo me monto para generar este disco.

¿Un flamenco muerto que será en algún momento como Lázaro? 

–Depende de las creencias, de los delirios, de las visiones y de las esperanzas de cada cual (risas).

Esa tercer parte que verá la luz a final de año caminará por... 

–Tiene que ver algo con esto y con otras concepciones que atraviesan el flamenco. Es seguir tirando del hilo de temáticas o de concepciones que me interesan mucho y que creo que solo se pueden contar y cantar desde el campo del sentido que puede ser el flamenco. 

Es verdad que hay personas dentro del flamenco a las que Niño de Elche, también con este disco, pone los pelos como escarpias. ¿Le importan las críticas, le dan igual, hay que atender a todo lo que se dice, incluso cuando se roza o se supera el insulto? 

–Siempre he sabido en qué territorio se mueve uno cuando parte del flamenco, qué tipo de pasiones y también de violencias hay. Juego con ellas y son parte del espectáculo, de la performance, y del hecho de ser artista en relación con el flamenco. Eso no me asusta. Por otro lado, también te digo que según va pasando el tiempo, menos te importan y a todas las críticas les encuentras el sentido estético. Hay críticas de barra de bar en las que no se habla de nada. A estas alturas, pertenecen más a una beligerancia que nada tiene que ver con lo crítico ni con el pensamiento ni nada de eso. Así que me lo tomo como válvula de escape. Bueno, y también como termómetro. Mientras sigan así, tan violentos conmigo, tan intransigentes conmigo haga lo que haga, sabré que sigo sin estar en su territorio, que es algo que siempre me ha ocupado mucho tiempo.

Hablaba de flamenco muerto. ¿Cómo es el vivo? 

–Aún estamos pensando (risas). Siempre he entendido el cantaor, bueno y el flamenco, como un medio, como lo que media. La muerte y la vida son términos no muy justos con lo que supone la realidad del flamenco.

Más que un artista, Niño de Elche es un investigador permanentemente inquieto, ¿no cree? 

–Bueno, hay parte de inquietud en mi vida, en mi forma de ver y escuchar el mundo. Y hay parte de investigación también. Y hay otros términos que están unidos a esos.

Está hasta de periodista en RNE. 

–Bueno, bueno, tengo un espacio radiofónico (risas). Es como cuando dicen que escribo poesía. Bueno, escribo y me lo publican en un formato que se llama libro, pero no soy escritor como tal desde la perspectiva de la profesión. Ni lo pretendo tampoco. Tengo otro tipo de faltas y de liberaciones, como otros.

"En un momento dado habrá que parar para enfocar todo este trabajo que he hecho, que a mi edad es excesivo"

Pero esa inquietud constante tiene que cansar. ¿De dónde salen las ganas de estar siempre en movimiento? 

–Me gusta mucho comprobar que estaba equivocado y que me rompan los castillos de cristal. Desmitificar me gusta mucho. Que la gente que se dedica a desmitificar, y soy parte de esa tradición, lo haga. Y me gusta la sorpresa y el conocimiento. Hay ocasiones en las que esto se convierte en un tanto obsesivo. No puedes saberlo todo, ni mucho menos. Ese movimiento, esas ganas de conocer cosas, no tanto de saber, te ayuda a acercarte a mucha gente, a vivir nuevas experiencias, a ir conociéndote a ti mismo según el momento de tus diferentes voces. Ahí hay también un componente de superación, de entender del espacio que en un momento dado puede ocupar uno. Y están la ganas de compartir, de sentirte acompañado y no solo me refiero al sentido físico, y la fascinación por el milagro, que llega cuando escuchas un disco que no conocías y, de repente, te llega. Escuchas, lees... y piensas cómo has podido vivir sin la obra de esa persona (risas). 

¿Todavía le sorprender cosas? 

–Cada día más.

En ese camino de descubrir y compartir, en julio vuelve a Vitoria, esta vez con una experiencia con Sumrrá. El jazz no es un desconocido para usted. Bueno, el jazz o la improvisación... 

–Uff, la palabra improvisación, como otros términos, dependiendo quién la diga y del momento en que se diga puede significar una cosa u otra. La palabra improvisación no genera hermanamientos precisamente... como la palabra libertad, como la palabra igualdad, como la palabra tradición, como la palabra cultura, como la palabra España. Mi unión con Sumrrá no viene de las ganas de improvisar, ni de hacer flamenco jazz, ni nada de eso. Hay una serie de intereses temáticos, conceptuales, ideológicos en el sentido estético, que hacen juntarnos. Yo he sido muy reacio al jazz.

¿Y eso? 

–Muchísimo. Claro, tuve la mala suerte de conocer todo lo que se ha hecho con el flamenco y el jazz, que es bastante deprimente (risas). Vengo de otras formas de escucha que no tienen nada que ver con ese jazz flamenco y con el latin jazz, con todo muy repleto de notas y sin casi silencios, muy pretencioso... Pero he ido conociendo otro tipo de jazz. El free jazz también me parecía un tanto pretencioso y, sin embargo, me ha ido entrando poco a poco, por ejemplo. Paso a paso he ido introduciéndome en otro jazz que antes no escuchaba y ahí sí me estoy encontrando. No es que considere que ahora estoy preparado para hacer jazz o flamenco jazz. Pero sí para dialogar con gente como Sumrrá, que está compuesto por gente que, a su vez, está muy alejada del jazz más tradicional o convencional.

De todas formas, Niño de Elche está en esto y en otras mil cosas más al mismo tiempo. Llevar su agenda tiene que ser un tanto esquizofrénico. 

–(Risas) Sí, sí, es difícil, incluso para el equipo que me acompaña. Cuando alguien me dice que sigue mi trabajo, siempre pienso que esa persona seguramente no conozca ni el 30% de las cosas que he hecho en este último año. No conoce los espectáculos escénicos en los que estoy metido, o no sabe de las instalaciones sonoras que hago o las colaboraciones que hago con los museos, o tiene presentes los libros que hago o el programa de radio... Por no hablar de mis colaboraciones con terceros. Conmigo no puedes decir, por desgracia: sigo todo lo que haces. Eso es una derrota por mi parte, la cosa de lo excesivo. En un momento dado habrá que parar para enfocar todo este trabajo que he hecho, que a mi edad es excesivo. Claro, que esto te lo digo en plena vorágine de 2024 y sabiendo ya que 2025 va a ser terrible (risas). Creo que verbalizo lo de para convencerme.